OpinionesLa pluma invitada¿Quién se es? Respuesta moral al caso Ayotzinapa

¿Quién se es? Respuesta moral al caso Ayotzinapa

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Canek Sandoval

OAXACA, (pagina3.mx).- Lo de ayer ya se acabó. Aunque algunas bocas continuarán abriéndose, ya no existirán oídos que las oigan. Porque ahora los oídos también hablan, gritan, gimen, revelan expresiones de amargura y rabia que revientan una a una las burbujas que los mantenía separados. México creyó en su proyecto integracionista. Hoy, 43 personas privadas de su libertad por la fuerza de un estado infecto, se vengan de ese falso nacionalismo humanizado. «Pretenden que seamos universales ?exclaman las víctimas al unísono? y sus prácticas racistas nos particularizan». En el horizonte de los remedios para curar México, es urgente integrar nuevamente el debate de la tóxica poción de racismo. En Ayotzinapa, y en otros pueblos indios, la etnofagia del estado pone a prueba su glotonería.

¡Bajad la voz, que está con su rigor,

que es grande, sin saber

qué hacer, y está en su mano

la calavera hablando y habla y habla,

la calavera, aquélla de la trenza,

la calavera, aquélla de la vida!

Sabemos que a los administradores de la violencia no se les paga para que lean a Vallejo ni a Sartrè, sin embargo, no necesitan de ese poeta y filósofo para actuar con eficacia e invocar a la absoluta nada. A todo esto, ¿quién es el verdadero culpable? Sin duda, hay que voltear a vernos a nosotros mismos, que conociendo lo que ha sucedido «allá», nos cercioramos de lo que sucede cotidianamente «acá». Pero, reprocharán ustedes, nosotros reprobamos los excesos de la violencia. Es verdad, ustedes no son los que dan los zarpazos, pero no tienen menos responsabilidades que ellos. Finalmente, ellos, de los que ahora se avergüenzan agachando la cabeza, son sus representantes, ustedes voluntariamente los eligieron tachando sobre una hoja de papel y, al mismo tiempo, los entrenaron en campos especiales donde se preparaban para asesinar en su nombre. Además, por mucho tiempo, ellos han defendido sus intereses, los han enriquecido, de modo que ahora los siervos cobran sus favores extrayendo de la caja de la consciencia, el derecho de decidir sobre la vida de otros. No ignoramos que pretenden que el indio no es simétrico al mestizo. El normalista rural no es semejante al ingeniero urbano. El pobre no es similar al rico como la mujer no se compara al hombre. Hela aquí horrendamente desnuda, la ideología que sueña con un solo país, mentirosa, frívola, fina justificación de la opresión y el pillaje. ¡Qué sublimes valores engrandecen a la patria! ¡Nunca hemos gozado de tantas libertades! ¡Qué bello predicar la paz! ¡Viva México! Compréndalo de una vez: si no se es víctima se es verdugo. Donde una minoría decide cómo se ha de jugar, sus enemigos deben sacrificarse, pues sólo hay sitio para un rey único, omnipotente, sujeto activo de la historia que concibe su realidad generando súbditos. Permítaseme hacer aquí otras preguntas: ¿qué lugar ocupamos en su tablero?, ¿con qué artilugio se pierde en este juego la humanidad creada por la élite?, en definitiva, ¿quién se es en este océano de fosas y cadáveres?

Cientos de cuerpos fueron arrojados sobre las montañas, lagos y mares.

Un sueño quizás soñó que habían unas flores, que habían unas rompientes,

un océano subiéndolos salvos desde sus tumbas en los paisajes. No.

Están muertos. Fueron ya dichas las inexistentes flores. Fue ya dicha la inexistente mañana.

El dolor es el tabú de la política. Y nuestro discurso no viola esta norma. Cada día el activista habla, el científico social reflexiona, el líder de opinión escupe sobre nosotros su estadística indiferente, mientras, en medio de todo, la espontaneidad del dolor calla, poética o no. En este momento, en el que nuestras cadenas parecen ceder a fuerza de coraje, estamos en el cenit de un luto. Por lo tanto, nos vemos obligados a reconocer, aunque el poder infecto siga revoloteando a nuestro al rededor, que el sufrimiento de los involucrados es concreto y debe tratársele como tal, de otro modo, permaneceremos acorralados contra la pared teórica que no transforma las bases de nuestra sensibilidad que da acceso a la empatía, característica humana hace tiempo amenazada. Por ello, declaro que sumada a las demandas políticas que exigen entre otras cosas democratizar la justicia del estado, que es también nuestra justicia, la reparación moral es de carácter imprescindible. El sufrimiento inabarcable de los familiares, debe convertirse en el dolor inmediato de cada uno de nosotros.

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