Diana MANZO/Corresponsal
JUCHITÁN, OAX., (#página3.mx).- Para la población católica de este municipio, el Domingo de Ramos significa el comienzo de un año nuevo y también de la Semana Mayor, pero lo hacen de una forma peculiar: comparten con sus difuntos la comida, bebida, flores, velas y música.
El ritual comienza desde el inicio de la Cuaresma, con la limpieza, pinta y compostura de las sepulturas, pero se va reafirmando conforme la fecha se acerca, lo cual sucede las primeras horas del domingo de Ramos.
Unas 13 mil personas entre niños, niñas, jóvenes, adultos y mujeres se reúnen con sus familiares difuntos año con año en el panteón Domingo de Ramos, una tradición muy peculiar zapoteca del Istmo de Tehuantepec.
Este camposanto alberga aproximadamente unas 10 mil sepulturas, las cuales algunas están construidas de material de concreto en forma de pequeñas viviendas y otras más de palma o tabique, todo depende de la economía de las familias.
Familias de escritores, músicos, trovadores, políticos reconocidos de Juchitán, pescadores, artesanos, campesinos, amas de casa y menores de edad, entrelazan miradas al caminar por los conglomerados pasillos del camposanto, mientras que las voces de hombres y mujeres comerciantes incitan a degustar la comida típica, principalmente los tamales de iguana, las regañadas (pastelillo crujiente) y dulces de frutas como calabaza, limón con coco, papaya, almendra y coyol.
Los olores de las flores típicas de los zapotecas se colocan en las sepulturas, que van desde las flores del coyol, cordoncillo, albahaca, flor del río hasta las más costosas como lirios, girasoles y gladiolas.
Entre los pasillos, familias completas se organizan para realizar enramadas de palma o de tela para protegerse del sol, entre risas y recuerdos del difunto colocan las flores, en algunas sepulturas, las más recientes lloran y le cantan.
Algunas familias contratan mariachis, tríos y bandas que al son de la música se deleitan con antojitos típicos y bebidas gaseosas y embriagantes, el ritual es la convivencia con el difunto como si estuviera vivo.
Este rito a la muerte que se hace en el domingo de Ramos es una muestra de la fé católica que se entrelaza con las costumbres milenarias de los indígenas zapotecas, quienes nunca abandonan a las almas aún después de su partida.
A diferencia de otras culturas del estado de Oaxaca, los pueblos zapotecas comparten con la muerte dos veces al año (Domingo de Ramos y Todosantos), la celebran, le hacen fiesta, porque la consideran un simple paso de lo mundano a lo pagano, que no meramente desaparece después de estar bajo tierra.