ComunalidadEn Santa Cruz Xoxocotlán se honra a los muertos

En Santa Cruz Xoxocotlán se honra a los muertos

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Pedro MATÍAS

SANTA CRUZ XOXOCOTLÁN, Oax., (pagina3.mx).-Muere el sol en los montes con la luz que agoniza, pues la vida en su prisa nos conduce a morir…aunque me queda el consuelo que Dios nunca morirá”.

Así, con el Himno de Oaxaca, el vientre de la madre tierra se dispone a recibir a los seres que dejaron el mundo terrenal.

Al pie de Monte Albán, la montaña sagrada, es irremediable no contener las lágrimas. El dolor, el sufrimiento, es indescriptible. Algunas personas hasta llegan a entrar en estado de shock. La ruda, el alcohol o un soplo de mezcal las vuelven en sí, mientras que los cohetones y las notas musicales inundan el camposanto.

“Voy a dejar las cosas que amé, la tierra ideal que me vio nacer (…) sé que la vida empieza, en donde se piensa que la realidad termina. Sé que Dios nunca muere y que se conmueve del que busca su beatitud…”

Aquí, en este pueblo mixteco, ubicado a solo cinco kilómetros de la capital de Oaxaca, no se le rinde culto a la muerte, únicamente se le respeta porque se piensa que para vivir hay que morir o como dice el vals Dios Nunca Muere “todo aquel que llega a morir empieza a vivir”.

Si al parir hay dolor, al partir el sufrimiento es más intenso, aunque aquí hay tres formas de despedir o recordar a sus muertos.

Cuando una niña o un menor muere se le amortaja y despide como un angelito. El repique de las campanas que anuncian su muerte es diferente al de un difunto adulto. Los padrinos de bautizo tienen que vestir el cuerpo de algún santo o imagen religiosa, hay cohetes, música alegre y no se realiza el novenario. Se comparte pan de yema y chocolate y antes de partir al cementerio se da de comer mole.

Pero cuando se trata de un adolescente se le despide como si se tratara de una boda, algunos pensaran que con la muerte, pero no, es con la eternidad.

El cuerpo, si es mujer, es vestido de novia y al varón como si fuera desposarse. Al igual que el de un angelito, el féretro debe ser blanco y la vivienda debe ser adornada como para una fiesta.

Durante la velada hay rezos pero no hay cantos fúnebres como los que se acostumbran en esta comunidad. Al día siguiente, desde temprana hora, la banda de música entona música alegre y se brinda el desayuno de una festividad, chocolate y pan de yema, higaditos y tortillas de maíz. A la hora de la comida no falta el mole con arroz, la cerveza, el mezcal.

Antes de partir el cortejo fúnebre a la misa de cuerpo presente, la banda de música interpreta los Jarabes del Valle.

Los dolientes, padrinos, familiares y amigos bailan al ritmo de la música sin dejar de contener el llanto. Bailan el Guajolote, las ollas con mole, las tortillas, la cerveza, el mezcal y culmina con la regada de fruta, dulces y otros productos que prepararon los padrinos antes de despedir a su ahijado o ahijada.

Viene la bendición que en realidad es la despedida con música alegre, salen bailando, entre cohetes, cohetones y tirada de dulces.

Después de la misa, en el atrio de la Iglesia el cuerpo es despedido con el repique de campanas, jarabes del valle, regada de dulces.

Al llegar al camposanto, el féretro que es cargado por familiares debe ser bailado con música tradicional de Oaxaca y finalmente, el cuerpo inerte es depositado en el vientre de la madre tierra con las notas del Dios Nunca Muere, inspiración del músico oaxaqueño Macedonio Alcalá en 1868.

La muerte de una persona adulta es despedida de una manera diferente. Todo es más serio, tétrico, los cantos en español antiguo son melancólicos, tristes. La música que entona la banda del pueblo es también nostálgica. El repique de las campanas es más pausado.

Y finalmente, cómo nunca olvidamos a nuestros muertos, el día 31 de octubre de cada año, en este pueblo los recibimos entre flores de cempasúchil, incienso, fruta de todos colores y olores, mezcal, chocolate, pan, pletatamal –comida prehispánica que se prepara únicamente para los difuntos-.

A las 19:00 horas se anuncia la llegada de los difuntos. A esa hora se va al panteón para recibirlos durante toda la noche y conducirlos a la casa donde se levantó un altar de fruta para darles la bienvenida.

Se tiene la idea que los angelitos –niños y niñas- llegan la noche del día 31 de octubre y se van a las 15:00 horas del día primero de noviembre y que a esa hora llegan los adultos y se van al día siguiente a esa misma hora. Se les despide con cohetes, música y fiesta.

La velada en el panteón sirve para que los familiares migrantes regresen a recordar a sus muertos y a convivir con sus parientes. Es un compartir entre lo terrenal y el inframundo.

 

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