MujeresRegina, 5 años

Regina, 5 años

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Daniela Pastrana | @danielapastrana | Periodistas de a Pie

En mayo de 2012, en vísperas del cumpleaños número cinco de la Red de Periodistas de a Pie, estábamos en la antesala de un taller de Periodismo en Veracruz. Era parte de un plan de capacitaciones a periodistas en conjunto con el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación que incluía Chiapas, Chihuahua y la sede, el puerto.

A Veracruz iría con Daniela Rea y Celia Guerrero. Estábamos cerrando los últimos detalles de la logística cuando nos enteramos del asesinato de Regina Martínez, la corresponsal de Proceso. Sabíamos por Mike O’Connor, el entrañable corresponsal del CPJ, que varios periodistas habían salido huyendo de Veracruz después de los asesinatos de Milo Vela y Yolanda Ordaz, unos ocho meses atrás.

Milo Vela era el subdirector de Notiver, el diario de mayor circulación en el puerto; Yolanda era su mano derecha. A ambos los mataron con una saña que no se conocía en México. Sin embargo, sus muertes habían pasado desapercibidas para la prensa chilanga y para la sociedad, fuera de los círculos de las organizaciones de libertad de expresión.

Así que en realidad, no sabíamos mucho de lo que pasaba en Veracruz. El taller lo habíamos organizado con la ayuda de Juan Eduardo Flores, un joven y talentoso estudiante de periodismo que adoptamos en el equipo de Periodistas de a Pie durante la caravana al sur del Movimiento por la Paz que encabezó Javier Sicilia, en septiembre de 2011.

Dentro del grupo de PdP, a Regina solo la conocía Marcela Turati, quien ya entonces trabajaba para Proceso. Ella nos impulsó a una manifestación en El Ángel de la Independencia. Ahí llegaron Jenaro Villamil, Carmen Aristegui, Anabel Hernández, que eran los rostros protagónicos del periodismo mexicano. Pero todavía no empezábamos a decidir qué hacer cuando recibimos la noticia de que habían encontrado los cuerpos de tres fotorreporteros del puerto.

Era el 3 de mayo, Día de la Libertad de Prensa. A Gabriel Huge, Guillermo Luna, Esteban Rodríguez e Irasema Becerra, sus compañeros periodistas los encontraron desmembrados, despellejados, echados en bolsas para la basura en un canal de aguas negras.

En Conapred sugirieron cancelar el taller. Nosotras pensábamos que era el momento de ir a ver qué pasaba. El taller tuvo una gran convocatoria y fue exitoso en el cumplimiento de las expectativas. Pero lo más importante surgió después, en las cervezas en el hotel con unos reporteros que nos contaron todo lo que habían vivido en los meses previos.

En esos días, yo tenía una invitación a participar en el Foro de Austin que organiza Rosental Alves, y pensé que sería buena idea llevar un mensaje desde Veracruz, así que me surgió el ¿Qué necesitan?

-Una pistola – me respondió uno de ellos.

-No, eso no lo puedo conseguir y tampoco les servirá de nada – dije, pensando en las armas de los grupos criminales.

-No es para defenderme, sino para que no me agarren vivo.

Sólo entonces pude dimensionar la soledad en la que estaban. La historia la fui a contar una semana después al foro y le dio la vuelta al mundo. La retomaron en sus columnas Carlos Dada y Gustavo Gorriti. Más, porque al día siguiente de mi exposición se apersonó en el foro Miguel Ángel López, el hijo de Milo, y dio un dolorosísimo testimonio del asesinato de su familia y su autoexilio.

Después, la red organizó un taller de autocuidado con el Dart Center en el que participaron dos reporteros del puerto y yo me sumé a un equipo de la Comisión de Derechos Humanos del DF que iría a trabajar con un grupo de cinco periodistas a Xalapa.

La relatora para la libertad de expresión de la CDHDF era Laura Salas y nada podía detener sus ganas de hacer algo. Fue en esos días en Xalapa cuando finalmente entendí lo que significa tener miedo: reuniones secretas, camufladas de talleres de género, con celulares adentro del horno o en jardineras; prohibido decir en voz alta las palabras “policía” o “desaparecidos”.

Regresando de Xalapa hubo una reunión con todas las organizaciones de libertad de expresión a las que Laura Salas y yo les pedíamos que se formara un grupo amplio para presionar al gobierno de Veracruz. Pero nunca se concretó. Todavía hoy me sigo sorprendiendo de lo difícil que es para las organizaciones de activistas trabajar juntas. Darío Ramírez, entonces director de Artículo 19, fue tajante: “Nosotros no vamos a ir a Veracruz; si quieres traemos a la ciudad de México a los reporteros que me digas y les damos un taller de seguridad, pero Artículo no va a Veracruz”.

Así que seguí yendo sola con Mike y con Laura cuando nos invitaban los del #YoSoy132 o cuando se podía. Invariablemente, cada vez que fuimos a Xalapa pasó algo extraño, algo que nos indicaba que éramos vigilados y que querían que lo supiéramos.

A Norma Trujillo la había conocido en el primer viaje con el equipo de la CDHDF, y fue a la primera que le dije: “tenemos que contar esto”. Ella, pequeñita y valiente, dijo que sí. Entonces nos fuimos a Jalisco a presentar el caso de Regina ante el Tribunal de Conciencia de las Mujeres, junto con Jade Ramírez Cuevas, quien para entonces ya era cómplice incondicional de PdP.

En esos días también conocimos a Rapé y a otros periodistas desplazados. No se me olvida su rostro adusto el día que nos reunimos a desayunar con Balbina Flores, de Reporteros sin Fronteras, Marcela Turati y Anabel Hernández para planear acciones de apoyo a periodistas desplazados. Era el mismo gesto arisco y desconfiado que tenía cuando lo volví a ver, en Xalapa, en el primer año del aniversario del asesinato de Regina.

En la Red planeamos ir a ese aniversario y pusimos por delante la presentación del libro Entre las Cenizas. Historias de Vida en Tiempos de Muerte. Solicitamos medidas del incipiente mecanismo federal de protección a periodistas. Definimos que fuera Pepe Jiménez el responsable de la seguridad del grupo y el interlocutor con la policía federal. En el mecanismo insistían en tener los nombres de los periodistas que iríamos. También nos lo preguntaban colegas de Veracruz, preocupados de que se andaba rumorando entre pasillos que nos iban a mandar los de Antorcha Campesina y a los zetas para que no llegáramos.

“Diles que van Rodolfo Walsh, Kapuscinski, y Truman Capote”, les dije cuando me cansé de la insistencia. Unos días antes, en un café que está cerca de Serapaz, Marcela y yo evaluamos todos los mensajes y dijimos: “hay que ir”. Pero íbamos con miedo. Al salir de la Ciudad de México, escribí en un post en Facebook que decía que cualquier cosa que nos pasara sería culpa de Duarte y me gané tener marcaje personal de una funcionaria de la Comisión de Derechos Humanos que no me dejaba ni cruzar la calle sola.

En ese viaje conocimos a Sayda Chiñas, quien me contó que el dueño de su medio, un pequeñito medio en Coatzacoalcos, era un político local. En diciembre de 2013 cuando un financiamiento de Free Press Unlimited nos permitió organizar un encuentro de periodistas en la Ciudad de México, invitamos a Sayda y a otros 12 periodistas del estado. La delegación de Veracruz fue la más grande de todas. Y no imaginábamos que volveríamos a encontrarnos apenas dos meses después, en febrero de 2014, cuando asesinaron a Gregorio Jiménez de la Cruz, corresponsal de Notisur, el medio donde Sayda trabajaba.

Yo entonces daba clases en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García e interrumpí una clase cuando vi mensajes urgentes de Veracruz. Eso me valió el más incomprensible reclamo del director académico: “parece que estás más ocupada en salvar vidas que en dar clases”.

Hicimos la Misión de Observación a la que fuimos 17 periodistas. Luego, Sayda, Norma, Jade y yo presentamos el caso de Veracruz en el Tribunal Permanente de los Pueblos.

Artículo 19 decidió ir a Veracruz hasta después del asesinato de Moisés Sánchez, en enero de 2015. Siempre les he reclamado que llegaron tres años tarde, aunque me alegra que lo hayan hecho. También llegó Freedom House y el mecanismo federal, a descoser las pocas costuras que habían logrado hacerse en medio de la desconfianza en el gremio. Muchos más han llegado estos años a hacer informes y reportajes de libertad de expresión. Nunca entendieron que había que presionar fuerte al gobernador, a Gina Domínguez, a Arturo Bermúdez, a Erick Lagos, y a todos los que ahora, tras la caída de Javier Duarte, comienzan a investigarse.

En julio de 2015, el asesinato de Rubén Espinosa cimbró de varias formas al equipo de PdP. A través de la beca Mike O’Connor para investigar el homicidio, pude recorrer Veracruz de norte a sur y hablar con muchos periodistas durante 2016 que me permitieron conocer más a fondo las dinámicas de los medios.

En estos años he aprendido que hay que vivir en Xalapa para entender el miedo y la aparente paranoia de los reporteros de Veracruz. También he aprendido que todo lo que ahora nos parece un escándalo de portada en medios nacionales, muchos periodistas de allá lo habían publicado.

Ahora, algunos medios se dan el lujo de adjudicarse inexistentes unidades de investigación para presumir reportajes de fosas hechos por reporteros locales. Otros, como Animal Político y Aristegui Noticias, han documentado ampliamente la corrupción de Duarte y sus funcionarios cercanos. Me alegra que lo hagan, pero no puedo dejar de pensar que, como Artículo 19, los grandes medios llegaron tarde. Tampoco puedo dejar de pensar que ese trabajo ya lo hicieron mucho antes, cuando el grupo estaba en el poder, valientes periodistas que mantuvieron la independencia.

Ahí están las notas de Regina, de Ignacio Carvajal, de Rodrigo Soberanes, Norma Trujillo, Édgar Escamilla y varios más. Ahí están las fotos de Rubén, Raziel, Israel, Félix y una larga lista. Lo dijeron y lo dijeron. Incluso, los que no podían publicar en sus medios porque éstos disfrutaban de jugosos contratos de publicidad, lo fueron a contar a los talleres y a las marchas para que otros lo dijéramos. Ese trabajo, invisibilizado por la gran prensa nacional, ha sido clave para que hoy tengamos las imágenes del invariablemente sonriente Javier Duarte en la cárcel.

Mi última adquisición para la carpeta de “entrañables” de Veracruz fue Miguel León, un chamaco al que le tocó estrenarse en el periodismo con el caso de Tierra Blanca y que no ha dejado de documentar historias de desaparecidos en los 16 meses que lleva de reportero. Hace un año, Miguel recibió el primer Premio Regina Martínez entregado por el Colectivo Voz Alterna. Fue una ceremonia inolvidable, surreal: en la plaza, con el sol a plomo, sin templete y con un montón de reporteros apretujados para poner su grabadora, mientras un grupo de manifestantes sin demandas concretas bloqueaba la calle.

“Me imaginaba que iba a ser de otro modo, como más formal”, me dijo Miguel más tarde. “Pero cuando me entregaron el reconocimiento me di cuenta de que es, sobre todo, una gran responsabilidad”.

Y sí. Es una gran responsabilidad. Porque la muerte de Regina abrió la caja de Pandora de Veracruz.

Este año, el Colectivo Voz Alterna entregará por segunda vez el reconocimiento que lleva su nombre y seguramente será igual: en la calle, entre mil chambas, como guerreros que son esos periodistas que han aguantado todo, pérdidas de amigos, presiones, hostigamiento, miedo, rabia, dolor, y que a pesar de todo, se niegan a tirar la toalla y siguen peleando porque algo cambie.

Porque así es esta maldita profesión que tenemos.

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