Elisa RUIZ HERNÁNDEZ / Fotografía: EZEQUIEL LEYVA
OAXACA, Oax. (sucedióenoaxaca.com).- En el año 2003, cinco antes de su partida, el escritor zapoteca Andrés Henestrosa donó más de 30 mil títulos de su biblioteca personal a la Fundación Alfredo Harp Helú, con los cuales se creó la Biblioteca Andrés Henestrosa situada en la Casa de la Ciudad.
Hablar de una donación es un eufemismo, pues trascendió que en realidad se trató de una venta al ex banquero y filántropo que fue además su amigo y benefactor.
A propósito de la apertura de la mencionada biblioteca, Henestrosa, que para entonces iba a cumplir 97 años de edad, declaró en entrevista: «Yo soy los libros que he leído. Estoy hecho de palabras y libros, el otro pan que alimenta. Los libros que son la cima y corona de la inteligencia humana. La obra más perfecta del hombre. El libro no solo agranda el mundo; lo embellece».
Y su mayor recomendación, dijo, que las personas lean, porque así «uno vivir con los que vivieron hace siglos; desde un rincón se puede estar en todas partes. Los libros nos llevan a convertirnos en un ser del que no teníamos noticias; ni habíamos soñado ser. Por eso siempre aconsejo a quien quiera y pueda escucharme, que lea. A pesar de mis años, leo en la mañana, en la siesta y durante la noche. Así me hice escritor, porque quien lee libros, acaba por escribirlos».
Cuando cumplió 100 años Henestrosa, nacido el 30 de noviembre de 1906 en San Francisco Ixhuatán en el Istmo de Tehuantepec, fue objeto de un amplio ensayo escrito por el poeta Adolfo Castañón en la Revista de la Universidad de la UNAM.
Al recordar este 10 de enero el séptimo aniversario luctuoso del autor del libro de leyendas Los hombres que dispersó la danza, recuperamos parte del ensayo del también crítico literario donde cuestiona al tiempo que elogia la forma de escribir de Henestrosa, considerado uno de los mayores escritores que ha dado Oaxaca.
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Su lenguaje es pobre, mas lleno de savia y de sabor
Del arte de escribir de Andrés no hay qué decir sino que lo domina con instinto primitivo. Su lenguaje es pobre, más lleno de savia y de sabor. Escribe en lengua; quiere decirse con más recursos hablados que escritos. Su sintaxis es irregular; sus frases, a veces, se telescopian, como buscando calor para no salir solas y perderse.
Los adjetivos son escasos y los diminutivos no existen. Tiene el sentido de las proporciones y del equilibrio. Escribe cuando le da la gana y lo hace con trabajo, como venciendo repugnancias interiores. Es que piensa y siente en indio. El concepto y la imagen se le presentan en zapoteca. Tiene que luchar por traducirse a sí mismo. De la síntesis de su lenguaje interior tiene que ir al análisis de su lenguaje exterior. En este tránsito sufre. Los ojos se le hacen más chiquitos, balbucea alguna palabra juchiteca y empieza a llenar cuartillas.
Cuando ha terminado de poner en el papel lo que quiere, viene la tarea terrible del artista inconforme que anhela arreglar las palabras con gusto y disposición. Su tenacidad vence las dificultades. La emoción no se evapora, antes queda presa en las páginas que compone.
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No he logrado un renglón que me sobreviva
Cuando se acercaba a cumplir los cien años, y ante la terrible certeza de que la muerte acechaba, Henestrosa expresó: «Antes de cumplir los cien, una madrugada, una tarde, una noche, espero que llegue Dios y me bese la frente y me dicte una palabra, una sola frase que me sobreviva. No he logrado un renglón siquiera que me sobreviva, pero en esas estoy».
[pull_quote_center]Y lanzó una recomendación con base en su experiencia que de ser «un indio que capaba marranos», se convirtió en «un muchachito muy listo» que llegó a ser escritor: «Un peso lo gastaba así: cincuenta centavos para pan y cincuenta para libros. Me atrevo a aconsejar que así se gaste el dinero, porque es reducido el mundo de quien no lee».[/pull_quote_center]