OAXACA, (pagina3.mx).- En las redes sociales se encuentran miles de textos y comentarios, y este sábado resaltó un relato basado en la vida real de niños y niñas de Oaxaca que se encuentran internos en un hospital. En su muro de Faccebok, Arturo Fajardo cuenta una historia de vida que vale la pena compartir. Intitulada «Los continentes», se la presentamos a continuación, con la autorización previa del autor.
Las historias están en el aire y esta me llegó a mí de esa forma, por un rumor. Por casualidades del destino pude escucharla de viva voz, la comparto.
LUNES
– ¿Maestra, le puedo preguntar algo?, dijo la voz que salía debajo de una sábana, ¿Me podría decir qué es un continente?
Malhumorada, enojada tal vez, porque eran cerca de las dos de la tarde y ya le urgía irse, Hortencia volteó hacia la cama de donde venía la voz y dijo: -Mmm, un continente es una extensión muy grande de tierra rodeada de agua, en nuestro planeta hay cinco, bueno seis porque últimamente a la Antártida se le conoce también como un continente.
Luis, sacando la cabeza morena escondida debajo de la sábana, simplemente le dijo : -No te entiendo. -¿Me podrías explicar más?
La maestra cortó rápido la comunicación, le dijo algo así como “mañana te explico” y se fue sin más dilación.
Tenía la prisa clásica del maestro de primaria, terminar e irse lo más rápido posible. En algunos casos los maestros trabajan en las tardes y salen corriendo para comer algo y llegar al otro sitio de trabajo. No era el caso de ella. Simplemente no le gustaba estar ahí.
Hortencia entró a la Escuela Normal porque un tío le había ayudado a entrar. Su padre había muerto hacía poco tiempo y la madre interesada en un futuro estable para su hija, estuvo de acuerdo porque consideraba una oportunidad entrar al Sistema Educativo Nacional, a sabiendas que habría que vivir con los paros y demás actividades sindicales.
Hortencia estudió la carrera de maestra sin mayor mérito. No se visualizó nunca frente a grupo, ni siquiera sabía conforme el tiempo transcurría, por que aceptó estudiar para maestra. No le gustaban los niños, odiaba el tema educativo y para colmo no se sentía a gusto con el ambiente combativo de sus demás compañeros.
Cuando Hortencia egresó de la Normal, otra vez con ayuda del tío pudo ser asignada a un nuevo proyecto que el Instituto de Educación estaba llevando a cabo, un proyecto en el que el maestro es asignado durante un tiempo a un hospital y atiende a los niños que se encuentran encamados o en consulta para que durante su estancia sigan estudiando. Es un programa implementado en varios hospitales desde hace algunos años y ha servido como plataforma de ayuda para estos menores.
Hortencia recordó por la noche el pedido imprevisto de los continentes y buscó entre sus libros de niña más información sobre los dichosos continentes; si bien es cierto que tenía material de sobra propio de sus estudios, ella recordó nostálgicamente, los momentos cuando su padre veía y volvía a ver el viejo atlas y le hablaba de viajes que nunca alcanzó a realizar. Encontró el libro lleno de polvo y telarañas, lo limpió y lo recorrió por horas pensando en su padre.
MARTES, AMÉRICA Y LA ANTÁRTIDA
La niña de la cama contigua se levantó a escuchar la explicación sobre los continentes. Estaban hablando de América, comenzaron por el Polo Norte y terminaron en Ushuaia. -¿Y ahí acaba todo? Preguntó Luis. – Pues no precisamente, fíjate que ahí cerquita se llega a otro continente, La Antártida, un continente formado por puro hielo.
-Ha de hacer mucho frío, dijo Lupita, la niña de la cama contigua.
-Si, hace mucho frío, además ahí viven los pingüinos y otras aves, acotó Hortencia.
Varias horas hablaron, además les mostró mapas de varios sitos. Hablaron inclusive de Oaxaca y de las regiones.
Luis comentó que su abuela nunca había querido a su madre por ser serrana, pero que a él si lo querían. Nunca había podido entender por qué a él sí y a su madre no. Su madre, vendía chapulines en el mercado del centro.
MIÉRCOLES, EUROPA Y ASIA
El miércoles ya había varios niños alrededor de la cama esperando a la maestra. Habían usado pretextos para no asistir con la otra maestra al aula del hospital. Ese día hablaron de Europa y Asia. En una ocurrencia de último minuto, Hortencia había llevado una caja de colores y un mapa al cual hubo de sacarle copias de último momento en la administración para que los nuevos alumnos también iluminaran compartiendo la única caja de seis colores existente.
Europa, dijo, era el lugar de donde los españoles habían llegado. Hablaron de la edad media y las cruzadas. Hablaron durante varias horas de manera tan amena que los efectos de las quimioterapias en sus pacientes casi no se evidenciaron.
Y según ella misma me platicó, un cambio comenzó a suceder dentro de ella. Me dijo mientras recordaba con los ojos cerrados, que se dio cuenta de lo poderosa que era. Desde ese sitio terrible su voz podía llevar a un niño a un viaje imaginario, tal como a ella la llevaba su padre. Se dio cuenta, que por un momento podía transportar a cualquier niño a otra parte del mundo, que su voz podía ser la mejor medicina que un paciente como Luis podría tener. Y que en ese momento encontró como por arte divino su lugar en el mundo. Sería de ahora en adelante maestra, pero no quería estar en un salón de clases, sino ahí, en el hospital.
Se despidió de Luis, el niño moreno que ya lograba sentarse y participaba en las discusiones sobre los continentes, los mapas y los viajes.
JUEVES, ÁFRICA
El jueves fue día de fiesta, me dijo. Luis Lupita y los demás niños ya habían traído bancos de quién sabe que parte del hospital. La enfermera de pediatría haciendo voz de enojada intentaba un regaño sin lograrlo del todo. Claramente apreciaba el esfuerzo que esta maestra joven efectuaba y valoraba el efecto logrado entre los pacientes.
África, el continente originario del ser humano, el lugar donde gacelas, antílopes, elefantes y leones tenían como casa. Hicieron máscaras de elefantes, de cebras y de antílopes usando cubrebocas y cofias que la misma enfermera se encargó de regalarles.
Armaron un baile donde Luis pudo apoyarse de otros niños e intentar caminar como gorila.
VIERNES, OCEANÍA
Se acercaba el fin de semana y había llegado el turno de hablar de los Canguros, de los Koalas, de los Demonios de Tasmania y de los Dingos.
Nuevamente hicieron una representación pero esta vez hicieron títeres de papel que ella expresamente había llevado para los doce internos de oncología.
Cuando se acercaba la tarde, hora de partir, Luis le pidió que se acercara. Le dio las gracias por toda esa semana. Le dijo que era la mejor maestra que había tenido desde siempre y ella claramente comprendió que si se entregaba de corazón a su labor, podría lograr una transformación enorme en los niños. Se despidió de Luis con un abrazo, hicieron planes para la siguiente semana y se fue a su casa a preparar el material.
Supe de Hortencia porque alguien me habló de ella. Casualmente me la encontré en un pasillo de este Instituto y la reconocí de inmediato. Me habían dicho que era gorda, de cuerpo grande, de ojos claros y manos que hablan y así precisamente la vi. Me acerqué a ella, le pregunté si ella era Hortencia, le dije quien era y le pedí, si no tenía inconveniente, que me contra esa historia que corre por estos pasillos.
Accedió, nos sentamos por espacio de media hora mientras me narraba lo que ahora comparto.
– ¿Y, qué fue de Luis?, le pregunté.
Se acerca para darme un abrazo de despedida y mientras acerca su mejilla a la mía para darme un beso, me dice: –Falleció la noche de ese viernes, mientras dormía.
Arturo Fajardo Núñez
Oaxaca Oax. A 25 de abril de 2015.
