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Alejandra Negrete: morir en el segundo día de trabajo y discriminada

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SARA PANTOJA/Proceso
MÉXICO, D.F. (apro).- La necesidad económica de Olivia Alejandra Negrete Avilés la llevó a trabajar en el lugar y el momento equivocados hasta encontrarse con la muerte en un departamento de la colonia Narvarte.
Ella fue un de las cinco víctimas que la noche del pasado 31 de julio fueron encontradas maniatadas y con un tiro en la cabeza, el mismo crimen que desde hace dos semanas la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal (PGJDF) no tiene avances claros.

A principios de 2015 entró a trabajar como ayudante a un comedor industrial por la zona del metro Chabacano, en esta capital.

Quería ganarse su propio dinero y no estar más atenida a lo que les diera el papá de su hija de 13 años, de quien estaban separadas.

“Le gustaba comprarse sus cositas. Se acababa de echar la deuda de un teléfono celular en pagos y quería empezar a ahorrar para los XV años de su hija”, cuenta Diana, su hermana menor.

Mientras las hijas, hermanas, padres, sobrinas y conocidos arreglaban las flores en su tumba, la hermana de “Ale”, como le decían, cuenta que dejó ese primer trabajo “porque la traían de un lado a otro y no le pagaron lo que le prometieron”.

Siempre alegre, en su casa todo el tiempo tenía visitas. “Era muy amiguera, todo el mundo le hablaba”, dice. Y así, entre la gente, una amiga del barrio de la zona de Chamapa, Naucalpan, en el Estado de México, la recomendó con una mujer colombiana para hacer la limpieza en el departamento donde ésta vivía.

El lunes 27 de julio fue su primer día de trabajo en el departamento 401 del número 1909 de la calle Luz Saviñón, colonia Narvarte, en la delegación Benito Juárez.

Y por ello apenas tuvo contacto con Nadia Vera, Yesenia Quiroz, Mile Virginia Martín y Esbeidy, las cuatro jóvenes que compartían la renta en ese lugar.

Diana cuenta que Alejandra era muy reservada para hablar de su trabajo. “Sólo dijo que estaba trabajando en un depa, pero no dijo dónde ni con quién”.

El acuerdo del pago fue de 300 pesos al día. No era mucho, pero sus deudas no le dejaban otra opción. Por eso regresó la mañana del viernes 31, sin saber que ya no volvería a su casa.

Aquella mañana se despertó a las 5.30 horas. Se preparó para ir a trabajar y persignó a su hija adolescente: “Que Dios te bendiga, cuídate mucho. Te amo”, fueron sus últimas palabras.

A su hija no le pareció tan raro que no le llamara por teléfono al mediodía. Sin embargo, la preocupación comenzó cuando dieron las 19:30 y no llegaba y no contestaba el teléfono. La menor se fue a casa de su hermana mayor y la angustia creció.

Unos amigos de Alejandra llamaron a su familia para decirles que al parecer algo había pasado en el departamento donde ella trabajaba. De inmediato llevaron a sus hermanos, quienes confirmaron la noticia.

También tenía una vida

A dos semanas de la muerte de su hermana mayor, Diana dice que no ha podido desahogarse. Cuenta que además del dolor por la pérdida de Alejandra, han tenido que sobrellevar la discriminación que se ha generado en los medios de comunicación.

“Sin deberla ni temerla, mi hermana estuvo en el lugar equivocado, a la hora equivocada. Ahí le tocó morir de esa forma por su necesidad”, dice.

Luego reprocha: “Todos comenzaron a llamarla ‘la doméstica’. Nadie se puso a pensar que ella tenía una vida, una familia, amigos. La vida de mi hermana valía tanto como la del fotógrafo (Rubén Espinosa) y la de la activista (Nadia Vera), pero la discriminaron”.

Tras la tragedia, la hija menor de Alejandra vivirá con su hermana mayor. Luego de la polémica, las autoridades municipales de Naucalpan y las del Gobierno del Distrito Federal se han acercado a ellas para ofrecerle becas y apoyo en sus estudios de secundaria y manutención.

“Nosotros queremos que las autoridades hagan bien su trabajo, que investiguen y se esclarezca el caso, pero ojalá que ya termine porque es muy doloroso estar así”, dice Diana.

La vida de alegría y fiesta que llevaba Alejandra se sintió ayer hasta en el panteón. Ahí, una voz y una guitarra le cantaron el “Amor eterno” y pidieron un aplauso en su nombre. Luego una porra y más aplausos.

A dos semanas de su homicidio, sus familiares ya parecían encontrar la resignación. Unos hasta bromearon: “¿Y los alcatraces que le trajimos el miércoles? “Ya se los robaron, ¡no se vale!”.

La última vez que Alejandra convivió con sus hermanos y sus padres fue el 12 de julio, cuando se reunieron en casa de Diana a festejar el cumpleaños de su madre.

“Sí, hacemos la pinche fiesta, vamos a cantar, vamos a ensayar la coreografía del Noa Noa”, les dijo entre cigarros y cerveza.

Y es que para el próximo 19 de septiembre, Alejandra y otros siete familiares ya tenían su boleto preparado para el concierto de Juan Gabriel en el Auditorio Nacional. Ahora aún no deciden si dejarán el lugar de ella vacío o convencerán a otra de sus hermanas para ir.

De cualquier forma, como dice la cruz metálica que encabeza su tumba, “Ale siempre estará en nuestro corazón”.

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