En 1990, cuando lo recogimos en el aeropuerto, además del skateboard traía unas botas Doctor Martens hasta las rodillas, la cabeza rapada y una mochila con todos los casetes de los Dead Kennedys.
Yo tenía 12 años y a mi papá le acababan de volar los sesos en un restaurante en el Bronx.
Luego los trucos de skateboard y la bandana en la cabeza.
El mundo se había convertido en un lugar extraño y traicionero, y las caras felices que lo poblaban eran las muecas bobaliconas de la incertidumbre.
Mi primo Alejandro llegaba cada verano de Estados Unidos con sus últimos descubrimientos.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/09/25/eps/1443198764_227056.html