Un torpedo al cinismo que todo lo reduce a églogas para corazones flácidos.
Nada podía alterar la música que manaba del escenario, reverenciado en sí mismo como un dios pagano.
Dos horas duró el placer.
Y de remate la voz, las voces, una misma voz, la de Sufjan, doblada y con eco, que añadía un toque entre fantasmagórico e infantil, de tenue cuento mágico, a la narración de introspecciones que pautó el recital.
En un mundo donde nada parecía ser lo que realmente era, Sufjan Stevens clavó literalmente a sus asientos a 3.140 personas, que maniatadas por el delicadísimo ambiente de filigrana orfebre tejido por el norteamericano acallaron hasta el sonido de sus sentimientos.
Fuente: http://elpais.com/ccaa/2015/09/30/catalunya/1443605166_295995.html