Eduardo Bautista
OAXACA, (#página3.mx).- Con el riesgo de simplificar, observamos dos dimensiones de la política en Oaxaca; dos dimensiones desconectadas entre sí. La primera, la política de arriba, de los ex gobernadores y sus grupos políticos que se mueven al interior del PRI y de los demás partidos, y en otra dimensión, la política de la mayoría de la gente que no se identifica con los de arriba.La primera dimensión tiene que ver con las pugnas de los grupos políticos y los desesperados afanes de imponer candidatos para las próximas elecciones locales, por la gubernatura, por el congreso y las principales presidencias municipales, lo que anticipa conflictos no solo entre los partidos contendientes sino al interior de los mismos.
En este enredo, los divisionismos al interior del PRI y de los partidos aliancistas son un dolor de cabeza para los ex gobernadores y sus grupos que buscan imponer hijos, compadres, cómplices, etcétera, porque esperan cuotas y beneficios de las próximas elecciones y de la recomposición del aparato estatal según sus conveniencias personales, situación que agrava las pugnas y rencillas al interior de los grupos.
Los beneficios de unos cuantos, no lo son para la mayoría de la gente, que apuesta más a los beneficios colectivos y equitativos. Oaxaca no puede cambiar por si sola, ni por la voluntad de un gobernante ni de un partido ni de una alianza de partidos.
La gran lección la tenemos en la reciente experiencia de alternancia que se redujo a un gobierno de cuotas y sin rumbo, en donde las grandes expectativas se convirtieron en grandes frustraciones para la mayoría de la gente.
Luego entonces el verdadero cambio político y la democratización no pueden quedar en manos de Murat, ni de Ulises, ni de Diódoro, ni de Peña, ni de Andrés Manuel y sus respectivos candidatos entre los que no hay muchas diferencias y por el contrario comparten una seria patología de culto al personalismo, como si el cambio dependiera de su voluntad o del manejo frívolo de su imagen en los espectaculares que inundan la ciudad y contaminan el paisaje.
La regresión no solamente es que gane el PRI, tampoco que gane el PRI disfrazado de oposición, sino que la inercia ciudadana vuelva a ser cautiva de los propagandas huecas y de los clientelismos históricos o de las esperanzas mesiánicas en que el cambio depende de la voluntad de una sola persona.
Afortunadamente en el momento actual, no hay certidumbre política para ninguno de los partidos y la lección más constructiva es que el futuro colectivo no puede quedar en manos de una gente ni de un pequeño grupo de poder; el rumbo del presente y del futuro nos corresponde a todos y el reto es colectivo, por ello, la importancia de la segunda dimensión de la política.
Se trata de la política de abajo, del grueso de la población desencantada con la política de los partidos y los gobiernos. Esta dimensión se muestra en diversas gradaciones; desde quienes tienen desinterés y escepticismo respecto a la política dominante hasta quienes están enojados de tanta mentira y corrupción, y procuran formas alternativas de organización.
La teoría nos dice que los cambios ocurren a partir de los descontentos y no del conformismo ni de la resignación; que los cambios vienen siempre desde abajo, de las oleadas de participación; para ello habría que leer con detenimiento una y otra vez el 2006, de los desenlaces del conflicto y de los demás conflictos que suceden, de las luchas emergentes y de las nuevas formas de organización.
No hay purismo ni el proceso está exento de contradicciones, pero en eso estriba la posibilidad de releer los conflictos y movimientos como generadores de cambios, de nuevas institucionalidades aún con toda su fragilidad; aunque estas instituciones sean socavadas por los viejos protagonismos y los nuevos arrebatos, puesto que siempre abren pequeños márgenes para verdaderos cambios.
Es de esperar que la política de arriba, de los partidos y gobernantes, con sus divisionismos por egoísmos personalistas, terminen con enroques de coyuntura entre los protagonistas que esperan algún golpe de suerte, pero que para lograrlo ceden momentáneamente en alianzas frágiles para continuar con el reparto de Oaxaca en un ambiente que ellos llaman “de gobernabilidad” para que todo termine nuevamente en un cambio postizo.
Por tanto, desde abajo se tendría que apostar al aprendizaje colectivo de las muchas experiencias, de las desobediencias, de las denuncias de la corrupción, de los descontentos ante la impunidad, de las exigencias de justicia y aplicación de la ley de manera equitativa, de los inconformes ante la desigualdad, de todas las experiencias de luchas colectivas que siguen siendo libros abiertos para sortear equívocos y buscar nuevas rutas para cambios verdaderos.
Investigador del IISUABJO
sociologouam@yahoo.com.mx