Leo en el muro de una calle, en letras minúsculas algo borrosas, un mensaje lapidario: Este pobre país, que ovaciona papas y vota por el PRI .
Algo me obliga a detenerme, a releer y a aceptar que la necesidad de creer con frecuencia se confunde con la necesidad de obedecer.
Obedecemos para al final hacernos a la idea de que creemos, en esa fe cuya fragilidad inevitablemente se queda en concepto y no en forma de mejorar la existencia, tanto en lo religioso como en lo político.
Se volvió a hablar hasta el cansancio de la dignidad humana, aunque ésta sea agraviada a diario con el pretexto de la economía, el mercado y la libertad; conquista histórica, pero condicionada, mientras Estado y religiones, celosos de su poder, vigilan nuestra conducta individual y el siempre redituable libre albedrío o ilusoria capacidad de decidir.
Cero y van tres los pontífices de Roma que tienen a bien visitar nuestro país, uno de los más creyentes y contradictorios del orbe: el primero, carismático; otro, senil y distante, y el más reciente, ya sin la soberbia de los dos primeros, aunque todos con rasgos comunes: llenarse la boca de la palabra justicia, pretender consolar a los dolientes y pedir perdón, cada uno a su manera, pero jamás reflexionar en voz alta con respeto por la inteligencia, incluso de los piadosos.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/02/22/opinion/032o1soc