Durante unos años, en diversos sitios del mundo, vi con frecuencia a Umberto Eco, si bien nunca hablé con él.
No volví a ver a Umberto Eco, ni de cerca ni de lejos, así que nunca pude darle las gracias por todas las cosas que había aprendido de él.
Mientras esperaba la comunicación el dignatario me hizo un gesto de disculpa, añadiendo en voz baja, con un orgullo íntimo que le encendía la cara: “Es Umberto Eco”.
Qué pena no haber estrechado nunca la mano de Umberto Eco.
“Justo detrás de ti está Umberto Eco”.
Fuente: http://elpais.com/cultura/2016/02/24/babelia/1456335633_431000.html