Pero quien fue más allá, sin respeto alguno para la condición de Anabel como mujer, madre, trabajadora y víctima, fue José Abellá, cordobés dueño del diario El Buen Tono, quien fue el primero en criminalizar a la periodista al involucrarla con una célula delincuencial que opera en la zona centro del estado.
“Le pagábamos como freelance”, dijeron en El Sol de Córdoba, como si ello atenuara la magnitud del feminicidio o sirviera para desestimar su participación en el gremio y con ello marcar distancia de las presuntas actividades de Anabel fuera del ámbito periodístico, como se apresuraron a madrugar también las autoridades ministeriales.
El asesinato de la periodista Anabel Flores, número 17 en la cuenta de homicidios de reporteros a lo largo del sexenio, no sólo fue objeto de atención de la opinión pública por el reprobable hecho en sí mismo, sino por la particular forma en que fue denostada por uno de sus empleadores, el deslinde que de ella hicieron directivos de otros medios en los que colaboraba y la manera apresurada y automática en que la Fiscalía General del Estado vinculó el delito con la delincuencia organizada.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/02/18/opinion/034o1est