No conocí ser más adictivo que Elena Garro; cuando la traté la viví como una droga, con necesidad y angustia.
Me quedo con la Elena Garro de mi juventud, la gallarda, la avasalladora, la furiosa, la que seducía con sólo hacer su entrada.
Por la enfermedad de mi madre no pude ir al sepelio de Elena Garro el domingo 23 de agosto de 1998, en Cuernavaca, pero acompañé a Helena Paz en su dolor.
La conocí junto a Octavio Paz en 1954.
Elena Garro es nuestro Marcel Schwob, nuestro Jules Renard, nuestro Jean Giraudoux, nuestra Alicia en el país de las maravillas, pero es también el Juan Rulfo femenino, a todas luces, la gran escritora mexicana, la que todo poetiza y transforma.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/03/13/opinion/a03a1cul