Centenares de miles de brasileños se manifestaron ayer en las principales ciudades del país para exigir la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, cuyo periodo constitucional concluye en 2018.
Es claro que el primer factor para explicar la magnitud de las protestas referidas reside en la erosión y la descomposición que afecta al gobernante Partido de los Trabajadores (PT) tras más de 12 años en el poder.
Sin embargo, no puede ignorarse que las presentes protestas por la salida del gobierno se sustentan no sólo en el legítimo descontento popular, sino que son impulsadas por una intensa campaña desde los medios de información hegemónicos con el inocultable designio de alimentar de manera artificial la indignación ciudadana.
En este sentido resulta innegable que los multiplicados casos de corrupción oficial y la pérdida de coherencia ideológica en las administraciones emanadas de dicho organismo político han creado un distanciamiento real entre gobierno y sociedad.
La mayor marcha fue en el estado de Sao Paulo, bastión tradicional de la derecha, donde se calcula que casi millón y medio de personas rechazaron la permanencia de la mandataria en el cargo tras los señalamientos de corrupción que enfrentan ella y su antecesor, Luiz Inacio Lula da Silva.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/03/14/opinion/002a1edi