Las pandillas, tanto en El Salvador como en Guatemala y Honduras, sustituyen a la familia como clan extendido y poderoso.
Porque esta es una guerra, distinta en su naturaleza a la que el país vivió en los años ochenta, pero una guerra al fin y al cabo, con miles de muertos, y que si tiene por teatro los barrios de la capital, amenaza con extenderse a las áreas rurales: una guerra singular, porque los estados mayores de las bandas en conflicto dirigen las operaciones desde las cárceles, en guerra entre ellas, y en guerra con el Estado.
Los gobiernos de Arena ensayaron la mano dura contra ellas; el FMLN, fuera de la mano dura, no parece tener otras respuestas.
Los transportistas pagaron en 2014 unos 30 millones de dólares a los pandilleros como compra de protección.
Como en el cuento El hombre ilustrado, de Ray Bradbury, cada una de las figuras tatuadas en la piel cuenta su propia historia, tiene su propia vida.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2016/04/14/opinion/015a2pol