Y ahora, además, puedo decirlo con conocimiento de causa: en mi caso, el embarazo no fue el camino de rosas que me habían pintado desde la infancia.
No puedo salir, no puedo fumar, no puedo montar en bicicleta… Pero eso no es lo peor.
Al contrario, me lo habían vendido como una escala maravillosa e ilusionante en el camino hacia la maternidad.
Y eso que al mismo tiempo tuvo que atender a mi abuela, ingresada en un hospital durante mi embarazo.
Mi embarazo, que terminó con el nacimiento de Violeta y Damià, solo es el hilo conductor.
Fuente: http://verne.elpais.com/verne/2016/05/03/articulo/1462275669_197178.html