El lenguaje del odio desnaturaliza el fin democrático del parlamento (parlamento, recuérdese, viene de parliamentum, habla).
En este país, donde tanto y con tan funestas consecuencias se ha practicado el odio, deberíamos haber aprendido ya que el lenguaje del odio no produce nada, salvo más odio, desprecio y desafección política.
Prolifera en la política el lenguaje del odio.
En el lenguaje del odio se confunde el acto de hablar, cuyo fin es construir sentido, con el acto violento, cuyo fin es destruir.
Cuando el lenguaje de la injuria, utilizado para ofender, se traslada al parlamento, no solo se estigmatiza y subordina al agraviado, sino que se excluye la posibilidad de una respuesta.
Fuente original: Parlamento: El lenguaje del odio | Opinión | EL PAÍS