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La Marcha de las Putas, muy lejos de la histeria

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Amanda Rosa Pérez Morales

El pasado domingo, estuve en mi primera marcha feminista. Fui preparada para lo siguiente: ver a un montón de mujeres histéricas, echando porras sin sentido; ver destrozos, peticiones irracionales; ver la indiferencia de aquellos que estaban a los costados, los transeúntes, el público incrédulo ante las mujeres agitadas. Preparada para que mi novio no pudiera ni acercarse porque las feminazis se lo comerían vivo; para llegar a mi casa y preguntarme, ¿cuál es el sentido de una marcha? Estaba preparada para todo eso, porque mi prejuicio estaba marcado por las observaciones en las redes; por la campaña mediática que se hace en contra de esos eventos; y, sobre todas las cosas, por los comentarios en extremo radicales y sin sentido de muchas feministas.

Sin embargo, de todo aquello que me perturbada, lo único que siguió siendo una incógnita en ese momento fue el sentido de las marchas, porque la verdad, lo otro, se despejó de la misma forma que se despejó el cielo de Puebla a la una de la tarde el 14 de octubre.

Soy estudiante de doctorado en Filosofía. Y puedo entender lo que significa, en muchas ocasiones, ser víctima no del desprecio, sino del exceso de positividad ante mi género, es decir, que hago las cosas demasiado bien para ser mujer; escribo muy bien para ser mujer; y es maravilloso que una mujer esté estudiando un posgrado en Filosofía. A eso le puedo sumar los estigmas culturales. Como soy cubana, al exceso de positividad ante mi posición como estudiante de Filosofía y escritora, se le suma la deliciosa sensualidad de las cubanas que tomamos ron, bailamos provocativamente y sonsacamos a todo hombre que se nos ponga adelante; sin contar que cualquier pareja extranjera que tengamos cumple únicamente el objetivo de posibilitar nuestra estadía en otro país. ¡Qué belleza!

No obstante, nada de eso había cambiado mi punto de vista respecto a este tipo de organizaciones o actividades. Carecían de sentido debido a que no eran capaces de llegarles a la masa; a las mujeres no involucradas directamente. Pero después del domingo debo reconocer que mi perspectiva, en ciertos aspectos, cambió.

No vi a ninguna mujer histérica, ni escuché peticiones sin sentido. Todo lo contrario. Las mujeres y los hombres involucrados en la Marcha de las Putas, pedían cosas concretas: la aprobación del aborto; el cese de la matanza de mujeres; la igualdad de derechos; la libertad de poder expresarse corporalmente. En una palabra: RESPETO. Y esa es una palabra que yo, intencionalmente redundante, respeto mucho. Entonces, me vi gritando y echando porras con ellas; enredándome un pañuelo verde en el cuello, apoyando casi todo lo que decían; siendo parte de un evento, claramente justo. Luego de la caminata, nos estacionamos en El Carmen. Ahí pude constatar que de locas no tenían nada. Paulina, que estaba embarazada, lleva desaparecida tres años. A Nayeli, su marido la asesinó despiadadamente y ahora quiere que le den la custodia de su hija. A Meztli le metieron un balazo en la cabeza. Una estudiante acusó a un profesor de violentarla a ella y a sus compañeras. A una de las prostitutas del centro de Puebla (o servidoras sexuales, o trabajadoras sexuales, la categoría para mí no importa, sino el hecho de que es un ser humano) no cesan de acosarla y ridiculizarla como parásito de la sociedad. Ellas cuatro compartieron con todos sus experiencias; cómo van los procesos de cada una; y, sin dramatismos, exhortaron al apoyo de aquellos que estábamos escuchando. Estos son los cuatro ejemplos que se visibilizaron el domingo, pero historias hay muchas. Cuentos que te llegan por terceras personas, o que una misma vive o sufre junto a una conocida. Preocuparse por estas cuestiones para alzar la voz e intentar buscar soluciones –sean cuales sean– me parece racionalmente aceptable. No hay nada sensiblero ni desbordado aquí.

Ahora bien, ¿por qué, en ciertas ocasiones, aflora la pasión desbordada, la histeria, la radicalidad? Simple: impotencia. Los espectadores de la Marcha de las Putas se dividían en tres bandos: i) las señoras que desde las ventanas, o en la misma acera, alzaban los brazos, gritaban y aplaudían –yo no vi a ningún hombre, obviando a los que eran parte de la marcha, apoyar al menos con la mirada–; ii) los que nos observaban con desprecio y cinismo mientras grababan videos para subir a las redes –muchos de ellos, policías–; y iii) otro grupo que “apoyaba” tomando fotos, mientras sonreían por lo bonitas que se vislumbran las mujeres cuando chillan, brincan, se sueltan el cabello y se mueven sensualmente al compás de los tambores. Un apoyo similar al apoyo que a veces recibo por ser una “exótica” filósofa escritora cubana de veintiocho años. Eso desemboca en unos deseos casi incontenibles de, como fiera, lanzarse sobre ese otro que observa despectivamente. Y, lejos de justificar esa actitud, a favor debo decir que NO TODOS son capaces de reprimir ciertos instintos. El ser humano tiene ese lado pasional, animal, que se materializa en su propia corporalidad. Pedir que todos reaccionen de la misma manera es imposible, sea donde sea. He llegado a pensar que algún día, yo, quien pienso mucho las cosas, saltaré sobre alguien porque no puedo vestirme como quiero; no puedo hablar como quiero; no puedo salir sola si quiero; no puedo defenderme en caso de que me agredan, porque la ley no me va a amparar. Creo que lo mismo ocurriría bajo otras circunstancias: que abusen de alguien repetidas veces en un centro laboral o en su núcleo familiar, o cuando se deprime… no sé…. No creo que sea algo netamente de las mujeres feministas. Opino que es una característica de ciertas y determinadas personas, hombres, mujeres, animales, ¡plantas! Hay veces en que la agresividad es una forma de protección. De ahí que en la marcha los hombres participantes tuvieran que ir a los lados o hasta atrás, detalle con el cual no estoy ni estaré de acuerdo, o que hubieran porras como: “si el Papa fuera mujer, estuviera aprobado el aborto”. La inconsciencia no tiene sexo. La inconsciencia es una forma de vivir. Sin embargo, yo no vi fieras incontenidas, irracionales; esta vez, por lo menos, yo sólo vi personas exigiendo derechos. Y bailando, eso sí. Las porras más radicales, no son más que metáforas, o al menos yo las interpreté de esa forma. No es adecuado entender textualmente todo lo que se dice, sino de comprender el mensaje subterráneo que se oculta en cada idea.

Nota completa: https://ladobe.com.mx/2018/10/la-marcha-de-las-putas-muy-lejos-de-la-histeria/

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