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De acuerdo con el INEGI, hay 881 mil hogares en donde una niña o niño comió solo una vez al día o dejó de comer todo el día. Asimismo, en 10.75 millones de los hogares mexicanos donde alguno de los integrantes es un niño se tuvieron dificultades para satisfacer sus necesidades alimentarias. Seguimos sin resolver lo fundamental: erradicar el hambre.
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A pesar de todos los programas alimentarios y de que los datos oficiales estiman una ligera recuperación en el ingreso de los hogares más pobres, en todo el país hay personas que no tienen nada que comer y en millones de hogares existe la genuina preocupación de quedarse sin recursos para poder alimentarse.
En ese sentido, la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto en los Hogares (ENIGH, 2016), presentada recientemente por el Inegi, da cuenta no de un país en proceso de recuperación de la pobreza sino, por el contrario, de un modelo que reproduce estructuralmente la pobreza y la desigualdad.
El miedo a no comer
Es difícil imaginar cómo puede ejercerse la libertad cuando se vive con el miedo permanente de quedarse sin recursos para comer. Amartya Sen señalaba precisamente que la libertad de agencia es tener la posibilidad de plantearse proyectos autónomos de vida, pero que ello requiere de la satisfacción mínima de las necesidades básicas (libertad de bienestar). Eso está fracturado en nuestro país.
En efecto, de acuerdo con el Inegi, 42.4% de los hogares señalan haber tenido preocupación, en los tres meses previos a la encuesta, de que la comida se acabara. De hecho, el instituto estima que en ocho entidades 50% o más de los hogares manifestaron dicho temor: en Tabasco, 63.3%; en Oaxaca, 60.4%; en Guerrero, 55.5%; en Chiapas, 55.1%; en Campeche, 50.8%; en Tlaxcala, 50.5%; en Veracruz, 50.5% y en Hidalgo, 49.8%.
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