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Jóvenes que buscan: la desaparición y el dolor en una generación

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#AlianzadeMedios

Texto y e imágenes: Efraín Tzuc

Huitzuco.- Es poco más de la una de la tarde y el sol aprieta en el cerro de la Antena de los Timbres, en el municipio de Huitzuco, Guerrero. Kevin Guzmán, de 19 años, y Karina Morales, de 25, escarban con sus manos dentro de una fosa clandestina mientras un perímetro de familiares de personas desaparecidas, voluntarios – a quienes se les llama solidarios – y periodistas guían y observan las labores.

A diferencia de las pasadas búsquedas, en esta ocasión el número de brigadistas es mayor, resaltando rostros cada vez más jóvenes que contrastan con la imagen ampliamente difundida de las madres que buscan a sus hijos e hijas desaparecidas. En la Cuarta Brigada Nacional de Búsqueda de personas Desaparecidas también están hijos, hijas o hermanos y hermanas de un desaparecido. A las personas jóvenes presentes les une el haber crecido en la década más violenta del país.

Jóvenes que acompañan, pero también jóvenes que desaparecen. Según datos del extinto Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas, RNPED (la única base pública del Gobierno Federal que puede ser consultada), hasta abril del 2018 el 40.3% de las personas desaparecidas se encontraba entre los 15 y 29 años de edad.

Desaparecer en una misma
Karina tenía 18 años cuando su hermana desapareció, justo la edad que tiene ahora Kevin, el chico con el que desenterró el único cuerpo localizado en el cerro de la Antena de los Timbres. Viridiana Morales Rodríguez tenía 21 años cuando desapareció en San Pedro Tlanixco, Estado de México el 12 de agosto de 2012, “hace seis años, cinco meses”, me dice Karina Morales, como si ya no hiciera falta el cálculo mental y los meses solo se apilaran en su cabeza.

Cuenta que cuando recién desapareció Viridiana, familiares, amigos y autoridades por igual le preguntaban por su mamá y le pedían que la cuidara; ella se hizo tan responsable de que su mamá estuviera bien que se olvidó de sí misma, olvidó que Viridiana también es su hermana. Karina recuerda que tuvo que dejar sus estudios en docencia porque era muy doloroso ir a la escuela sabiendo que su hermana no estaría en la facultad de a lado, la de psicología, en donde incluso a la fecha hay un mural con su rostro. También cuenta que se aisló mucho. “Yo sentía que nadie me entendía. No quería llorar enfrente de mi mamá ni de mi hermano porque no quería que ellos se sintieran más mal; enfrente de los demás menos porque yo decía ‘nadie me entiende’, porque muchos me abrazaban pero no sabían qué decirme”.

En algún punto de estos seis años y cinco meses, Karina decidió estudiar derecho e involucrarse más en la búsqueda para sentirse parte de una lucha colectiva y poner su granito de arena. También participó en la organización de la tercera caravana de búsqueda en vida que se realizó el año pasado Morelos, en donde vive. Ahora está aquí, en Huitzuco, esperando encontrar, al menos, al familiar de alguien para devolverle algo de paz.

Saberse desaparecido

A Jorge Alejandro Salas lo conocí mientras conversaba con el papa de Álvaro Ramírez Rodríguez desaparecido el 9 de mayo de 2016; el señor Raúl Álvarez. Jorge escucha atento y pregunta poco, su voz es firme pero suave. No omite decirle al señor Raúl que “estamos con usted” antes de alejarnos para tener la entrevista. Tiene 23 años y es egresado de la licenciatura en sociología. Es un solidario, o sea, no tiene a ningún familiar desaparecido.

Su asistencia no es tan fortuita, investiga la desaparición forzada para su tesis de licenciatura y, por su propia formación, se considera una persona sensible. Me decía que después de conocer el terror y el dolor de las desapariciones desde una perspectiva académica, sentía la necesidad de estar y poner el cuerpo a lado de los familiares. Jorge tiene que claro que viene a apoyar, desde estar en la cocina hasta dar un abrazo solidario.

“Mientras enrollo tacos dorados estoy platicando con ellas sobre cómo es la situación aquí, cómo están de escuelas, cómo están de trabajos, porque eso a mí me hace darme una perspectiva más amplia de cuáles son los factores para que haya este tipo de violencias acá”. El miedo no escapada de nuestra conversación. La posibilidad de desaparecer o ser víctima de cualquier otra agresión está presente.

También le sucedió a Marisol Arvizú Herrera, ella vive en Chimalhuacán, Estado de México, tiene 23 años y egresó de la licenciatura de psicología social. “Yo no sé qué pasaría contigo si desaparecieras y siempre me preocupo porque sé que andas muy tarde en la calle y sé cómo es violento el país”, le dijo su padre. En ese momento la posibilidad de asistir a la Brigada surgió.

“A veces el dolor ajeno se siente tan fuerte que no sabes ni qué hacer, como que quieres llorar pero también estás enojado y ya, la respuesta era venir acá”. Además de haber estudiado psicología social, Marisol es compositora. En un par de ocasiones la cantó con su ukulele, es otra forma de canalizar las emociones y de traer también emociones positivas.

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