Primer día de trabajo, estoy exultante. Llego con toda la actitud (de servicio). Entro emocionado al servicio, me presento algo nervioso pero con mucho ánimo, entro con energía, dando vigorosos pasos, casi trotando para que se note que vengo a darlo todo.
- ¡Vamos a darle con todo…! Vamos a darle con todo… Con todo…
El primer paciente que veo no luce muy bien, pero bueno, es normal, esto es un hospital… pero, ¿por qué todos corren hacia él? Finalmente me doy cuenta, igualmente trotando y sin detenerme doy vuelta “en U” y me regreso por donde vine.
- ¡Uy! ¡El paciente cayó en paro…! El paciente cayó en paro… Cayó en paro…
No me detengo hasta llegar a la puerta por donde entré al hospital.
—–
Otro día, otro servicio.
- ¿Me puede ayudar a acomodar a mi paciente? – me dice en el pasillo una enfermera que me ve pasar de camino al comedor.
- Sí, claro. ¿Qué necesita?
- Básicamente subirlo un poco, ¡está casi cayéndose de la cama!
- Bien, ¡vamos! ¿Pero cómo…?
- Lo que debe hacer es colocar una mano debajo de su brazo, en la axila, y la otra un poco más abajo de la nuca y subirlo – me explica mientras caminamos hacia allá.
- De acuerdo.
Llegamos al pie de la cama del paciente, es un hombre de mediana edad, parece que no está muy consciente y no se ve muy pesado… Parece que esto será rápido. Me acerco para hacer lo que se me ha pedido y…
- Primero baje la cabecera…
- ¡Ah! Sí… – sonrío. Ahora sí, manos a la…
- Y baje el barandal de la cama…
- ¡Oh, cierto! – encojo los hombros un poco avergonzado. Ahora ya…
- Cuidado con la sonda vesical… – me recomienda mientras le dirijo una mirada como de impaciencia a mi interlocutora que me ignora. Me inclino levemente para agarrar al paciente y…
- ¡La venoclisis…! – Exclama. ¡Ufff! No he tocado al paciente aún y ya estoy sudando.
Finalmente parece que todas las previsiones se han tomado, ahora sí, a lo que vine. Veamos, una mano en la axila… No, mejor la otra mano… así, debajo de su brazo… y la otra mano un poco más abajo de la nuca… bien.
- Alce la cabeza, por favor, señor… – El paciente ni se inmuta. Así es que intento alzársela yo.
Una, dos y… (Pujido) ¡Rayos! ¿Qué es lo que pasa aquí. No se movió ni un centímetro y tengo que desplazarlo hacia arriba como 50. Bueno, bueno, me tomó desprevenido, me confié. Otro intento. Esta vez con más energía.
Uno, dos y… (un pujido más fuerte). Nada. ¡Caramba! Está más pesado de lo que parece, eso o es que se ha quedado pegado a la cama.
- ¿Y si le pide a alguien que le ayude? – me pregunta la enfermera.
Yo no estoy muy convencido, todo esto empezó con ella pidiendo ayuda y hasta ahora no hemos logrado nada. Además a qué tipo de ayuda se refiere, ¿una grúa? En fin, salgo a buscar a un compañero para pedirle que me ayude a ayudar a la enfermera, encuentro a uno en el pasillo que nada más entrar empieza muy ufano a hacer alarde de las mañas que ha adquirido, de su experiencia cargando bultos en la central de abastos.
- Jefa, ¿le puede flexionar las piernas? Así, gracias. Y creo que mejor inclinamos la cama un poco… hasta ahí. Ahora vamos, al mismo tiempo, una, dos…y ¡hump! Ahí quedó.
- Parece que sí, ¿eh? Gracias.
- De nada. Y oye, hay que ir al gimnasio, ¿eh?- Me dice. Yo le dedico una sonrisa hipócrita mientras pienso: “¡Ya, largo de aquí estúpido!”
- Sí, sí, ya. Gracias. – le digo y aquél se retira.
Intento irme también de ese lugar pero me detiene la enfermera:
- Antes que se vaya… ¿le puede enderezar la cama?
- Sí… – voy al pie de la cama y me hinco, giro una manivela como doscientas veces y… – Ya está… ahora me…
- ¿Y le sube la cabecera…?
- Claro – le respondo. Y mentalmente me digo a mí mismo con fastidio mientras me hinco otra vez y giro otra manivela doscientas veces más: “Y el barandal y la sonda vesical y la venoclisis… ¡ufff! Ya no me va a tocar nada en el comedor…”
Adrián Lobo
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