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Hospital incurable/Las tribulaciones de un trabajador de la salud novato en el hospital. Segunda parte

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Otro día, otro servicio. Me toca entrar al quirófano, mi primera vez. Estoy listo, me he puesto la pijama, no había usado una desde… en realidad nunca he usado pijama… así es que esto parece un día de “primeras veces”. Me acerco a la entrada, me coloco los implementos necesarios (mascarilla, gorro y botas quirúrgicos) y allá voy. No había dado ni tres pasos al interior cuando una enfermera que se dirige a la sala cuatro se cruza en mi camino y se detiene frente a mí. Algo sin duda le ha llamado la atención, lo que me sorprende e incomoda un poco. Presiento que algo desagradable está por ocurrir. De repente me pregunta intrigada:

  • ¿Por qué se puso una bota en la cabeza?
  • Eemm… ¿es una bota?
  • Sí, es una bota.
  • ¡Ah, sí… claro! Es que fíjese que los gorros se acabaron y quise entrar así para traer algunos y colocarlos en la trampilla.
  • ¡Ah! – parecía retirarse pero antes quiso saber algo. – ¿Y usted que es? – Me preguntó para saber si era yo médico, enfermero, camillero, personal de aseo, de mantenimiento, de ingeniería biomédica similar o conexo
  • ¿Yo? ¿Qué soy? Un idiota, al parecer, eso es lo que soy.

La enfermera se fue finalmente, riéndose de mí, aproveché entonces para volver sobre mis pasos y cambiar la bota en mi cabeza por un gorro quirúrgico de verdad. Bueno, otra primera vez: Usar en la cabeza una prenda diseñada para el pie.

——

Otro día, otro servicio. Valoración crítica, inicio de la guardia, esperando entrar en acción. No pasa mucho tiempo antes que aparezca una señora afligida que grita que por dios alguien le lleve una silla de ruedas para su paciente. Ni tardo ni perezoso voy por la silla y me dirijo a la entrada seguido por doña Angustias tan solo para encontrarme con que otros familiares del paciente ya lo traen caminando. Bueno, quizá me tardé un poco… Le ofrezco la silla de todos modos y me responden con un “No, gracias”. Con cierta decepción me digo a mí mismo: “Está bien, tal vez la próxima” y la silla y yo volvemos adentro.

Dos horas más tarde algo similar ocurre. Un señor entra con visibles signos de alarma a pedir que le acerquen una silla de ruedas a su familiar que está muy enfermo. “Esta vez no se me irá”, me animo. Raudo y veloz voy otra vez con la silla por el paciente y otra vez me encuentro con que ya viene entrando, caminando, acompañada de otro familiar. ¡Rayos! ¿Tan lento soy? Ya ni le ofrezco la silla, tres pasos más adelante la paciente alcanza una banca y se sienta a esperar ser atendida.

Una hora y media más tarde entra un joven que se ve un poco afligido, pidiendo una silla de ruedas. Ahora desconfío y le pregunto:

  • ¿El paciente puede caminar?
  • ¡No! ¡Tiene mucho dolor! No quiere ni moverse y…
  • Está bien, vamos. – Le digo y voy, ahora ya no tan raudo ni tan veloz.

Salgo otra vez llevando la silla de ruedas a encontrar al paciente que ya viene entrando caminando. “¡Mmmmmmhhhhhhh…! Algo no cuadra en todo esto…”, me digo a mí mismo. El paciente termina de entrar y se sienta en una banca a esperar la atención.

Minutos más tarde otra persona entra buscando una silla de ruedas para su familiar que ha venido porque se siente muy mal.

  • ¿Usted es el encargado de dar las sillas de ruedas? – me pregunta apenas al verme.
  • Hasta donde tengo conocimiento, no. – Le respondo, pero mentalmente, claro está. – ¡Ejem… no! ¿Eh? – le digo en voz alta. Además es verdad.
  • Es que viene mi familiar que tiene mucho dolor y se siente muy mal y…
  • Mire, están allá. – Le señalo un espacio en el pasillo. – Tome una, si gusta…

A mí no me la vuelven a hacer.

——

Otro día, otro servicio. Esa tarde caminando por los pasillos me topo de frente con una señora que me habla:

  • Oiga, ¿dónde veo al muchito?
  • ¿Perdón?
  • Para ver a mi nieto…
  • ¡Ah! Déjeme ver, su pase… – me lo muestra y leo en qué servicio está su nieto. – Mmmmhh, servicio de lactantes… suba por esa escalera y luego vaya a la izquierda.

Se dirige entonces al pie de la escalera. Justo ahí se encuentra a otro compañero trabajador al que le pregunta dónde puede ver a su nieto. “¿Qué es esto? ¿No me acaba de preguntar lo mismo? ¿Y no le dije dónde es? Mmmmmmhhhhh…” – me cuestiono. En fin.

Más tarde, otra vez en el pasillo alguien me pregunta:

  • ¿Dónde es traumatología?
  • ¡Ah! Mire. Siga por este pasillo, va a dar una vuelta a la izquierda y luego a la derecha, luego siga de frente, por el mismo pasillo, hasta el fondo y va a encontrar una escalera y el elevador, suba al siguiente piso y ahí es.
  • Bueno, gracias. – y emprende la marcha.

Exactamente tres metros y medio más adelante le pregunta a otro compañero:

  • ¿Por dónde está traumatología?

¿Qué está pasando aquí? ¿No le acabo de explicar? ¿Es que no sé dar una simple indicación? Bueno, tal vez no fui suficientemente claro.

Luego, en el pasillo también, me topo con otra persona

  • Disculpe, ¿gestoría médica? – me pregunta.
  • Sí, está por allá, ¿ve esa entrada, a la derecha?
  • Sí.
  • Pase por ahí y vaya hasta el fondo.

La veo con el interés de un instructor a su alumno seguir su camino pero pasando completamente por alto mi indicación y los letreros que ahí tenemos, aunque la verdad no ayudan mucho por ser pocos y poco visibles, se sigue de frente y se va a meter a la extensión de Medicina Interna preguntando si ahí es gestoría médica. ¡Qué rayos! ¿Hablo en chino? ¡Caramba!

Varios minutos después alguien más aparece preguntando dónde está Trabajo social. “Siga caminando así como viene” le digo solamente y le señalo el pasillo delante de nosotros. Total, seguramente no me va a hacer caso de todos modos y se va a ir por donde se le ocurra, sin que se le ocurra leer los letreros. O volverá a preguntarle a alguien más adelante de cualquier forma, así es que qué más da. Ande usted, siga su camino y vaya con dios.

Adrián Lobo

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