–Ahora sí, mis hermanos, ¡¡¡me voy a casar!!!
Es el capitán Fernando Zurita, emocionado, al grado de derramar sobre sí una copa de vino 3V, de Casa Madero.
Está en mi casa, en San Cristóbal de Las Casas, y se le ve eufórico. Tiembla todo; se le nota nervioso, ansioso. Nunca lo había visto así. Se acomoda los lentes a cada rato y no deja de presumirnos las fotos de su prometida. Con el dedo índice recorre la pantalla de su celular.
Pakal –el poeta de mi pueblo– y yo nos rendimos ante la belleza de Afrodita. Una tras otra, las fotos derrochan encanto.
–No mames, buey: está más bonita que Megan Fox; es mi comentario. El poeta asiente, y el capitán nos sigue mostrando imágenes de su futura esposa.
–Ni Bo Derek, en 10 La mujer perfecta; comenta el poeta.
Con muchas horas de vuelo –experto en enamorar aeromozas–, el capitán Fernando Zurita entrelaza las manos y se truena los dedos. Después se arremanga la camisa y juega con un puro que no enciende. De verdad se le ve ansioso.
Nos confiesa: “Traje el anillo de bodas y una botella de coñac para brindar. Si ella no chupa, nos chingamos la botella nosotros”.
–¿Cómo que si no chupa. No la conoces? ¿Nunca has chupado con ella?
–No cabrón, aún no la conozco y a eso voy a Chilón, mañana.
El capitán se quita la gorra y se rasca la cabeza, pelona a sus 50 años. Arquea las cejas, desalineadas, y nos cuenta que a Afrodita –de algún modo la tenemos que llamar—la conoció por Facebook, tres meses antes. Le gustó, se gustaron y empezaron a chatear.
–No mames, buey. No debe de ser real: está demasiada bonita y pasada de buena; le advierte el poeta de mi pueblo.
Yo no sé qué creer. Esos ojos, grandes, de color verde aceituna. Ese rostro de nariz finamente perfilada. Esa boca, de labios gruesos, jugosos y bien delineados. Y qué decir de ese cuerpo, esas piernas y esas tetas de diosa del Olimpo. No, yo no sé qué creer.
Estoy anonadado y sólo alcanzo a contar de una historia que conozco. Es de un tipo, amigo lejano, simple él, que conoció a una colombiana en la misma red social. Se enamoró y le ofreció matrimonio. Ella aceptó y él invitó a sus padres a recibirla en el aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez, capital del estado de Chiapas.
Los padres aceptaron de mala gana, no sin antes recomendar a mi amigo que tomara las cosas con calma. Le dijeron que se podía decepcionar, y que si eso sucedía no fuera a hacer un desplante de macho, como dejarla tirada. “Pórtate como un caballero”; fueron las palabras de recomendación de sus progenitores.
Yo fui de chismoso a la recepción, y veía a mi amigo andar como sonámbulo de un lado a otro, hasta que por el sonido local anunciaron la llegada del vuelo de Aviacsa, hoy desaparecida por los malos manejos de sus propietarios, ligados al poder político en el estado.
Minutos después, vimos bajar a la prometida, con un vestido amarillo, de marca, que luego supimos era Carolina Herrera. “Tiene buen lejos”; le susurré en ese momento. Mi amigo se aflojó la corbata, respiró hondo y enderezó el cuerpo, echando el pecho de frente.
Los dos observamos el andar seguro de la colombiana, y conforme se acercó al área de entrega de equipaje, notamos su bella figura, misma que hacía una mezcla perfecta con el rostro angelical.
Vaya sorpresa.
Tan pronto salió a la zona de espera, mi amigo corrió a abrazarla como a una vieja conocida, y después de plantarle un beso en la boca se volteó para presentarla con sus papás: “Ellos son tus suegros”; le dijo. “Él es mi amigo Antonio”.; agregó y le planté dos besos en la mejilla, al más puro estilo europeo.
Al poco tiempo se casaron. Hoy tienen dos hijos y la suerte que la niña se parece a ella.
Fin de la historia. El capitán Zurita quedó más que emocionado. Se frotó las manos y dio un sorbo más a su copa de 3V.
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Muy temprano, al día siguiente, el capitán Fernando Zurita hizo varios intentos antes de poder arrancar su viejo Jeep Willis CJ2, modelo 1952; hasta que por fin lo logró.
Se fue despacio, serpenteando en la abrupta carretera, rumbo a Ocosingo. Iba rezando, pidiéndole a Dios que su carro –de colección, eso sí–, no le fuera a fallar y lo dejara tirado. Llegó bien a Huixtán. Llegó bien a Oxchuc. Llegó bien a Ocosingo.
En Ocosingo revisó el radiador, el aceite del motor y las llantas. Todo bien. El carro no necesitaba nada. Él sí. Se paró en una tienda de conveniencia y compró 12 latas de cerveza, tres botellas de vino y una bolsa de hielo.
Se relajó desde el primer trago; profundo eso sí, que ahí mismo deshecho la primera lata. Comenzó a admirar el paisaje, verde todo, lleno de árboles y, después nos contó, empezó a pensar en su infancia y adolescencia, en su natal Yajalón.
Se vio joven y guapo; con el cabello abundante, rubio, rizado. Recordó a sus múltiples novias y su sueño de ser piloto. Se vio jugando avioncitos de lata, atados a un hilo, de los que vendían en las garitas y hacían un ruido de motor al volar y pasar sobre su cabeza.
Se vio junto a sus amigos más cercanos –el Memo, el poeta–, jugando en el billar de don Candito; montando una moto o caballo a tropel; o bebiendo cervezas en el único burdel del pueblo: Los Pinos.
De pronto se sintió entre las piernas flacas y el abultado vientre de una señora de mayor edad, a la que todos conocíamos como La Suertuda, toda vez que para engañar a su marido, siempre le contaba que encontraba dinero tirado en la calle. “Con ella perdí mi virginidad”; nos confesó en alguna ocasión.
Tan entretenido iba, ensimismado en sus pensamientos, que nunca se dio cuenta si pasó muy pegadito o no de un taxi que estaba estacionado en el crucero de Palenque a Yajalón. Él cree que no, pero pocos kilómetros adelante, en el ejido Bachajón, le taparon el camino para que pagara el daño causado al espejo del taxi.
Bravos como son, los indígenas tseltales hicieron que el capitán se bajara del Jeep y los acompañara a la comisaría. Aunque él no aceptó la culpa, tuvo que pagar 300 pesos al supuesto afectado.
Cuando le permitieron abordar su carro, para seguir su camino, se percató que las botellas de vino habían desaparecido. Se molestó, pero no dijo nada. Corroboró que lo más importante estaba a salvo, dentro de su mochila: el anillo de compromiso y la botella de coñac que llevaba para beber con su prometida.
El caso es que llegó bien a Chilón, y se estacionó frente al parque. Caminó unos pasos y se posó en el muro de la fachada de la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán. Prendió un puro, traído de La Habana, Cuba.
Fumó y fumó. Revisó el celular. No tenía ningún mensaje ni llamada perdida de Afrodita. Vio los mensajes anteriores. Todo en orden. El lugar de la cita era el correcto. El día también. La hora, igual. Todo bien. Todo en orden.
Desde San Cristóbal de Las Casas, los amigos le pedíamos: Manda fotos de tu futura esposa.
“Foto, foto, foto”; lo presionábamos.
–¿Ya te chingaste el coñac?
–Aguanten, aún no llega. Viene en camino.
–¿De dónde?
–Trabaja en una comunidad cercana. Es educadora.
¿Megan Fox de educadora, en una comunidad rural del municipio de Chilón? Algo no cuadraba en la historia. Cualquier narco de la región le hubiera construido un castillo a modo, a su entero gusto.
El capitán Zurita encendió otro puro y volvió a revisar el celular. El último mensaje era de él: “Mi amor, ya estoy en donde quedamos. Te espero con ansias”. Estaba en visto, pero no había respuesta.
Con el dedo pulgar subió la conversación y notó que el último diálogo con ella había sido a las 23:10 horas del día anterior. “Mi amor, mis amigos no creen que tú me hayas hecho caso y que te vayas a casar conmigo”; decía él.
La respuesta fue: “Diles que están locos. Aunque más loca estoy yo, por ti. Te espero entre las 12 y la una de la tarde, en la entrada de la Iglesia de Chilón”.
Dieron las 5 de la tarde y la prometida no llegaba. Terminó la última misa, y nada de nada. Comenzaba a oscurecer y el capitán se empezó a preocupar porque el Jeep Willis CJ2, modelo 1952, no tenía buenas luces.
Llamó a Afrodita, y como el número aparecía fuera del área de servicio, escribió: “No sé qué te pasó. Espero que estés bien. Intentaré comunicarme más tarde. Me voy a Yajalón. Te veo mañana. Te adoro”.
De un llavazo, Fernando Zurita arrancó el Jeep y se fue a dormir a un rancho cercano, de un pariente, en los límites de Chilón y Yajalón. Había fiesta y agarró la jarra. No contó nada de lo sucedido, ni mostró la botella de coñac.
A nosotros sí nos contó su mala suerte, por Whatsapp. Le pedimos los datos de su prometida y nos metimos de chismosos a su muro. De nuevo admiramos la belleza de Afrodita. Sus ojos, su nariz, su boca. Qué bonito cabello. Qué bellas tetas. Que bonitas piernas.
Solo un ojo bien entrenado, de mujer, pudo advertir. “Sí, está muy hermosa y todo, pero la de esta foto no es la misma que la de esta otra”. Nos generó duda. Tuvimos que encender dos laptops para ver las imágenes más grandes, al mismo tiempo.
–Uta, tienes razón. Las dos están bellas, pero son diferentes personas; admití.
El poeta de mi pueblo no lo podía creer. Cuando se convenció, llamó a amigos cercanos en Yajalón, y les preguntó si conocían a Afrodita, la Megan Fox rejuvenecida. Mandó las fotos del Facebook y le puso que era una maestra rural del municipio de Chilón.
–Claro que la conocemos. Es una jabalincita, chaparrita, gordita, morena, feíta, de piernas chuecas, que se dedica a engañar a los hombres; fue la respuesta. “Platica con todos. Inventa cosas para pedirles dinero. Algunos caen”.
No le podíamos decir eso al capitán. O al menos no en ese momento, que estaba ilusionado.
Tres días después, nuestro amigo regresó a San Cristóbal, presionado por un contrato reciente para volver a volar. “No la pude ver, y ya no puedo esperar más”; nos dijo, aún arriba del Jeep, que regresó intacto.
Asombrado, ya más relajado, el capitán Fernando Zurita escuchó nuestra versión, producto del trabajo de inteligencia realizado, al más puro estilo del Mossad Israelí. Nuestro amigo no lo podía creer, y si no se arrancó los cabellos es porque ya no tenía.
Al paso de los meses, nos hicieron ver que una de las mujeres bellas que aparecía en el muro de Afrodita era la finalista de Miss Chiapas 2019, Wendy Mariela, de 19 años, originaria de Tuxtla Gutiérrez. La otra mujer, igual de bella, sigue siendo un misterio para nosotros; y no tenemos certeza a quien corresponde la dentidad usurpada por nuestra Megan Fox de Chilón.
Pobre capitán. Hasta el día de hoy, no nos ha contado qué le hizo al anillo de compromiso, ni se ha chingado con nosotros la botella de coñac que era para brindar con su antigua prometida.
Pakal y yo, seguimos esperando que cumpla su promesa, y pedimos que la botella de coñac nos la bebamos afuerita de la Iglesia de Santo Domingo de Guzmán, en plena feria de Chilón, esperando hallar a la morenita, gordita de piernas chuecas que le robó el corazón al capitán Zurita, usando la red social más famosa del mundo.