El rompecabezas de Vicente Rojo

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Vicente Rojo, uno de los creadores más representativos de la llamada Generación de la Ruptura, cumple este 15 de marzo 89 años. El artista cuya obra abarca la pintura, la escultura, el diseño y la edición, habla en entrevista de qué le inspira, de la eternidad y del amor

Texto: Adriana Castillo Román* | Foto: Marco Arturo García Campos

CIUDAD DE MÉXICO.- Vicente Rojo, el pintor zurdo al que le amarraron la mano, cumple 89 años.

Faltan piezas para armar el rompecabezas de Vicente Rojo Almazán. Todas las posee el artista, las guarda en el cajón de sus historias y amores. Tengo la fortuna de haber visto algunas que me mostró y que esbozan pistas para seguir el rastro de su vida, la de uno de los creadores más representativos de la llamada Generación de la Ruptura, aunque para él más bien sea de la “apertura”.

El pretexto para conversar con el pintor, escultor, diseñador y editor fue escuchar la experiencia de su participación en el programa Pago en Especie, sistema de recaudación fiscal único en el mundo, y con el cual, en más de 45 años, el artista ha entregado más de 100 obras a la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) como parte de sus compromisos fiscales. Vicente Rojo contribuyó a que se retomara el programa Pago en Especie.

En el marco de su cumpleaños 89, la Dirección General de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial realiza una infografía con algunas de las 51 obras que integran la colección bajo resguardo de la SHCP, y una videoentrevista para difundirse en las redes sociales de “Hacienda es Patrimonio Cultural”.

Hombre sencillo en sus formas, el maestro prefiere el encuentro directo que el uso de la tecnología de comunicación a distancia para realizar la entrevista. Nos encontramos en su casa de Chimalistac, donde recién se ha instalado después de pasar algunos meses de la pandemia en Cuernavaca, Morelos. La entrevista se desarrolla en el patio, tras despedirse de uno de sus nietos, me invita a sentarnos alrededor de una mesa de granito, árboles de bambúes enmarcan el espacio, nos acompaña su esposa, la escritora Barbará Jacobs, que le transmite confianza, calidez y seguridad. Me pide tutearlo pero mi mente se niega a hacerlo. Durante cerca de dos horas lo escucho, solo interrumpe la charla cuando busca ocultar su rotro de los rayos del sol.

Un lápiz de diversos colores

Vicente Rojo nació el 15 de marzo de 1932 en Barcelona, España, tras algunos años en México decide nacionalizarse. Confiesa que desde niño fue tímido e introvertido, sin embargo está dispuesto a “quedar bien”, como lo comentó varias veces. Se ha definido como iluso y malo, pues ha compartido la idea del director de cine Fritz Lang, que pensaba que los hombres no se dividen en buenos y malos, sino en malos y peores, y él ha aspirado a no ser lo segundo.

Contra la consideración del director vienés y de sí mismo, Rojo Almazán ha dejado huella de ser bondadoso, además de empático – diseñó la portada de un libro para que su autor, impedido para firmar, estampara su huella digital–, generoso y solidario, ha donado obra a causas que le parecen justas, y humilde rehúye dar consejos y hablar de sí mismo y de sus éxitos.

Ha sido un hombre consecuente con sus ideas republicanas, desde niño defendió la condición de libertad: libertad para crear y pensar, libertad para ser zurdo. Se negó rotundamente a usar la mano derecha pese a que siendo muy pequeño le amarraron la izquierda para impedir que la usara. Su padre Francisco Rojo Lluch, ingeniero mecánico, llegó como refugiado a México en 1939, en el “Ipanema”, una de las tres embarcaciones conocidas como “de la libertad”. Su tío fue el general Vicente Rojo Lluch,  jefe del estado mayor del Ejército Republicano.

-¿Qué es para usted la libertad?

-“Pasé diez años bajo el franquismo, una dictadura atroz y una continuación de la guerra en España. Duró hasta la muerte de Franco porque él siguió todo el tiempo vengándose de los republicanos, vengándose en el sentido que estaban encarcelados o eran ejecutados. Cuando llego a México primero me encontré con mi padre, que hacía 10 años que no veía, y eso significó una libertad luminosa. Muchas gentes me dijeron: sí, pero es una libertad tuya porque en México no todo el mundo tenía ni tiene libertad para desarrollar sus tareas, pero para mí esa fue la idea de libertad que encontré al llegar a México. (…) En Barcelona después me di cuenta que el verano es muy luminoso, pero yo no recordaba ningún verano, ninguna luz en esos 10 años de represión franquista, o sea que mi idea de libertad puede ser muy limitada o muy precaria, pero para mí esa es la idea de la libertad”.

La libertad en la creación la descubrió con Juan Soriano, a quien desde joven admiraba. Recuerda que lo visitó y lo vio pintar en su casa de París: “En la mañana cuando salí de su casa, él estaba haciendo una naturaleza muerta con un vaso y una manzana roja; cuando volví en la tarde en ese vaso había puesto un pájaro y la manzana que era roja la había convertido en verde (…) en ese trabajo que yo veía pasando sin molestarlo, vi esa enorme libertad que tenía para crear, me hizo también sentir que eso era la libertad en pintura: como él trabajaba, quitaba, ponía y mantenía siempre una intensidad en ese cuadro”.

Luego de afirmar que desde los cuatro años supo que tenía la vocación de crear, el artista plástico, que pinta en pantalones cortos, dice que le gusta creer que sigue siendo un niño que juega con todos los elementos y técnicas, aunque en los últimos años ha preferido combinar colores, polvo de mármol o tierras y pegamento monolit, materiales que se han convertido en sus favoritos, porque “eso me da una calidad que me parece ideal para lo que estoy haciendo sobre todo en mi trabajo de pintura”.

A propósito de que sabe que “los colores no existen de manera independiente” y de que en 2011 ilustró el libro Apología del lápiz, de Arnoldo Kraus, le pregunto qué tipo de lápiz le gusta: “Hay unos lápices que tienen en la punta todos los colores. Sí, en lugar de tener el grafito negro, que es lo normal de un lápiz, hay unos que tienen en la punta diversos colores. Ese lápiz me gusta muchísimo, pero obviamente también me gustan los lápices de color, todos los que hay; que cuando yo comencé tenía seis lápices de colores, ahora hay cajas con 30 o con 60”.

Vicente Rojo, uno de los hombres de la “generación de los nacidos entre tumbas al resplandor del incendio del mundo”, como escribió en 1978 su amigo José Emilio Pacheco en su libro Jardín de niños,es aficionado a ver las estrellas porque “era lo único luminoso que brillaba en Barcelona”. Ese gusto lo consolidó en sus múltiples viajes a Tonanzintla, Puebla, donde asistía a Miguel Prieto, su primer maestro de diseño gráfico y de la vida, en la elaboración de un mural en el Observatorio Astrofísico.

En medio de la guerra del franquismo, recuerda, “todo era oscuridad, las estrellas eran muy brillantes en la noche. Entonces yo caminaba porque iba a la escuela de siete de la tarde a nueve de la noche. Cuando salía de la escuela veía un cielo estrellado y creía, yo tenía 12, 13, 14 años, que a lo mejor esas estrellas las estaba viendo mi padre en México. Eso me daba una cierta tranquilidad, cercanía. Yo sabía que mi padre no iba a volver (…) pero mi madre había tenido  la habilidad de mantener la presencia de mi padre, así que había una relación lejana pero al mismo tiempo cariñosa”.

-¿Cuando se reencontró con su padre le preguntó si veía las estrellas que usted miraba?

-«No, no, me parecía que era una cosa muy íntima y mi papá era una persona muy seria. Era un ingeniero y yo tuve una buena relación con él, pero, bueno, cuando llegué me dijo: ‘¿Qué quieres hacer?, ¿quieres trabajar, quieres estudiar?’. Yo tenía pues, no sé si decirlo, horror a la escuela, porque no tenía ningún convencimiento de que pudiera ser útil. Yo le dije: ‘no, yo quiero trabajar’. Él me consiguió mi primer trabajo y yo seguí en ese camino. Él siguió como ingeniero, trabajando muchísimo”.

Vicente Rojo considera que reencontró y rindió homenaje a su padre en 2019, con la exposición Vicente Rojo: 80 años después. Cuaderno de viaje de Francisco Rojo Lluch en el vapor Ipanema, Burdeos-Veracruz, junio-julio de 1939, una muestra “íntima” en la que recreó la bitácora imaginaría del periplo realizado por su padre 80 años atrás.

Confiesa que su padre nunca le habló de ese pasaje de su vida, como tampoco de la guerra, “no le gustaba, pero yo traté de recorrer ese viaje con él haciendo esos 32 cuadritos pequeños que simulaban como si mi padre hubiera hecho un cuaderno. Me hace ilusión pensar que a mi padre le hubiera gustado”. La exposición  se convirtió en un libro, editado en 2020 por El Colegio Nacional, del cual es miembro desde 1994.

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