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Hospital incurable | EL servicio

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Hace tiempo que traigo arrastrando un asunto que no me había animado a comentar aquí. He dudado mucho hasta ahora que me decidí a hacerlo finalmente. Tenía que hacerlo. Tenemos que hablar de los sanitarios. 

Adrián Lobo

¡Vaya tema! ¿Eh?

El hospital, como casi cualquier otro sitio, en realidad no puede sino ser una síntesis de lo que se me ocurre llamar la «realidad global» que se vive en una ciudad o una región. 

Escribo esto y no puedo dejar de recordar: Como es afuera, es adentro; como es arriba, es abajo. 

Recuerdo entonces, también, experiencias de mi vida pasada: Siendo estudiante evité tanto como pude hacer uso de los sanitarios en las escuelas a las que asistía. 

No creo que sea necesario entrar en detalles, así que diré solamente que fue debido a las condiciones lamentables en que se encontraban.

Ya desde la primaria me di cuenta del descuido en que suelen tenerse estos servicios. 

En la Escuela Primaria Urbana Federal donde «estudié» (la verdad es que lo único que aprendí realmente fue a improvisar un recogedor con periódico y la importancia de los signos de puntuación, gracias a una maestra de apellido Lanza), había unos baños grandes que tenían como diez o doce sanitarios en fila, apenas separados por una división metálica que siempre he dicho tenía una apenas explicable pero excesiva elevación desde el piso. 

Era un lugar tétrico, al fondo de un pasillo, y en el fondo de ese fondo había un cuartito donde tenían arrumbado todo género de mobiliario descartado por no encontrarse en condiciones óptimas.

Y donde habitaba un espantoso remedo de ser pavoroso conocido ampliamente por la abundancia de vellosidad en una extremidad, no se sabe si la derecha o la izquierda: Me refiero a La Mano Peluda. 

¿Y qué hacía, para espantar tanto? ¿Pellizcaba, nalgueaba, estrangulaba, daba zapes o coscorrones? 

A lo mejor sólo quería chocar «los cinco», ¿quién lo sabe? Esto último lo pensé después de haber visto 458 veces Monsters Inc., con mis hijos («¡Bienvenidos al Himalaya!»).

Seguramente soy solo yo, soy experto en estas cosas, pero prefiero no saber cuál está ocupado y cuál no, nada más al entrar y ver la fila de zapatos a los lados del retrete con los pantalones abajo.

De verdad, es algo que prefiero no ver, ni enseñar, usted perdone.

Pero no es solamente eso, hay que añadir las «ingeniosas» pintas, los cordiales saludos, los dibujitos obscenos.

Y toda una serie de lindezas decorativas: los encharcamientos, los taponamientos, el olor… en fin. 

Imagino que son pocas las afortunadas personas que no están al tanto de esas situaciones. Tal vez los baños de damas… no sé.

Hasta me da por pensar que en una inspección de cualquier tipo, basta con una breve visita sorpresa a los baños para conocer la realidad del sitio en cuestión.

Sucede que tener un baño presentable, a toda prueba, es un trabajo arduo que requiere cierta dedicación y esmero.

La prolijidad en el cuidado de un baño habla bien no solo de quienes lo usan, sino de quienes están a cargo ahí.

Y resulta, lo digo con mucha pena, que representa para nosotros, las y los trabajadores y directivos del hospital, una espantosa “X».

Efectivamente, así como es en otros sitios, allá afuera, lo es también en el hospital. 

Las malas impresiones empiezan incluso antes de entrar propiamente, en el baño destinado a usuarios y visitantes.

Los sanitarios que están en la explanada, fuera del área de consulta externa, son un desastre. 

Como en casi en todos los baños que tenemos hay fugas, así que continuamente hay pequeños encharcamientos que con el tránsito natural de personas usuarias terminan convertidos en auténticos lodazales. 

De nada sirve el esfuerzo de los compañeros que asean el lugar, me consta que hay horarios en que los baños se cierran mientras ellos trabajan, si no se acaba con las fugas. 

Para paliar un poco la situación, usualmente se recurre a colocar sábanas, batas viejas o cartón, sobre todo en el otro baño que es para visitantes, el que está ubicado del lado de «Urgencias». 

En realidad, es el Servicio de Valoración Crítica, pero el nombre se quedó por costumbre, de la época en que no teníamos un Triage y los pacientes ingresaban directamente al Servicio de Urgencias.

Además, poco ayuda en la actualización del nombre el que tengamos un gran letrero luminoso, en la entrada, donde con letras rojas dice «URGENCIAS». En fin.

Y eso es nada más en la entrada. 

Una vez adentro, el baño general ubicado en la planta baja de lo que comúnmente llaman, o llamaban, «Hospital pediátrico», es de verdad algo lamentable donde se repiten las mismas situaciones que ya comenté y no deseo repetir. 

Yo evito al máximo usar esos baños, debo decir, si acaso para lavarme las manos, cuando hay jabón.

Quizá piense usted, que amablemente lee estas humildes líneas, que soy una persona muy delicada o quisquillosa y tal vez tenga razón.

Porque resulta que emprendí tempranamente al ingresar a trabajar aquí, una campaña de búsqueda por todo el hospital de un sitio apacible, cómodo y limpio donde ir a… bueno, usted sabe, a aliviar esas necesidades.

Lamentablemente los resultados fueron mayormente frustrantes.

Resulta que, por ejemplo, los baños que están en lo que en forma grandilocuente llaman «área de gobierno», que aloja oficinas administrativas, están cerrados con llave.

Los de arriba y los de abajo, porque son dos plantas, la cual está resguardada y a la que solo tienen acceso quienes son trabajadores administrativos de esa área. 

Es de suponer que esos baños están bien cuidados, que no están pintarrajeados, no tienen charcos de agua y están limpios.

Es decir, que son unas instalaciones dignas, pero son inaccesibles para la mayoría de trabajadores del hospital. ¡Lástima, Margarito!

A seguir, entonces, en pos de un baño confortable dónde conseguir reposo. 

En un momento de lucidez, de los pocos que tengo, y tampoco es mucha que digamos, recordé que en los servicios hay un baño para el personal.

Así que procedí a verificar, con el decepcionante resultado que está también vedado a la mayoría de las y los compañeros del hospital.

En la mayoría de los sanitarios ubicados en los servicios hay un letrero que advierte: «Exclusivo para enfermería».

Pensé en un primer lugar que lo que algunas enfermeras deseaban era bloquear el paso de los hombres por quizá considerar que así tendrían el lugar más limpio.

Pero pude constatar después que de hecho los enfermeros sí que pueden entrar, de modo que, efectivamente, pude corroborar que es exclusivo para el personal de enfermería. 

De modo que si usted es personal de servicio social, lavandería, nutrición, rayos x, camillero, mantenimiento, etc., lo sentimos, prueba no superada: A esos baños tampoco puede entrar. Incluso los médicos, en teoría, tendrían vedado el paso.

¿Entonces qué demonios pasa? ¿Qué es esto, que aquí no se puede ni ir al baño libremente? ¡Me hierve el buche! 

¿No es eso como discriminación, como un atentado a los derechos de trabajadores? 

Imagine usted estar en el tercer piso del edificio principal, si tiene necesidad de desahogar ciertas penas, tener que ir a la planta baja del otro edificio para llegar a los baños generales. 

¡Es todo un despropósito!

Dice Carlitos Kasuga San, que en sus empresas no se hacen distinciones entre el sanitario «de los ejecutivos» y el de «la plebe» («la prole» diría una muchachita confundida).

Que no ve una razón válida para hacer esas separaciones, «…de todos modos huele mal», dice, refiriéndose a lo que ahí se hace. 

Si eso no sucede en algunas empresas privadas no veo por qué en instituciones públicas sí ocurre. 

Pienso que la diferencia de criterio se debe a un valor supremo del que muchos carecen: Educación.

Entiendo la razón para que pacientes y trabajadores de salud tengan baños separados pero no me cabe en la cabeza que existan instalaciones «exclusivas» para unos cuantos trabajadores y otras de uso general. 

Eso refuerza la idea de que, no solo en el hospital pero en toda la secretaría, existen «castas».

Hay en un servicio un caso particular.

Tiene idénticas fugas que en casi todos los demás, mismas que no parecen molestar a nadie más que a mí. 

Cada vez que me veo obligado a pasar por ahí, cierro la llave de paso que surte del líquido al lavamanos que tiene una gran gran fuga que me resulta hasta ofensiva.

Sucede que en la colonia donde vivo el suministro de agua es casi nulo, llega una miseria de agua dos veces a la semana, tan escasa que apenas y se alcanza a llenar, con suerte, un tambo de 200 litros.

La mayoría de los vecinos pagamos una pipa dos o tres veces al mes para cubrir las necesidades básicas, reciclamos toda el agua que podemos y nos cuidamos de aprovechar cada gota. 

Esa fuga se ha reportado tantas y tantas veces y se ha reparado otras más; sin embargo, nunca se ha podido arreglar definitivamente. 

Y siempre alguien tiene la brillante idea de volver a abrir esa llave de paso sin importar que el agua esté desperdiciándose tan groseramente.

Ese excusado tiene una horrible particularidad, una descarga fortísima que hasta parece un tornado.

El agua sale con tal ímpetu que se desborda salpicando los pies de cualquier incauto que tenga la mala suerte de ser pillado mal parado. 

Y es tan pequeñito que no hay ni para dónde arrimarse. 

Por cierto, esa puerta nunca se ha podido cerrar adecuadamente y además en los últimos días la manija ha terminado por caerse.

Si le da curiosidad puedo comentarle que he encontrado un sitio a donde acudo como en peregrinación en mis momentos de necesidad. 

Está lejos de ser un lugar ideal.

La puerta no puede cerrarse porque carece de un mecanismo para hacerlo, así es que cada uno la asegura de la mejor manera posible cuando lo usa, pero está mayormente limpio y las fugas no son un problema.

Ahí el asunto es acudir en un momento adecuado, cuando pueda tenerse un poco de privacidad.

A veces por ese tema hay que ir directo al punto y no tardar mucho en hacer lo que se tenga que hacer. Al menos es el comportamiento que yo adopto.

Hay uno que es como «El dorado», un lugar mítico pleno de esplendor que hasta la fecha permanece casi oculto a la mayoría, al menos eso me parece. 

Está como nuevo, reluciente y siempre tiene el piso seco. 

Está fresco porque tiene un mecanismo extractor de aire, se goza ahí de una gran tranquilidad por lo apacible que es y la privacidad es algo que se disfruta mucho. 

Por la relativamente poca afluencia de usuarios ahí nunca falta el papel ni el jabón. 

Sin embargo no lo visito tan frecuentemente cuando no estoy asignado a esa zona.

Temo que si otras personas lo descubren empezará a recibir muchas más visitas, con el riesgo de que me arrebaten ese cachito de paraíso que he encontrado.

Porque al notar el inusual movimiento seguramente no faltará quien tenga la brillantísima idea de prohibir a nosotros los mortales el acceso a ese pequeño espacio de feliz alivio y sosiego colocando un cartelito que diga: «Exclusivo para el personal del servicio».

Adrián Lobo. 

adrian.lobo.om@gmail.com | hospital-incurable.blogspot.com | facebook.com/adrian.lobo.378199

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