Texto y fotos: Raquel Zapien
- Sinaloa se conoce por su gran producción agroindustrial, pero muy poco se habla de su riqueza genética y del cultivo de maíces nativos en comunidades rurales históricamente relegadas
SINALOA.- En la Sierra Madre Occidental, entre los límites de Sinaloa y Durango, hay milpas de maíces criollos en las laderas de los cerros. Los agricultores suben a pie sin la ayuda de mulas porque el terreno es muy empinado y pedregoso.
Con la mano derecha toman un palo provisto de una punta de metal para hacer el pozo en la tierra y con la mano izquierda toman las semillas de la jícara que atan a su cintura; así es como siembran cada año. Cuando llega el momento de la cosecha, bajan las mazorcas en canastas que sujetan a su cabeza.
–¿Cómo le hacen para sembrar el maíz allá arriba?
–A escopetazos–, responde entre risas Felipe Vargas, un agricultor de 87 años que vive en la falda del cerro, en la comunidad de Chirimoyos, municipio de Concordia.
Del tejado que cubre el porche de su vivienda cuelgan los maíces que empezó a cosechar a finales de enero; se están secando antes de ser desgranados. El color rojo, negro y amarillo de las mazorcas resaltan desde la carretera de curvas pronunciadas.
Un poco más arriba, a 2 mil 100 metros de altura sobre el nivel del mar, entre bosques de pino y encino está El Palmito, otra comunidad de Concordia que preserva las razas nativas de la región. Don Santos Vázquez Vargas ha sido custodio de estas semillas desde que tiene uso de razón.
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