Un primer factor de riesgo que contribuye al desarrollo de trastornos mentales es el género femenino según han reconocido las propias instituciones de salud, y datos del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente lo corroboran: de 2010 a 2021 las mujeres han sido doblemente diagnosticadas sobre los hombres. Expertas nos explican que la violencia estructural y el sistema patriarcal son, en gran medida, causa de esta vulnerabilidad. En este reportaje Gabriela, Karoly y Leslie nos hablan de sus experiencias y la manera en que han buscado resignificarlas desde la neurodivergencia y el acompañamiento de otras mujeres.
Por Dalia Souza y Mariana Mora / ZonaDocs
Ilustraciones interiores Ivanna Orozco
Gabriela Aragón se define como una mujer “neurodivergente y feminista”, aunque también le gusta la etiqueta política de loca. Tiene 31 años y vive con trastorno de déficit de atención e hiperactividad (TDAH) desde su infancia.
Karoly Rubio de 24 años fue diagnosticada en 2020 con trastorno de identidad disociativo —antes conocido como de doble personalidad— y otra serie de condiciones psíquicas que ha buscado resignificar y compartir a través del teatro, la performance y la escucha de otros y otras que se sienten como ella. A estos intercambios que considera “revolucionarios” los nombra “actos de cuidado mutuo”.
Leslie Zepeda, de 25 años, ha experimentado durante mucho tiempo algo que define como “una tristeza infinita”, la cual ha estado presente en su vida desde que era niña. Ha acudido con dos psicólogas y un psiquiatra. Fue diagnosticada con depresión, sin embargo, tiene dudas sobre seguir con estos especialistas, sobre todo porque para ella acceder a estos servicios médicos privados “es un privilegio”.
Todas tienen algo en común: cuestionan algunas de las formas en las que el sistema hegemónico de salud mental opera y buscan alternativas para gestionar sus condiciones psíquicas. Desde la neurodivergencia, o la diversidad psicosocial —como posicionamientos políticos que reconocen la existencia de una pluralidad de mentes— ellas luchan por resignificar sus experiencias de vida. Hacerlas válidas en un entorno en el que se han sentido desacreditadas, estigmatizadas y excluidas por dos condiciones: ser “diferentes” y ser mujeres.
Hablar de mentes diversas implica reconocer que “todos los cerebros y mentes humanas son diferentes”, explica Judy Singer la socióloga australiana que acuñó el término neurodiversidad en 1998. La autora de la tesis y posterior libro ‘NeuroDiversity, the birth of an idea’, narra en este texto una breve historia del autismo, y la autoexploración de su vida en medio de tres generaciones de mujeres en algún lugar del espectro autista. También ahí aborda su experiencia como participante-observadora en InLv, una comunidad de personas autistas.
Por otro lado, la neurodivergencia es un término político propuesto por la activista autista Kassiane Asasumasu que tiene una posición crítica al modelo médico que ha promovido “una visión patologizante hacia la diversidad de cerebros”. Ella es la Directora de Contenido y Coordinación de la Foundations for divergent minds, una organización fundada en Texas, y dirigida por personas autistas neurodivergentes múltiples, que ofrece programas educativos inclusivos basados en la neurodiversidad.
Ser neurodivergente “significa tener una mente que funciona de maneras que divergen significativamente de los estándares sociales de normalidad”, define Nick Walker, profesor de psicología en el Instituto de Estudios Integrales de California y activista autista.
En principio, el término neurodivergente fue utilizado por las personas autistas para reivindicar su funcionamiento neurocognitivo como una diferencia y no como un trastorno o enfermedad. Posteriormente, otras comunidades cuyas mentes salen de los estándares dominantes han retomado el concepto para resignificar en el mismo sentido sus experiencias y apelar a la desestigmatización.
Por lo tanto, quienes se nombran neurodivergentes cuestionan la patologización de sus formas de ser, pensar, sentir y actuar. Frente a esto, Maynné Cortés, psicóloga y creadora del Laboratorio Afectivo, proyecto de psicoeducación con perspectiva de justicia social, explica que el problema es que “muchos diagnósticos psiquiátricos funcionan de forma muy estigmatizante”.
A esto, Maynné, que también vive con TDAH, agrega que los diagnósticos pueden ser útiles para entender, por ejemplo, de qué manera funcionan los cerebros química y fisiológicamente. En su experiencia, le es funcional como una herramienta de educación; pero desde su punto de vista cada persona es distinta y libre de recurrir a ellos o no.
Hablar de diagnósticos es referirnos a las ciencias que los construyen, en este caso las ciencias psi(psicología y psiquiatría). Patricia Ortega, psicóloga e investigadora de la Universidad de Guadalajara opina que como especialista en género, el trabajo de salud mental debe ser liberador y tratar de eliminar la visión individualizante. Es decir, reconocer que algunos de estos malestares tienen relación con los distintos contextos a los que se enfrentan las personas.
Así lo considera también la psicóloga Maynné quien explica que “las mujeres estamos atravesadas por categorías sociales, políticas y de contexto que tendrán un impacto en nuestra salud mental”. Es decir, el discurso de género tiende a ser bastante congruente con este sistema de mandatos patriarcales y violencias estructurales contra las mujeres.
El sistema de relaciones sociales que define lo que es ser hombre y ser mujer, es decir, “el sistema sexo-género” ha sido “un factor opresivo históricamente y afecta muchísimo la salud mental de las mujeres”, agrega.
Patricia Ortega lo explica de esta manera: “Tú estás mal si no quieres tener hijos, no quieres casarte, no quieres hacer el trabajo de cuidados, no quieres la aprobación de los hombres, o quieres trabajar (…)” Incluso ha habido familias que llegan con sus hijas a terapia bajo el argumento de: “se la traigo para que me la arregle. Hágamela normal”, cuenta.
En este sentido, las instituciones de salud reconocen que hay factores de riesgo que contribuyen al desarrollo de trastornos mentales. El estudio sobre “Enfermedades no transmisibles” que realizó la Secretaría de Salud en 2018 señala como primer factor de riesgo el género femenino, seguido por los bajos ingresos, la falta de acceso a servicios o pertenecer a una minoría étnica.
Datos del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente Muñiz, obtenidos a través de una solicitud de transparencia, van en el mismo sentido y corroboran que las mujeres son mucho más diagnosticadas que los hombres con trastornos mentales y del comportamiento. De enero de 2010 a julio de 2021, un total de 85 mil 080 hombres fueron atendidos, mientras que las mujeres fueron casi el doble: 158 mil 467 mujeres.
En estos años, las mujeres han sido diagnosticadas con “trastorno de la personalidad y del comportamiento adulto” tres veces más que los hombres: con 2 mil 991 diagnósticos y 950, respectivamente.
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