La partería profesionalizada: Las Diosas de la Oxitocina

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Paulina RÍOS/ Diana MANZO

(Pagina3).-Su aliada fue la respiración. Su cuerpo vibró segundo tras segundo durante 105 minutos aproximadamente; el sudor recorrió todo su cuerpo, provocado por un dolor que sintió en su vientre y que no puede describir.

A las 4:45 horas del 16 de agosto del 2021 nació Sabina en la capital oaxaqueña. Lourdes eligió un parto humanizado en la clínica privada donde atiende el ginecólogo y partero Ángel Quintero Michell, uno de los impulsores de este proceso  en Oaxaca.

“Fue una madrugada mágica y muy bonita”, así lo describe Lourdes, una mujer joven de labios gruesos y de piel morena que eligió el parto humanizado.

Cuando supo que estaba embarazada, decidió que no quería parir sola ni en un espacio frío, como le había contado su madre que vivió cuando la tuvo a ella y a sus dos hermanos en la clínica pública de su comunidad.

Confiesa que su mayor miedo era que le hicieran la episiotomía, una práctica que según experiencias de sus amigas y familiares realizan con frecuencia a las mujeres durante el alumbramiento en las clínicas de salud y que con el parto humanizado no la padeció, aunque para ello tuvo que pagar cerca de 30 mil pesos.

Las Diosas de la Oxitocina

En la ciudad de Oaxaca de Juárez, la capital de la entidad, reside la médica general Zoila Ríos Coca, quien eligió ser partera hace más de 30 años, convencida de que es la mejor forma de acompañar a las mujeres a parir con dignidad.

La doctora Zoila, conocida como “Doctora Coca”, ha sido maestra de parteras tradicionales en cursos de profesionalización. Y desde su clínica comparte y ejerce este oficio ancestral que dignifica cada que atiende con respeto a una mujer embarazada.

Es fundadora del colectivo “Diosas de la oxitocina”, en honor a la hormona del amor que se desprende en los procesos naturales del parto y la lactancia, y sus integrantes se auto-reconocieron como “diosas”: diosa del amor y la luz, diosa de la sabiduría, diosa de la paciencia y fortaleza, y diosa del placer y la confianza.

“Las mujeres llegan muy nerviosas de lo que sucederá y cuando se van, esa sonrisa y esa alegría es lo que vale, porque ahí se cumple el ciclo armonioso del parto humanizado, las mujeres tienen derecho a una vida libre de violencia”, sostiene.

El mayor reto que enfrenta la doctora Coca es que ninguna mujer sufra violencia durante su embarazo, por lo que a través de su colectivo difunde mensajes para que las embarazadas conozcan sus derechos.

En su espacio de unos ocho metros cuadrados, donde además de atender partos, da atención a la salud sexual de las mujeres, y ofrece medicina alternativa para la salud emocional y mental, todo en un ambiente de calidez y respeto.

 

La partería en datos

Los actos de violencia obstétrica se han enraizado en los servicios de salud públicos y privados en el mundo causando daños físicos y psicológicos a las mujeres antes, durante y después del parto.

De 8 millones 700 mil mujeres que tuvieron al menos un parto entre 2011 y 2016, 2 millones 905 mil 800 mujeres (33.4%) sufrieron algún tipo de violencia en México, según la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) de 2016, realizada por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI).

Las expresiones de violencia más frecuentes fueron los gritos o regaños en un 37.4%; el retraso en la atención “por gritos o quejas” de la mujer, en un 34.4%; ignorar a las usuarias, para el 33.1%; presionarlas para que acepten un método anticonceptivo o esterilización, un 30.9%; y forzarlas a que adopten posiciones incómodas durante el trabajo de parto, en el 30.8% de los casos.

Los porcentajes no suman 100 porque sufrieron más de un tipo de violencia.

Algunas de las prácticas más invasivas han sido la episiotomía, un corte de los músculos entre la cavidad vaginal y el ano para facilitar el parto que se ha vuelto una práctica común pero innecesaria. También hay intervenciones como la cesárea, un corte en el vientre de la mujer para extraer al bebé, sugerido sólo en caso de complicaciones, presión alta o baja, o hemorragias y que se ha extendido en la atención de los partos.

El 50% de los nacimientos registrados en México durante 2020 fueron por cesárea, esto es tres veces el límite máximo indicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), de un 15% del total de nacimientos.

Los actos de violencia obstétrica tienen que ver con un cambio en la forma de atender los partos en, al menos, el último siglo.

El lugar donde ocurrían los nacimientos ha pasado de los hogares y comunidades de las mujeres con ayuda de parteras a los hospitales a manos de personal médico que lo ven como una patología, esto es, como una enfermedad.

La Organización de las Naciones Unidas (ONU) reconoció en 2019 “la existencia y gravedad de la violencia obstétrica” como “una práctica generalizada y arraigada en los sistemas de salud” en el mundo, como retoma el Grupo de Información y Reproducción Elegida en su informe 2021 “El camino hacia la justicia reproductiva: una década de avances y pendientes”.

Un camino de solución para reducir la violencia obstétrica es el reconocimiento y la inclusión de la labor de las parteras tradicionales en los sistemas de salud. Pero a pesar de que en México la partería es una práctica ancestral, ni las parteras tradicionales ni las profesionales reciben el debido reconocimiento, según advirtió el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA, por sus siglas en inglés) en 2017.

La Comisión Nacional de Derechos Humanos señala que las parteras “son un referente en sus comunidades y pueden ser aliadas de las instancias públicas de salud para disminuir la violencia obstétrica”, por lo que la partería debería ser una “prioridad para el Estado”. Oaxaca, donde el 31.2% de su población habla alguna lengua indígena, es uno de los estados que mejor preserva las prácticas de la partería tradicional, a pesar de las barreras estructurales por los prejuicios y la falta de seguimiento de programas para garantizar su inclusión y reconocimiento.