“Mexicanas en pie de lucha”*, publicado por Grijalbo, es un libro que busca retratar la situación actual de las mujeres en México y las consecuencias de las políticas públicas para su atención, para poner en contexto la lucha y resistencia feminista, más allá de ideologías políticas y gobiernos en turno. Con autorización de la editorial publicamos el primer capítulo
Texto: Daniela Rea
Foto: Cortesía de la editorial
Es un sábado cualquiera del otoño del 2021. Rosa trapea las escaleras de un edificio de vivienda en el centro de la Ciudad de México. Un vecino baja con su mascota, Rosa se hace a un lado, se recarga sobre el palo del trapeador, se saludan indiferentemente y la suela de sus tenis queda marcada en el piso recién limpio. Rosa resopla, se acomoda los audífonos, saca su celular de la bolsa del pantalón y elige una canción de One Direction. Lo guarda y pasa el mechudo sobre las pisadas.
A lo largo de la mañana, mientras Rosa barra y trapee los cinco pisos, los 124 escalones del edificio, la escena se repetirá con algunas variantes. Los vecinos bajarán y subirán con su mandado, con sus mascotas, con su bicicleta o caja de herramientas. Rosa se hará a un lado y volverá a lo suyo.
Una y otra vez, todos los sábados del mes.
Rosa es una joven de 17 años que hasta hace 14 meses estudiaba el segundo semestre de preparatoria; era la primera persona de su familia en lograr acceder a ese nivel escolar.
Pero llegó la pandemia y, como 5.2 millones de estudiantes de educación básica y media superior, Rosa abandonó el salón para cuidar a sus hermanas menores que también se quedaron sin salón de clases. Ni siquiera terminó el ciclo escolar 2019-2020, pues no tenía internet en casa para responder las tareas y exámenes que le dejaron. Ahora que el ciclo escolar 2021-2022 inició, en algunas escuelas con clases presenciales, Rosa no se inscribió: pesan más la necesidad de cuidar a una de sus hermanas que sigue tomando clases en línea, la urgencia del dinero, la inercia de la cotidianidad, la inseguridad personal que siente para remontar.
La pandemia trajo un retroceso para Rosa y cientos de miles de mujeres más que tuvieron que posponer su vida para garantizar la sobrevivencia, ya sea cuidando hijos, hermanes, madres o padres, ya sea trabajando extra para completar el ingreso de casa, ya sea multiplicando turnos. Las mujeres estamos ahí para responder cuando sea necesario, con tiempo, con cuerpo, con capacidad logística. Cuando hay una crisis, una emergencia, cuando hay que resolver la vida cotidiana, escribieron Griselda Franco Piedra, Estefanie Hechenberger Zavaleta, Ana Heatley Tejada y Luz Rodea Saldívar en el artículo “Trabajo de cuidado, desastres y género” publicado en octubre de 2021 en la Revista de la Universidad.
Las mujeres ponemos el cuerpo afuera cuando hay que completar el gasto, las mujeres ponemos el cuerpo adentro cuando hay que ahorrar o suplir en trabajos de cuidado.
Rosa es una joven a quien le gusta verse bien. Tiene el cabello largo y teñido de colores morado y verde, que se recoge en una coleta mientras hace el aseo, pero antes de salir a la calle, de vuelta a casa, se lo cepilla y lo deja suelto hasta
la cintura. Viste unos jeans blancos, impecables, y sus tenis verde pastel combinan con la sudadera del mismo color.
Ella sería la primera mujer, la primera persona de su familia que lograría terminar la preparatoria. Su mamá, trabajadora doméstica, se quedó en tercero de primaria, y su papá, albañil, en segundo de secundaria. Terminar la prepa es una ilusión. Quiere hacerle ese regalo a su mamá, quien ha sido su único sostén. Su padre las dejó y aparece ocasionalmente para chantajear con que lo hayan olvidado o para reclamar si se entera de que su madre sale con algún hombre. Rosa iba bien en la escuela, quería acabarla y luego convertirse en enfermera o abogada.
Pero con la pandemia tuvo que dejarla y convertirse en mamá de sus hermanas pequeñas; después, ya no hubo vuelta atrás, y cuando volvimos a salir de nuestras casas tras los primeros meses de confinamiento, Rosa salió a buscar un trabajo. Por hacer el aseo de las áreas comunes de un edificio de cinco pisos (escaleras, vidrios de puertas y ventanas, azotea), Rosa recibe un pago de 350 pesos. Una quinta parte se le irá en el transporte de ida y vuelta y algún antojo si le gana el hambre antes de llegar a su casa en Los Reyes, La
Paz, a dos horas y media de distancia. Rosa no tiene seguridad social aunque trabaje. En México, de todas las personas que tienen un empleo, menos de la mitad cuenta con este derecho.
Las mujeres cuidamos. Y la pandemia trajo consigo la sobrecarga de trabajos de cuidados sobre nosotras. Aún no existen estudios, encuestas, datos que nos permitan saber qué tanto impactó en el cuerpo y en la vida de las mujeres este tiempo de encierro y recesión económica; menos sabemos los efectos que permanecerán aunque volvamos a salir a las calles, pero hay algunas advertencias de ello. Según una encuesta que la Secretaría de las Mujeres de la Ciudad de México aplicó a sus empleadas en julio del 2020, el trabajo de cuidados habría aumentado 32% para ellas. En el año 2019, antes de la pandemia, las mujeres de México dedicábamos 67% de nuestro tiempo semanal a los trabajos no remunerados dentro del hogar, frente a 28% que, de su tiempo, dedicaban los hombres. Es decir, las mujeres invertíamos más del doble de nuestro tiempo en cuidar, cocinar, limpiar, organizar la vida en el hogar, según la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo de los Hogares de 2019 del Inegi.
La pandemia, el confinamiento, implicó de un momento a otro el aumento de estas horas de trabajo. En los hogares con hijes de pronto las mujeres nos convertimos en profesionistas, cuidadoras, cocineras, maestras. El trabajo profesional, el trabajo doméstico y la escuela de les niñes sucedían de manera simultánea y en el mismo espacio: la cocina, la sala, la mesa del comedor, la pantalla, el puesto de trabajo en la calle. Y no sólo para mujeres madres, sino también para hermanas mayores, como Rosa, que se convirtió en “mamá y maestra” de sus hermanas de 13 y 10 años de edad.
Y así como Rosa dejó la escuela, Celene dejó el trabajo para cuidar a su hija que se quedó sin escuela. Y cada una de nosotras actuamos de alguna manera para que el mundo no se derrumbara afuera y adentro de nuestros hogares. Pero la pandemia no generó una crisis de cuidados, sino que aceleró esa crisis de la que las feministas nos habían advertido hace décadas cuando hablaban de la contradicción del mundo capitalista y la reproducción de la vida.
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