Todo mundo lo conocía como Willy. Willi, le decía otro gran amigo periodista ya fallecido, Abundio Núñez. El Willy fue un magnífico periodista, extraordinario amigo y compañero. Era un hermano, un maestro en el arte de escribir. Empírico, aprendió el oficio sobre la marcha.
Con don Benito García Hernández incursionó primero en los noticieros de radio en «La Hora 14». Después emigró a los medios impresos.
Era la época de las máquinas de escribir mecánicas, no había computadoras y el fax llegaría al paso de los años. Los teléfonos celulares, mucho tiempo después, diría Gabriel García Márquez.
El Willy se forjó ahí, en las redacciones, entre bromas, muchas bromas, compartiendo muchas noches bohemias pero sin perder la compostura.
Lo conocí en uno de esos medios y coincidíamos muchísimas veces en la central camionera cuando salíamos cada quien de sus trabajos en los periódicos y, al filo de la media noche teníamos que abordar el autobús a Tlacolula de Matamoros. Varias veces no pudimos hacerlo, porque los choferes de la Fletes y Pasajes se negaban a llevar pasajeros «intermedios», pues decían que iban directo al Istmo de Tehuantepec.
Entonces esperábamos hasta las 4 de la mañana al siguiente autobús y llegábamos amaneciendo a nuestras casas.
El Willy nunca perdió su esencia, era un gran ser humano, bromista siempre.
Laboró también en la agencia noticiosa Notimex- ya desaparecida- donde cubrió las pláticas de paz con la guerrilla salvadoreña.
Trabajó en la Cámara de Diputados cuando el edificio estaba frente al paseo Juárez El Llano.
Ahí se desempeñaba también en la oficina de Comunicación Social otro gran amigo ya de avanzada edad, don Juvencio. Don Juve le decían.
Un día llegó y le comentó al Willy: «Mira muchacho, ¿cómo ves mis tenis nuevos?», y el Willy carcajeándose le dijo: ¿y cuándo los cuelga?
Varias veces fue integrante de la dirigencia de la Asociación de Periodistas de Oaxaca(APO), fiel a la agrupación trabajó para sacarla adelante.
Hombre muy inteligente, también fue jefe de redacción en varios periódicos. Era exigente, porque así debía ser, cumplido, pero buen compañero al fin. Nunca perdió el piso.
Perdurarán sus enseñanzas y su recuerdo.
Ahora volverá a la tierra que lo vió nacer: Tlacolula de Matamoros.
«Tengo muchas viejas», decía.
Se llevará a la eternidad su gran sentido del humor y su don de gentes.
Era tal su sentido del humor que, cuando alguien fallecía y en vida no había sido considerada como una buena persona, el Willy decía: «que en paz no descanse».
Así era el hermano Willy. Él sí va descansar en paz. Algún día lo seguiremos.