Isidoro Yescas
La sorpresa no fue el anuncio de los reacomodos en el gabinete a poco más de cinco meses del arranque del nuevo gobierno, sino las dudas que despertó en la sociedad toda la cortina de humo tendida en derredor de la recomposición de un gabinete fallido y el pacto intrafamiliar para combinar lo viejo con lo aparentemente nuevo, así como para seguir experimentando métodos y estilos de gobernar en función de intereses de grupo y de réditos económicos y electorales.
El punto de quiebre en la crisis del gabinete alejandrista fue, sin duda, la defenestración del primer Secretario General de Gobierno, pues prácticamente desde diciembre del 2016 se enviaron señales que el pago de favores y compromisos de campaña, y la incómoda cohabitación de los secretarios afines al muratismo “histórico” con los yuppies del grupo Infonavit, sería una fuente de conflicto interno y anticipo de una mala gestión y conducción de los asuntos públicos.
Se acumularon así mutuos agravios, conductas públicas erráticas y abusos de poder que, en un escenario de colapso político-financiero heredado por el gabinismo, terminaron por reactivar y agudizar viejos y nuevos conflictos sociales, sindicales y políticos de tal suerte que Oaxaca resurgió en el primer tercio del 2017 como una entidad con serios déficit de gobernabilidad.
Ahora, y luego de un largo e intenso proceso de negociación entre la diarquía (¿o triarquía?) familiar que cogobierna la entidad, vino el primer reacomodo en las áreas social, de salud, gobernación y en el staff técnico y operativo del jefe del poder ejecutivo.
Reacomodos que reafirman el carácter compacto -y excluyente a la vez- del nuevo gobierno si se toma en cuenta que lo que prevaleció en las designaciones de primer y segundo nivel fue la identidad de los nuevos funcionarios con las dos expresiones dominantes del muratismo, sin que necesariamente sus perfiles y trayectorias político-administrativas se ajustaran al puesto y funciones que desempeñarán.
No es el caso del muratista “histórico, Hector Anuar Mafud Mafud, quien, tal vez por su exitosa travesía por la Secretaría General de Gobierno con dos gobiernos priistas antagónicos (Diódoro Carrasco y José Murat) pudiera suponerse que se prefirió por el regreso al pasado bajo la consigna que, como reza el refrán, “más vale viejo por conocido que nuevo por conocer”.
Aunque las comparaciones pueden resultar extrapoladas e incómodas, un soplo similar recibiría el exgobernador Gabino Cué al inicio de su gestión cuando, luego de la renuncia de su primera Secretaria General de Gobierno, Irma Piñeyro, tomara la decisión de nombrar como sucesor a Jesús Martínez Álvarez, quien ya había desempeñado el mismo cargo con el exgobernador Pedro Vásquez Colmenares.
El experimento resultó fallido por muchos motivos, pero fundamentalmente por la falta de cohesión del gabinete, la ausencia de un jefe del Poder Ejecutivo fuerte y con capacidad de mando y las nuevas condiciones político-sociales de Oaxaca.
Con todo y la trayectoria y el conocimiento que Mafud tiene del complicado tejido político-social de la entidad, así como del modus operandi de las organizaciones clientelares y grupos de poder, su regreso a la Secretaría General de Gobierno puede colocarlo, haciendo a un lado el papel proactivo que estaría desempeñando el jefe del Poder Ejecutivo, en un escenario similar al que enfrentó en su momento Martínez Álvarez, con el agravante de que ya es un político de edad avanzada y ese factor puede pesar en el ejercicio del cargo.
Su prueba de fuego será, sin duda, la movilización magisterial que, como cada año, a partir del primero de enero entrará en su fase más álgida.
No será un asunto de rutina, ni dejará más tiempo libre para contar y escribir cuentos, pero sí representará un serio reto no solamente para un político de la vieja escuela de las concertacesiones sino para todo el gobierno muratista.
Al tiempo.
Twitter: @YescasIsidoro
Abril 27 del 2017.