DestacadasLa opinión no autorizada | No me gusta nada

La opinión no autorizada | No me gusta nada

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Soy un viejo amargado, qué puedo decir. Creo que lo he sido desde los quince años. De modo que casi nada me gusta, quizá de hecho nada, así como lo digo.

Ando en el hospital. ¿Qué hay de comer? ¡Pollo! No me gusta el pollo. Lo bueno es que traje mi comida, como he hecho casi desde que empecé a trabajar aquí.

Un día una enfermera me llamó para que la ayudara. Bueno, para eso estoy, ¿no? Así que, ¿qué necesita, jefa? «Ayúdeme a servirme agua». ¡Huy! Otra cosa que odio, que me pidan favores de una manera que a mi me suena más como orden que petición.

¡Qué rayos! ¿De verdad? Pero ya se ha visto que así como suena de increíble a quienes reiteradamente se niegan a cooperar con estas pequeñas, frecuentes, extrañas y ajenas solicitudes a lo laboral les crean una fama de poco colaboradores y de flojos.

No estoy ahí precisamente para eso, pero otra cosa que no me gusta son los conflictos. De modo, que, a ver… Y resulta que a «la jefa» no le gusta el agua del dispensador, así que hay que abrirle un garrafón y servirle de ahí en su vaso.

Ni las gracias me dio, parece que ella piensa que no tiene por qué, se imagina quizá que para cosas como esa, para complacerla, es para lo que estoy aquí. Ándele pues.

Otra cosa que no me gusta es el corredor interoceánico. Se habla mucho de los posibles beneficios mientras que poco se dice de los seguros perjuicios que vendrán con él. No hablo de ecología, que seguramente ocasionará afectaciones, no. Hablo del gran imán que será con toda seguridad para la inseguridad. Qué cosas, ¿no?

De pronto Oaxaca será punto de mayor interés, por las oportunidades que habrá aquí de hacer negocios. El corredor es una ruta más cómoda, fácil y rápida para el tráfico de toda clase de mercancías legales pero mucho más para las ilegales: Armas, drogas y trata de personas.

Para la región —y temo más por Oaxaca— va a significar un aumento de la violencia, del narcomenudeo y otros delitos como secuestro y extorsión. Temo por el Istmo de Tehuantepec, pero ese cáncer no se quedará ahí, se desparramará a todo el estado, que no es que sea un remanso de paz y tranquilidad, pero hasta ahora no se compara con estados vecinos como Puebla, Veracruz y Guerrero.

Y a esa metástasis va a contribuir algo que largamente hemos deseado las personas de bien y que en mala hora se hará realidad: La carretera a la costa. Toda la zona se va a encarecer, llegará más turismo, más desarrollo y atraerá tanto inversiones legales como ilegítimas, situaciones tanto buenas como indeseables.

No es algo que desee pero no puedo dejar de recordar que en la línea costera hay sólo 398 kilómetros entre Puerto Escondido y el otrora paradisíaco Acapulco. No me gusta nada el panorama.

Soy un neni.

Lean bien, por favor, «UN» neni. Resulta que me vi en la necesidad de emplearme como mandadero de una chica emprendedora que realiza ventas de menudeo de mercadería diversa, ropa y accesorios. Como esas a las que despectivamente a algunos imbéciles les dio por llamar «nenis».

Pues bien, esas «nenis» tienen mucho trabajo, ¿eh? Una respetable cantidad de dinero se ha de mover en la economía de jóvenes emprendedoras, muchas de las cuales son estudiantes, al menos parecen estar en edad de serlo, que compran, venden y en algunos casos hasta fabrican artículos para vender a otras jóvenes consumidoras.

Las chicas han adoptado ciertos puntos de la ciudad donde se citan para cerrar las ventas. Ahí entregan productos y reciben el pago. Sólo en un par de horas que estuve esperando en uno de esos puntos a 3 clientas, vi desfilar a no menos de quince jovencitas realizando entregas. Y algunas hacen más de una a la vez.

Ya antes, en otro sitio que es ampliamente socorrido como escenario de estos intercambios, en la ocasión de una espera de algunos minutos pude notar ese vaivén de jovencitas entregadas a lo suyo.

Coordinan los encuentros haciendo uso de la tecnología, vía mensajes se informan del lugar, la fecha, la hora, y de la manera en que pueden mutuamente reconocerse: «Llevo una blusa verde con frijoles», le informó a mi patrona una de sus clientas a la que yo debía entregar un paquetito. Me pareció súper raro, ¡frijoles! ¿Cómo será eso? «En el estampado de la tela», me comentó mi jefa. Bueno, por mí está bien.

Resulta que la microempresaria para la que trabajo en mi tiempo libre también envía por correo algunas prendas de las que vende, así que allá fui un día, a la oficina postal, a dejar un paquete. Coincidí con otra chica que me impresionó por el volumen de ventas que debe tener: llevaba no menos de una docena de cajitas, como de galletas, de esas que se llaman «Surtido rico», más o menos de ese tamaño, pero obviamente bien presentadas,  con todo el empeño, esmero y cariño que ponen estas chicas en su emprendimiento.

Me da casi ternura la ilusión con la que éstas jóvenes trabajan, el cuidado que ponen en la presentación de sus productos, en la atención que dan a sus clientas, pero en vez de sólo eso se han ganado todo mi respeto, ¡Eso son ganas de hacer las cosas, carajo! Ahora que se habla tanto de empoderamiento y sororidad, qué mejor ejemplo que el que dan ellas.

Cuando llegó la joven a recoger su mercancía, pude darme cuenta que el autocorrector una vez más había hecho de las suyas, por las prisas en escribir el mensaje se fue la palabra «frijoles» en vez de «flores». Llevaba ella una blusa de tela verde, con un estampado de flores.

Yo sólo estaba esperando eso para retirarme, no solamente del lugar, sino de la actividad, fue evidente desde el principio que yo desentonaba con mi presencia, aunque no era el único. Ese día vi llegar al punto de reunión a un rudo mensajero en moto para entregar un ramo de flores y a una señora, como de mi edad, es decir, como de unos 29 años, que aunque no son muchos todavía, sí hacían notoria la diferencia con aquellas casi todavía adolescentes.

De modo que ya no soy más el repartidor, seré ahora tal vez apoyo logístico nada más, creo que es mejor dejarlas en paz hacer su trabajo. Este es un negocio que ellas inventaron, crearon el mercado, establecieron las dinámicas y pusieron las reglas: esto les pertenece y creo que debería permanecer así, como algo de su propiedad de lo que nadie más debería aprovecharse.

Escuché una vez que algunas chicas se quejaron que en un lugar unos policías no las dejaron realizar su actividad y les pidieron que se retiraran. Quizá haya sido en esos días en que había más restricciones por la pandemia. Porque no habría otra razón para hacerlo, no una válida, por lo menos.

Quiero decir que no molestan ni afecta a nadie que ocupen por unos minutos algunos espacios públicos, como lo puede hacer cualquier ciudadano. Las autoridades deberían incluso actuar, por el contrario, para favorecer esta actividad que ahora me resulta fascinante: Es productiva, es sana, fomenta la unión familiar y las relaciones personales; tanto clientas como vendedoras suelen asistir a los encuentros acompañadas. Serán amigas, amigos, hermanas, hermanos, novios, primas, primos e incluso personas que podrían ser sus madres, tías o abuelas. Son seguramente ellas conscientes, así como sus cercanos, que cuidar su seguridad es muy importante y la autoridad municipal bien podría reforzar discretamente la vigilancia y seguridad en los puntos de venta y sus alrededores para que puedan ellas libremente trabajar sintiéndose seguras y estemos todos tranquilos.

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