Rafael de la Garza Talavera
Reflexionar sobre la esencia de la educación y el papel que el maestro desempeña es siempre difícil. En el mundo contemporáneo, caracterizado por la transformación permanente de nuestras vidas, el viejo oficio de transmitir el amor al conocimiento entre las nuevas generaciones no es tarea fácil. Los obstáculos son enormes y los retos también.
Con respecto a los primeros, es evidente que el maestro debe actualizarse permanentemente ya que las innovaciones en el campo educativo así como en las diferentes disciplinas del conocimiento exigen un esfuerzo enorme para evitar caer en anacronismos o peor aún, en la falta de ética profesional. Enseñar algo que ha sido superado o descartado por la ciencia contemporánea no es otra cosa que fraude, aun considerando que se haga de buena fe.
Y si bien, la rapidez de los cambios en los distintos campos del conocimiento representa un obstáculo importante a vencer para poder ofrecer una educación acorde con las necesidades de las sociedades contemporáneas, no es el único. Habría que agregar el alto costo, en términos de recursos económicos y tiempo invertido, para obtener los grados académicos necesarios que le permitan al maestro competir en un mercado laboral complejo y exigente, en permanente transformación.
No podría dejar de enlistar entre los obstáculos que enfrenta nuestra profesión el uso cada vez más frecuente de las nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, al grado de que resulta prácticamente imposible enfrentar el proceso educativo sin recurrir a ellas. En mi caso, como en el de los maestros que tienen cuando menos una década en estas lides, las tecnologías en cuestión no son extrañas, pero tampoco parte natural de nuestro desarrollo humano; somos más bien migrantes de los avances tecnológicos de los últimos treinta o cuarenta años, a diferencia de los nacidos en las últimas dos décadas que son calificados como nativos, o sea como personas que se mueven a sus anchas en el manejo de las nuevas tecnologías. No necesitan de manuales o de cursos pues se apoderan de ellas de manera intuitiva, natural.
Por su parte, el reto central que enfrentamos los maestros puede parecer más sencillo pero no por ello menos importante. Me refiero a la obligación de promover el amor al conocimiento entre las nuevas generaciones, impulsar entre ellas la idea de que la educación promueve la verdad, la paz, el respeto a la vida y la justicia, valores centrales de la humanidad en todas las épocas y latitudes. En tiempos en que el hedonismo y los estilos de vida basados en el consumismo y el desprecio por el otro parecen cobrar cada vez más fuerza entre las nuevas generaciones, la labor del maestro representa en muchos sentidos la única posibilidad de hacerle frente a la tragedia humanitaria que nos rodea.
Aunado a lo anterior, habrá que sumar el reto de reconocer a los estudiantes como seres humanos capaces de elegir y de pensar y no como simples hojas en blanco en las cuales asentar nuestras certezas o nuestras debilidades, que para el caso pueden ser la misma cosa. Asumir este hecho nos obliga a estar abiertos a sus ideas y propuestas, a comprender que el proceso educativo es eminentemente un proceso comunicativo, enmarcado por el diálogo atento y respetuoso. Esto no significa renunciar a nuestras responsabilidades como maestros pero tampoco a practicar la intolerancia o el autoritarismo a ultranza. Incentivar la autonomía del pensamiento y la libre discusión de ideas entre los estudiantes no sólo contribuye a su mejor desempeño escolar sino también a un mejor desempeño como ciudadano y como ser humano En buena medida se aprende de las acciones y no tanto de las palabras.
En este sentido, hay que desmitificar la labor del maestro colocándola en su justa dimensión, es decir como un oficio importante en el desarrollo de nuestras sociedades pero que comparte responsabilidades con los medios de comunicación (maestros para bien o para mal), con las familias, los gobiernos y las corporaciones internacionales que educan a su manera. No está demás reconocer que se aprende enseñando, es decir, los maestros gozamos de un raro privilegio: que nos paguen (aunque no sea mucho) por aprender.