Llego a Bogotá y dos horas después me siento en el comedor de un restaurante de éxito para encontrarme con una cocina antigua, pasada de moda, plagada de lagunas técnicas y sin raíces.
Nunca había encontrado una ciudad tan volcada en sus restaurantes y que al mismo tiempo viva tan de espaldas a la cocina.
De repente, el cliente conservador e inmovilista se ha convertido en un aficionado al aparato, la novedad y la sorpresa.
Es la primera pero no será la única; la experiencia se repite a lo largo de cuatro días.
Milagro en la noche bogotana.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/04/28/estilo/1461875981_409788.html