Patricia Norma Esperanza
OAXACA.- Ahí estaba como cada sábado, en punto a las 10 de la mañana, cuando yo tomo mi camión. Se encontraba sentada sobre la banqueta. Su cabello cano y corto, muy corto, reflejaba al igual que los surcos de cara la edad que me dijo que tiene: 75 años.
Es de complexión delgada. Su origen indígena lo confirma su piel color bronce. Siempre que pasaba yo por ahí la veía solo de lejos y le levantaba la mano en señal de saludo.
Hoy decidí acercarme. Sus ojos pequeños y vivarachos se transformaron en dos pequeñas rendijas y al mismo tiempo se dibujó en su rostro una sonrisa ausente de piezas dentales. A pesar de ello, su sonrisa era franca y cordial.
Al momento en que se levantaba me extendió su mano callosa. Se presentó y me dijo: me llamo Esperanza. Al preguntarle si estaba bien, volvió a sonreír y me dijo: “Sí, estoy bien, gracias a mi padre celestial. Vivo en San Felipe del Agua y fíjese que antes de salir a trabajar me pongo a nadar, yo nado en agua calentita, como si acabara de salir del manantial y cuando regreso del trabajo, otra vez me pongo a nadar, me gusta mucho.
Sonríe continuamente, con esa sonrisa vacía, pero espontánea.
Le cubre un suéter del que ya han pasado sus mejores días, la miro y tengo una duda, no sé si el suéter se agrandó o ella se encogió; con eso que dicen que con el tiempo nos vamos haciendo más chiquitos…
Me dice que nació en San Juan Guichicovi, en el Istmo de Tehuantepec.
«Vivo sola. Tuve hijos pero no sé dónde andan”. Su mirada se vuelve melancólica, pero casi al mismo tiempo vuelve a sonreír y continua hablando entusiastamente, como tratando de sacudirse la tristeza
«Mi casa tiene muchos pajaritos, retiartos, tengo zenzontle, primavera, cardenal, hasta una palomita cucu y hasta el cocolote me arrullan por las noches.
Las palabras brotan de su interior como un torrente. «Mi jardín es harto grande y diario lo riego, nunca me falta agua”. «En mi casa tengo alberca”.
Mi mirada se posa en sus pies descuidados y estos delatan que ha andado por caminos escabrosos.
Termina diciendo: «el agente municipal me regaló un terreno cerca del río y ahí tengo una piedrota grande, bien chula donde lavo mi ropa. Terminando me pongo a nadar hasta que el tecolote llega”.
Con gran curiosidad le pregunto, ¿en qué trabaja entonces?
«Soy sirvienta, criada pues. Tengo 75 años, tengo mi casa con alberca y mis pajaritos, tengo todo gracias a mi Padre Dios. Dígame Usted, ¿para qué pido más?
Me despido de ella y me fui pensando, y yo que creía que solo los ricos vivían felices en San Felipe de Agua. Ilusa de mí.
