Francisco Cuamea / Noroeste
El asesinato de Javier Valdez obliga a la reflexión de nosotros los periodistas. A la autocrítica. De todos, no sólo los sinaloenses.
Hay que reclamar justicia, salgamos a las calles y no nos cansemos de exigir, pero también hagamos algo no menos importante. Protestemos desde el periodismo.
El homicidio de Javier es una consecuencia trágica de una cadena de procesos que le anteceden: un sistema corrupto, una impunidad tanto permitida como añeja, armamentismo, ineficiente prevención de la inseguridad, mal uso de los recursos públicos y un sinfín de corrosión pública que no hemos ni investigado ni exhibido lo suficiente.
Problemas que se han agravado también por causa de aquel periodismo complaciente y corrupto que sufre este país. Que volteó hacia otro lado cuando la bestia apenas crecía.
Seamos sinceros, tan sólo una mínima parte de periodistas de México ejerce el mejor oficio del mundo con ese rigor, valentía y honestidad que requieren estos tiempos en los que vivimos.
Son muy pocos para enfrentar el monstruo de la corrupción, la impunidad, la impericia pública, la negligencia, la corrupción sindical, la palanca, la mordida, la mafia, la prepotencia, la soberbia, los negocios desde el poder y la inseguridad.
Son muy pocos los que encaran, los que se preparan, que investigan metódicamente, que se hacen las preguntas pertinentes, que documentan las historias de las víctimas, como lo hizo Javier.
La mayor parte reproduce el discurso oficial, transcribe las declaraciones de las fuentes y hay otros que de plano manejan información tan insulsa como si reportearan para un programa de entretenimiento barato.
Para hacer periodismo, para protestar desde nuestro trabajo diario por los crímenes contra los colegas, se requiere seguir los principios que enseña Javier Darío Restrepo: verdad, responsabilidad e independencia.
Hay un compromiso con la verdad, como bien público que es, y por lo que no debe ser tergiversada por el interés de alguien.
La responsabilidad social de nuestro trabajo. Hacemos periodismo para los ciudadanos, no para el poder público ni fáctico.
Somos periodistas no para obtener favores del Seguro Social, sino para que exista una política pública humana en el sector salud.
Y somos independientes del poder para ejercer nuestra libertad de expresión.
¿Seguimos estos principios éticos del periodismo? ¿Los vivimos? ¿Hasta dónde nuestro trabajo cotidiano está impregnado por ellos?
¿Hasta dónde llega la responsabilidad del periodismo corrupto de lo que pasa hoy en nuestros días?
México no tiene los periodistas que necesita, no en cantidad.
Por el contrario, pululan periodistas adictos al chayote. La corrupción, el conflicto de interés, la pereza intelectual, la ignorancia, el miedo, el conformismo cruzan el país: de Tijuana a Mérida y de Tuxtla Gutiérrez a Ciudad Victoria.
Con frecuencia escucho que el reportero se corrompe por los bajos sueldos que las empresas pagan.
Pudiera ser, no lo sé. Lo que sí sé es que, como Ryszard Kapuscinski dijo, los cínicos no sirven para este oficio.
Justificar la corrupción de un periodista por su bajo sueldo equivale a justificar al funcionario público que nada más roba “poquito”.
El dinero no tiene que ver de manera directa con el buen periodismo, como tampoco el dinero es garantía para convertirse en un buen periodista.
Hay muy buenos periodistas que apenas completan la quincena y seguramente habrá algún mal periodista que hasta yate tendrá.
Javier murió, fue asesinado arteramente, duele, enoja, pero no podemos cambiar las cosas. Hagamos un homenaje al periodista y convirtámonos en profesionales éticos en busca de la excelencia.
Hagamos el periodismo que debe ser.
Cumplamos los valores éticos de las lecciones de Restrepo: Verdad, Responsabilidad e Independencia para enfrentar la inmundicia pública que nos tiene jodidos y expuestos a cualquier loco que se le antoje matarnos.
La parte corrupta del gremio también nos expone.
La parte indiferente e indolente también nos hace vulnerables.
No aspiro que todos hagamos el periodismo que debe ser, al cual estamos obligados por el espíritu mismo de este oficio, tan rebelde y escéptico.
Pero sí esperaría un mínimo análisis de conciencia de hasta dónde tenemos responsabilidad, yo, tú, ustedes periodistas, de la muerte de Javier, de Miroslava y de los más de cien periodistas asesinados.