Adrián Lobo
Oaxaca, mí Oaxaca, Oaxaquita, la Tierra del Sol, es también la tierra del quesillo (no, no se llama “queso de hebra, ¡por Dios!), del chapulín y del mezcal. Pero lo es también de los sismos. Los oaxaqueños tenemos que vivir comiendo alegremente nuestras memelas y tlayudas estando parados en una zona de alta sismicidad.
En el pasado, el 28 de marzo de 1787 para ser exactos, un terremoto que se calcula fue de una magnitud de 8.6 grados provocó lo que se ha llamado “el gran tsunami mexicano”; una violenta oleada que alcanzó hasta siete kilómetros tierra adentro arrasando todo a su paso.
Años después, el 14 de enero de 1931 un terremoto de 7.8 grados y que duró 190 larguísimos segundos provocó otro desastre de enormes proporciones. La pérdida de vidas humanas se calcula en 10,000. En crónicas se consigna que el 95 % de las casas en la capital quedaron inhabitables. Cataclismo, catástrofe, tragedia, son conceptos que en definitiva no alcanzan a describir la magnitud de lo sucedido ya que posteriormente la capital padeció hambre y epidemias.
Recientemente, el pasado 19 de septiembre del 2017 volvimos a padecer los estragos de un movimiento telúrico, esta vez nuestro Istmo de Tehuantepec se llevó la peor parte.
Las placas sobre las que se asienta la porción de corteza terrestre donde nosotros continuamente soñamos en zapoteco mueven muchas cosas cuando liberan energía tan violentamente.
Muchas más se siguen moviendo después. No sólo en Oaxaca sino en todo México.
La solidaridad de los mexicanos es ya proverbial, mucha gente no sólo se conmueve sino que se pone en acción cuando se necesita ayuda. Muchos ponen manos a la obra removiendo escombros y muchos más aportan haciendo donaciones de todo tipo.
Se dice que los pueblos tienen el gobierno que merecen, en este como en tantos otros aspectos, México es la excepción.
Tristemente hemos descubierto que la ambición, la avaricia, el ansia de poder de quienes nos gobiernan no tienen límites. Nada qué ver con la nobleza del pueblo llano.
Muchas donaciones aportadas con la mejor y desinteresada intención de ayudar a quienes se encontraban en momentos de gran necesidad fueron interceptadas -en un alarde de ruindad y de la peor bajeza- y desviadas posteriormente evitando que llegaran a su destino original.
La afrenta sería menor si se hubieran al menos entregado a quienes estaba destinada realmente, aun haciendo caravana con sombrero ajeno. Pero no.
En el colmo de la indecencia, muchas de estas donaciones llegaron a nuestro Hospital Civil. Pañales, material de curación variado, suero oral y diversas donaciones fueron repartidas en sus áreas.
Para mayor vergüenza, casi todo eso aún ahora en febrero de 2018 seguía ahí sin utilizarse ya que no tiene las características que se prefiere en la atención hospitalaria pero que seguramente habría podido ser bien aprovechado en el lugar al que estaba destinado.
Es indignante e irritante ver mucho de ese material arrumbado, a un paso de la basura ya y todavía más enojo causa ver que las personas que quisieron dar su ayuda de esta manera quisieron enviar mensajes de aliento a quienes estaban atravesando por una situación tan difícil como perder su casa.
Se puede leer palabras como: “No están solos”, “Sigan adelante”, “Ánimo”.
De verdad que nuestras autoridades han caído muy bajo. Creo que la llamada clase política debe dejar de ser una “clase”, por todo lo que ello implica, para que los ciudadanos de este país tengamos finalmente el gobierno que merecemos.