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Ser mercancía

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Ella tenía 14 años cuando quedó embarazada. Sus padres le recriminaron y en su entorno familiar y social no encontró apoyo; un tío llegó a su casa y le propuso que conociera a su amigo. A los pocos días de haber nacido su bebé, llegaron a visitarla su tío y el amigo, éste le propuso matrimonio y la familia lo agradeció. Días después se trasladaron a Tlaxcala, donde su hijo fue entregado a la mamá del marido y ella fue llevada a un lugar en el que más de 20 hombres la violaron. Trató de huir y sufrió violencia; la mandaron a Tijuana y durante su estancia presenció violencia extrema e incluso homicidios. Finalmente, con apoyo de una organización de mujeres, pudo salir de ese infierno. Tenía 15 años y logró denunciar, dio nombres y datos de los lugares, pero de nada sirvió: su denuncia fue guardada en un cajón.

“En Tlaxcala su hijo fue entregado a la mamá del marido y ella fue llevada a un lugar en el que más de 20 hombres la violaron…”

Tiempo después, cuando hice la investigación de casos de trata, su denuncia me fue entregada, junto con otras 53 llamadas “actas circunstanciadas” con testimonios similares; nunca supe si ella seguía viva o ya estaba muerta. La información que dio seguramente fue a parar a manos de los tratantes beneficiados de esta red de complicidad y corrupción que impera en el país.

En otra investigación se ofrecía a las mujeres trabajar en spas para dar masajes; las víctimas eran también adolescentes con un bebé y con poca instrucción que finalmente eran vendidas a sus clientes y en los operativos policiacos siempre eran detenidas como probables responsables de un delito.

En las dos investigaciones que hice en México de denuncias de víctimas de trata, y las que hice en Centroamérica, siempre encontré el mismo modus operandi de los tratantes: seducción y engaño con falsas promesas para unas, compra o secuestro para otras, violencia y más violencia, incluido el asesinato para todas. Características similares en las víctimas: mujeres y niñas en condiciones precarias, que fueron expulsadas de sus hogares, que salieron de ellos por haber sido violentadas, o que piensan que su futuro puede mejorar si aceptan ese supuesto empleo; en otros casos, algunas aprender a sobrevivir en ese mundo.

Los tratantes han construido una red de complicidades en la sociedad y en los aparatos gubernamentales, no sólo en las áreas de justicia. Si una mujer es “problemática” la venden a otro grupo de tratantes o la mandan al extranjero; incluso dentro de la política siempre encuentran defensores, en varias ocasiones he escuchado “la prostitución siempre ha existido”, “hay prostitutas para todas las clases, pobres y ricos”, “ese negocio siempre va a existir”, “ellas también se benefician, ganan mucho para lo que hacen”. No deja de sorprenderme la ligereza con la que se expresan del tema, ni la actitud con la que siempre encuentran una forma de culpar a las mujeres.

Los tratantes han construido una red de complicidades en la sociedad y en los aparatos gubernamentales, no sólo en las áreas de justicia

Sigue existiendo una confusión grave en la sociedad entre los conceptos trata de personas, prostitución forzada y prostitución, y como la humanidad siempre ha vivido con ello, no resulta fácil construir una conciencia social que rechace estas formas de violencia contra las mujeres, a pesar de esfuerzos legislativos en el ámbito internacional y las leyes nacionales.

En México hemos tenido dos leyes en la materia: una federal y otra la vigente ley general contra la trata, y se han cambiado en los últimos 13 años varias veces los 33 códigos penales en el país. Asimismo, existen campañas internacionales y nacionales que dan cuenta de la magnitud y atrocidad que significa la esclavitud que generan la trata y la explotación sexual de mujeres y niñas.

En el mejor de los casos, hay quienes dicen oponerse tajantemente a la trata, pero, en cuanto a la prostitución, ésta les parece aceptable, incluso como profesión. Lo lamentable de todo ello es que la situación no va a cambiar tan rápidamente como quisiéramos mientras no se avance en la igualdad real entre hombres y mujeres, lo que llamamos igualdad sustantiva, y mientras el papel de las mujeres en la sociedad no sea valorado y dignificado.

Sigue existiendo una confusión grave en la sociedad entre los conceptos trata de personas, prostitución forzada y prostitución

Por otra parte, no hemos logrado cambiar la visión sobre el significado de la prostitución en nuestras sociedades, y cómo ello mantiene o contribuye a la desigualdad y subordinación de las mujeres en nuestras sociedades. El debate en México es reciente y es necesario.

La prostitución es una forma de violencia contra las mujeres y una violación de la dignidad humana; es una forma extrema de discriminación que impide su desarrollo. Así lo han consignado diversos tratados de derechos humanos y, más recientemente, los convenios que protegen los derechos humanos de las mujeres, la CEDAW y la Convención de Belém do Pará, con los que los países se han comprometido.

Según un informe de 2012 realizado por la Fundación Scelles, la prostitución tiene una dimensión mundial que implica a entre 40 y 42 millones de personas, 90 % de las cuales depende de un proxeneta; si eso no es explotación sexual, ¿entonces cómo llamarla?

Según un informe de 2012 realizado por la Fundación Scelles, la prostitución tiene una dimensión mundial que implica a entre 40 y 42 millones de personas

En México, según el Censo de Población y Vivienda de 2010 del (INEGI), que contó a 57 millones 481 mil 307 mujeres, la población total de “trabajadoras sexuales” (así las llama un organismo gubernamental, y agrega que “independientemente de su condición laboral de libertad, esclavitud sexual o servidumbre, infantil o adulta”) sería de entre 143 mil 703 (0.25%) y 862 mil 219 mujeres (1.5%) para ese año. La realidad no la sabemos y menos después de esa clasificación.

Lo que sí podemos afirmar es que la prostitución y la explotación sexual tienen un componente de género, es decir, están arraigadas en costumbres, prejuicios y creencias sobre el papel de inferioridad que las mujeres hemos tenido en la sociedad, y en la idea de que debe existir un mercado para satisfacer las necesidades sexuales de los hombres.

Es así que ha sido socialmente aceptado que las mujeres y las niñas, “voluntariamente” u obligadas, vendan sus cuerpos a hombres que pagan por el servicio. Contra esa complicidad social es que tenemos que luchar.

En los debates sobre la legalización de la prostitución se han presentado dos posturas, sobre todo en Europa, a partir de diversas reformas jurídicas: la primera considera la prostitución como una violación de los derechos de las mujeres y un medio para perpetuar la desigualdad y los estereotipos de género. El enfoque legislativo que le acompaña, entre otros, es penalizar la compra de servicios sexuales, mientras que la prostitución es legal.

La segunda sostiene que la prostitución mejora la igualdad de género, al respetar el derecho de la mujer a decidir sobre la venta o la utilización de su cuerpo; considera que la prostitución es sólo otra forma de trabajo y que la mejor manera de proteger a las mujeres que ejercen la prostitución es mejorar sus «condiciones laborales» y profesionalizar la prostitución como «trabajo sexual», por lo que la prostitución y las actividades relacionadas con ella deben ser legales y las mujeres serían libres de contratar gestores, también conocidos como proxenetas. Una crítica a esta postura es que hacen de la prostitución y el proxenetismo actividades normales, lo que puede caer en la legalización de la explotación y la esclavitud sexual.

Independientemente de la postura que asumanos, tenemos que reconocer que la prostitución y la explotación sexual de las mujeres y las niñas son formas de violencia reconocidas en la legislación internacional, ya que se perpetúa la idea de que su cuerpo está en venta, lo que se considera un obstáculo para la igualdad y autonomía de las mujeres. También tenemos que insistir en que la mayoría de los usuarios o clientes de servicios sexuales son hombres para quienes las mujeres seguimos siendo un objeto, al que se puede incluso violentar.

La prostitución y la explotación sexual de las mujeres y niñas son formas de violencia reconocidas en la legislación internacional

Nota completa: http://mexicosocial.org/index.php/2017-05-22-14-12-20/item/1248-ser-mercancia

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