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Diego, el archiduque de Escobedo (primera parte)

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Helena es una guerrillera pelirroja, del EPR. Ingresó a la clandestinidad cuando era adolescente. Es protagonista de la novela inconclusa La generación perdida. Hoy Página3 da a conocer este capítulo, a propósito de Diego Fernández de Cevallos, inmerso en el escándalo por evasión fiscal. Ella fue parte medular de su secuestro.

¿Y Helena? De Helena ya no quiero hablar. Me abandonó casi inmediatamente después de la partida de la doctora Mariana Castillo a París y creo que su desaparición tuvo que ver con las tareas que le asignó su organización.

Por eso se fue casi sin despedirse, en enero del 2010, año en que muchos creían se debía dar la segunda Independencia, la segunda Revolución. La verdadera; dicen algunos.

Antes de su partida, durante 2009, Helena viajó muchas veces al Distrito Federal y a Querétaro; a éste último estado sé que iba a diferentes ranchos de un prominente político, enamorado él, que desde hacía más de un año se había prendado de la belleza de mi espigada pelirroja.

Por eso creo que ella se fue a cumplir tareas de la revolución; a cumplir con su destino, como decía ella, porque en su despedida me dejó en claro que nunca más la volvería a ver, aún si las cosas le salían bien. Me dijo que iba a una misión de “alto impacto”, y por ello mismo de alto riesgo.

Olvídate de mi”; fueron las palabras textuales de la despedida. Y a mi respuesta, de “imposible, no podría”, respondió con sabiduría: “recuerda que un clavo saca a otro clavo. Y si el nuevo clavo no puede sacar al otro, para eso inventaron el martillo”; dijo y sonrío con una picardía nunca antes mostrada.

Helena nunca me dio detalles de lo que hacía, pero estoy seguro que ella fue el señuelo que usaron sus compañeros para llevarse sin problemas al viejo barbón, ese “Rabo Verde” –así le llamaba ella- que se parece a Maximiliano pero se creía hasta entonces un Don Juan, irresistible por el cúmulo de poder que ejercía aún fuera de la estructura formal del gobierno federal.

Es más, creo que la conspiradora profesional que es, fue la que previamente le sacó la sopa, la información, los pormenores de su vida, al grado que Diego le habría dado detalles hasta del chip que según el gobierno le serviría para su permanente localización, y que se lo extirparon fácilmente el día de su captura, después de un breve forcejeo en el que dejó constancia de una bravura que no estuvo a la altura de sus desplantes políticos.

Al Distrito Federal sé que Helena iba a mezclarse con la crema y nata de las dirigencias partidistas y en más de una ocasión la vi en la televisión, en actos proselitistas del Partido Acción Nacional (PAN), en el gobierno desde hace una década.

Ahí, en alguno de esos eventos, debieron presentarle al llamado “Jefe Diego”, el Archiduque de Escobedo, como se le conoce ahora; aunque a éste no se le veía en público con la dirigencia de su partido y prefería ser el poder tras el trono que era, hasta que la guerrilla lo sorprendió y se lo llevó, dicen que a Jalisco, aunque creo que no estaba en ese estado, tierra de uno de los fundadores de PROCUP, Héctor Eladio Hernández Castillo.

El periodista José Cárdenas insinuó, el 23 de julio del 2010, que quien secuestró a Diego –Edad 69 años. Estatura: 1.70 metros. Peso: 65 kilos. Complexión: delgada. Tez: morena clara. Seña particular: cicatriz en la columna vertebral– fue la Tendencia Democrática Revolucionaria (TDR), una escisión del EPR que es lidereada por el comandante José Arturo, identificado por los órganos de inteligencia como Constantino Alejandro Canseco Ruiz, miembro de una prominente familia de luchadores sociales del estado de Oaxaca.

Con él, o con el comando que participó en el operativo de secuestro, seguro estuvo Helena ese 14 o 15 de mayo del 2010, porque de otra suerte sus captores no se hubieran podido acercar tanto al político panista, sin ser alertados por los cuidadores del rancho La Cabaña.

Eso explicaría el porqué el operativo militar fue limpio; sin violencia de más y sin mayores rastros que seguir; más que la sangre que sugiere que fue ahí mismo que le extirparon el chip de localización satelital, que le habría sido encontrado con un escaner que le recorrió de arriba abajo, y lo halló en la nalga derecha del vetusto ex candidato presidencial.

Y ahora sí me preocupa la suerte de Helena porque en el mejor escenario creo que tendrá que abandonar el país o refundirse en la montaña, porque después de éste escándalo que evidenció que todos los políticos son vulnerables en su seguridad ya no podrá vivir en libertad como lo hizo cuando, clandestina, vivió conmigo.

Puedo decir, sin temor a equivocarme, que eso me preocupa a mí pero no a Helena –seguro se cambiará de nombre-, porque ella está hecha de otra madera y siempre ha estado dispuesta a dar la vida si es necesario por la transformación democrática del país. Por la causa de los desposeídos, por esa revolución que no llega.

De mí, puedo decir que gracias a Isabela, mi nueva terapeuta, estoy logrando grandes avances en mi persona, sobre todo porque a diferencia de la doctora Castillo ella no me trata como a un paciente cualquiera –debo confesar que Mariana me trataba como amigo- sino como al feliz novio que ahora soy, y está consiguiendo quitarme de la cabeza a esa guerrillera pelirroja que amé hasta el delirio.

¿Isabela? Sí, Isabela Paz es una terapeuta joven que me recomendó la doctora Mariana Castillo antes de partir en busca de su chamán y gurú, Alejandro Jodorowsky; después de perder el gusto por el confort que da la vida tranquila de la provincia mexicana.

Voy a seguir mi destino. Voy en busca de nuevas experiencias. No puedo atarme a nada ni a nadie”; me dijo Mariana antes de irse a París, a finales de 2009, luego de un breve viaje interior realizado con el apoyo de los hongos, en la tierra de María Sabina, en la Sierra de Huautla, en Oaxaca.

Ve con Isabela, ella es joven pero tiene una buena formación. Es terapeuta Gestalt, estudió en España… Pero eso sí, ya sabes que sólo te curarás si tú quieres”; me dijo y días después se fue al viejo continente, dándome la razón a eso que le dije antes, de que ella era una psicomaga, seguidora de Jodorowsky, ese viejo loco que inventó la psicomagia e hizo películas como El Topo o Santa Sangre, que para su época dicen fueron bastante vanguardistas.

Yo le hice caso a la doctora y amiga.

Cuando encontré a Isabela, en marzo del 2010, me sorprendió su figura morena clara, delgada, y sus ojos grandes de color café, cuya expresión denotan la alegría que tiene por vivir. “Es el preciado don de la juventud”, pensé de inmediato.

De esa belleza morena, expuesta toda ante mis atónitos ojos, nunca me habló la doctora Castillo, pero al final fue en lo primero que me fijé y por eso en lugar de tomar terapias con Isabela, que también las tomé, preferí invitarla a salir a viajar conmigo. Y ella gustosa aceptó, porque al igual que yo estaba sola en ese momento; sin ataduras ni pareja sentimental.

Creo que los viajes, más que las terapias, que también me dio y aún me da, me han servido para ir olvidando a Helena, poco a poco, claro está, porque es cierto que a esa flaca la amé con locura, como a nadie, aún después de irse de mi vida.

Y sí, con Isabela he vuelto a recorrer los caminos antes andados, y he viajado por los estados del sur de México, pero a diferencia de antes ahora lo hago sólo por placer, olvidado del trabajo periodístico y de todo lo que implique responsabilidad.

Con Isabela Paz, amante de su propio apellido, al que hace honor, he vuelto a pasar por los territorios de los comandantes Antonio, Francisco y José Arturo; por Coyuca de Benitez, Tecpan de Galeana, Atoyac de Álvarez, pero sólo ha sido para ir a veranear a Ixtapa, Zihuatanejo o Acapulco.

Lo mismo he recorrido Chiapas y Oaxaca, de la Sierra a la Costa, pero igual sólo para recordar los tiempos vividos con Helena, la guerrillera que sin decirlo aspira a inmolarse para ser una heroína de la patria, como en Cuba lo es el Ché Guevara, a quien admira y admiro, y no como Joaquín Villalobos, el antiguo estratega del Farabundo Martí que vive de asesorar a gobiernos de la derecha.

Todos los viajes realizados los hemos hecho a petición de Isabela, a quien no interesa absolutamente nada de los movimientos armados, pero gusta de viajar y disfrutar de la vida. De la buena vida; acota siempre. Ella propone y yo no me niego; me dejo querer.

Así que ahora, desde la primavera pasada, disfruto de la compañía y los cariños de ésta mujer joven –Isabela tiene 27 años pero parece de 23- porque ella cree en las terapias de choque, que según entiendo, y no entiendo mucho, parten de la necesidad de confrontar el pasado como método para sanar.

Y gracias a eso estoy olvidando a Helena, aunque sin querer la recuerdo cada que pasamos por esos pueblos de Chiapas, Oaxaca o Guerrero, donde la pobreza abunda, porque ahí estuve con ella y con ellos, pasando hambre y sintiendo miedo, de ese miedo raro, indescriptible, que se siente en la piel y en la entraña.

De Isabela puedo decir que es muy inquieta y siempre pretende que le cuente todo de mi vida con Helena, y aún de tiempos anteriores, y a veces pienso que no es mero interés profesional, sino que quiere conocer de mi, tal vez por si algún día tenemos hijos poderles contar acerca de su padre.

Yo siempre me hago el escurridizo; me salgo por la tangente y no le doy muchos detalles, y cuando ella insiste que le cuente, que nada pierdo con hacerlo porque dice que al fin ya me conoce bien, le digo que ni yo me conozco y eso que tengo 45 años de vivir conmigo mismo. Y se echa a reír con esa risa franca que estalla en carcajadas que contagian.

Me pide que le hable de Helena, y de ella sí le cuento porque comienza a ser parte de la historia; al menos de mi historia, y creo que eso si me sirve para poder olvidar… y para poder dormir, aunque ella, Isabela, siempre traviesa y deseosa de conocer del amor, me despierta a cada rato con caricias que me hacen recordar una vieja canción de Silvio Rodríguez: Llover sobre mojado, creo que se llama.

¿La conoces?; le pregunto y se la recito rapidito al oído porque a mi no se me da eso de la cantada; y tampoco sé de cartas; como dice Silvio en la canción Tu fantasma: Despierto en una erótica caricia y sin amanecer me estoy quemando, espero que al fin de la delicia, la luz me diga a quién estoy amando. Pido un café, romántico, barroco; remojo mi cabeza en agua fría y en el espejo veo al viejo loco, cada día piensa que es su día…

De Helena le conté que muchas veces viajé con ella para contactar al comandante Francisco, y que siempre me porté respetuoso, y tomaba distancia, hasta que sucedió lo inevitable, años después de compartir miles y miles de kilómetros; decenas de días y noches… y camas y más camas de hoteles, donde siempre nos hacíamos pasar como esposos.

Le confié que poco a poco me fui enamorando de ella. Primero, su figura espigada, como de modelo, me llenó el ojo desde aquella noche de finales de diciembre del 2001. El 24 pues, para ser precisos. Y esa cara, iluminada por esos ojos cafés oscuro que en un principio creí azules, me volvieron loco; junto a su rizada cabellera, rojiza, rara.

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