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Refugios para mujeres: mucho más que un techo para sobrevivientes de violencia

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Animal Político / Itxaro Arteta @iartetam

Sara nunca se hubiera atrevido a teñirse el pelo de rojo. Le parecía que solo tenían el pelo rojo las mujeres que eran fuertes, que eran atrevidas y salían a la calle con alegría. Pero ella no era así. Nunca conoció más que violencia, desde la violación de su padre a los 5 años y luego el acoso de sus tíos. Se acostumbró al miedo de nunca alzar la voz y terminó viviendo con un hombre que empezó por controlarle todo —el teléfono, las salidas, los amigos— y terminó por golpearla, violarla delante de su hijo y pegarle al niño también.

Pero hoy, Sara trae el pelo rojo. Hoy sonríe, se siente libre. Dice que ya entendió que nunca fue su culpa y que nunca volverá a dejar que nadie le haga daño. Hoy, por primera vez, Sara se siente fuerte.

Lo que le cambió la vida ha sido su paso por un Refugio para mujeres víctimas de violencia, del que está a punto de egresar. Pero no solo porque no tenía a dónde ir y su vida corría peligro, sino por todo el proceso personal que ha recorrido en estos ya casi tres meses, que es el tiempo de estancia en este tipo de lugares.

El Refugio es mucho más que un espacio de resguardo: las mujeres emprenden un camino de terapia psicológica, acompañamiento para desarrollar un proyecto de vida nuevo y recuperar sus redes de apoyo familiar o social, y asesoría jurídica en caso de que quieran tomar acciones legales contra su maltratador, aunque no es condicionante para recibir el resto de atenciones, como sí ocurre en la mayoría de servicios gubernamentales.

Sara está en uno de los dos refugios de la asociación Alternativas Pacíficas, de Nuevo León, que acaba de festejar su 25 aniversario y fue la primera del país en abrir estos espacios para ayudar a mujeres que viven violencia, en mayo de 1996. Desde entonces ha albergado a 2 mil 266 mujeres, o como subrayan: más de 2 mil vidas salvadas.

Siete años después, con el surgimiento de más espacios similares, se creó la Red Nacional de Refugios (RNR), y aunque Alternativas Pacíficas ya no es parte de ella, el modelo integral de atención fue avalado oficialmente en 2011 por el Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) como el estándar a seguir.

Tan solo en 2020, los alrededor de 60 Refugios afiliados a la Red resguardaron a 10 mil 135 mujeres que ahora son sobrevivientes de violencia.

Un solo feminicidio en dos décadas de existencia

El éxito del modelo de los Refugios para evitar que las mujeres sean víctimas de feminicidio es contundente: en sus más de dos décadas de existencia solo hay registro de una usuaria que fue asesinada después de egresar.

Y no fue porque ella hubiera vuelto con su agresor, sino porque la policía no cumplió la orden de protección que había tramitado. Ocurrió hace cuatro años en Hidalgo, y la explicación de las autoridades fue que no tenían suficientes recursos, cuenta Wendy Figueroa, directora de la RNR.

Este dato contrasta con lo que ocurre cuando la única respuesta desde el Estado es tomarle la denuncia a una mujer y abrir una carpeta de investigación. Aunque en México no hay estadísticas oficiales de cuántas víctimas de feminicidio habían denunciado violencia previa, se calcula que hasta el 40%, de acuerdo con Figueroa. La directora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, María de la Luz Estrada, asegura que entre 25 o 30% de las mujeres cuyo presunto victimario fue su pareja, denunciaron algún acto que ponía en riesgo su vida. Cálculos consistentes con lo que sí se ha documentado en otros países, como en España, un 30%, o en Perú, un 46%.

Lo único que muestran las cifras oficiales es que la violencia familiar es el segundo delito de mayor incidencia, por debajo de todos los tipos de robos: hubo 220 mil denuncias el año pasado de violencia, 25 cada hora. Además, 3 mil 793 asesinatos de mujeres —más de 10 al día—, de los que solo 948 se investigan como feminicidio, según cifras actualizadas del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP).

Otra prueba del éxito del modelo es la mínima cantidad de mujeres que regresan a vivir con quien las violentó: históricamente, solo 3 de cada 10, y en el último año, esa proporción se redujo a la mitad gracias a la apertura de nuevas Casas de Transición, que son el último paso del camino en el modelo de la Red y de las que se hablará en la siguiente entrega.

“Y de ese 30%, que me parece muy valioso, el 20% regresó con órdenes de protección, regresó con el agresor condicionado por ellas mismas a terapia”, detalla Figueroa. “El que regresen 30% no quiere decir que regresen exactamente igual que como ellas ingresaron. Por eso cuando hablamos de casos de éxito, yo sí puedo decir que todos son casos que tienen un cambio en su vida y en su historia, porque las mujeres aunque regresen con su agresor, no van a regresar igual: saben que tienen derechos, saben que hay otras formas, saben que pueden acercarse (otra vez a la organización)”.

Jonathan Villalba, director de Creativería Social, que opera el modelo completo de Refugios en Morelos, cuenta que tuvieron un caso extraordinario donde la intervención logró que incluso el hombre cambiara de vida, aunque no es lo más común.

“El agresor llegó al Centro Externo, le dijimos ‘ok, ella no está aquí, ya no está, pero si tú quieres hacer algo, ven’. Lo referenciamos a un espacio de atención, el señor tomó su terapia y todo. Al egresar la mujer decidió regresar con él, y hoy en el seguimiento te puedo decir que viven juntos, que ya no hay violencia, que cada quien respeta sus roles, y obviamente pues construyeron roles desde ellos ahora, no roles estereotipos que existían, sino que empezaron a crear una forma diferente de convivir, y de verdad, llevan una vida libre de violencia”, explica.

Las activistas aclaran que el objetivo final no es necesariamente que las mujeres dejen a su pareja, sino que logren su autonomía de decisiones y de saberse sujetas de derechos.

Los cuatro pilares de una atención integral

La entrada al Refugio de Alternativas Pacíficas es un portón que no da ninguna pista sobre lo que hay adentro, ya que su ubicación es confidencial para garantizar que ningún agresor sepa dónde ir a buscar a su víctima. Aunque apenas entrar, recibe un letrero que dice “Bienvenida, esta es tu casa”.

La calidez en el trato es una regla básica para quienes trabajan en estos espacios; las usuarias también tienen reglas que cumplir. Ingresar a un Refugio, más que solo tener dónde resguardarse, es como entrar a un programa de intervención que dura tres meses. Aunque eso sí, tienen total libertad de irse antes si así lo desean.

Por seguridad, de ellas y del resto de mujeres, deben apagar su celular y dejarlo en resguardo. Tampoco pueden salir más que para recibir alguna atención, hacer trámites, o en caso de tener visitas familiares en el Centro Externo (aunque por la pandemia de COVID-19 se han hecho virtuales), y siempre acompañadas de personal del área de Trabajo Social.

Este es uno de los cuatro servicios fundamentales del modelo de Refugios. Esas interacciones con el mundo exterior son facilitadas por una trabajadora social, que tiene como una de sus misiones reestablecer contacto con sus familiares o personas de su confianza que puedan convertirse o volver a ser su red de apoyo, es decir, con quienes pueda contar cuando salga de ahí para cosas como tener dónde vivir, volver a hacerse de pertenencias, o cuidarle a los hijos e hijas mientras trabaja. Redes que suelen destruirse cuando una mujer vive violencia porque el agresor la aísla, amenaza o agrede también a la gente a su alrededor, o porque la misma familias le dice que debe quedarse con el padre de sus hijos.

La misma área las acompaña a hacer gestiones como tramitar actas de nacimiento o identificaciones que hayan dejado antes de huir o que el agresor les haya quitado. Y cuando están por salir, van también a su lado en la búsqueda de un nuevo lugar para vivir o hasta una entrevista de trabajo.

Otro servicio elemental es el médico. En una oficina entre los cuartos y una de las áreas comunes del Refugio, hay siempre una enfermera de turno que todos los días revisa los signos vitales de las usuarias, al llegar les hace exámenes médicos, incluyendo de enfermedades de transmisión sexual, y les da vitaminas o consigue el medicamento que necesiten. Rosario Pacheco, directora de Alternativas Pacíficas, explica que más allá de golpes o heridas, la mayoría de mujeres llega con algún nivel de desnutrición y con infecciones de vías urinarias, asociadas a la hormona que produce el miedo.

Frente a la puerta de la enfermería, están pegados los horarios de actividades: el día empieza a las 6 de la mañana con su aseo personal y preparación del desayuno, ya que todas las comidas las preparan las propias mujeres con insumos que provee la organización, muchas conseguidas por donaciones particulares. De hecho, aprender a cocinar es una de las actividades que está pensada también como algo que podría darles una fuente de ingresos económicos al salir.

Gran parte del tiempo está etiquetado como hora de “consejerías”. Unas son las jurídicas, un pilar más del modelo, de las que reciben pláticas grupales sobre sus derechos, o asesoría personalizada si deciden iniciar un proceso legal, ya sea para obtener pensión alimenticia para los y las hijas o de denuncia por agresiones sufridas. Aunque esto no es condicionante para recibir el resto de atenciones.

Marisol Castrejón, abogada en la organización, detalla que las acompañan a hacer los dictámenes que sean necesarios, psicológicos o médicos, estar presentes en cualquier diligencia y darle seguimiento el tiempo que dure el proceso legal, que suele ser mucho más de los tres meses de estancia, incluso años.

Alternativas Pacíficas ha acompañado en los últimos tres años 705 casos en materia penal y conseguido solo 17 sentencias condenatorias (2.4%); y 787 procesos en materia civil y familiar, con 337 sentencias a favor (42.8%).

Figueroa, de la Red de Refugios, se queja de que la impunidad del sistema judicial sigue siendo un lastre contra el que luchan, ya que de alrededor de 20 mil mujeres que acompañan las asociaciones al año, ni 10% llega a judicializarse.

Finalmente, el cuarto servicio y que es fundamental en el proceso de las sobrevivientes de violencia, es el psicológico. En el Refugio tienen al menos tres terapias a la semana. Lo primero, es explicarles los tipos de agresiones posibles: la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia identifica al menos cinco: la psicológica, física, patrimonial, económica y sexual. Y conforme avanzan, la meta final es que elaboren un nuevo plan de vida.

“Se comienza con el proceso de reactivar sus recursos personales, me refiero a todas sus capacidades, sus fortalezas, con las que ellas cuentan para empoderarse en todos los sentidos. Digamos, en qué son buenas, qué les ha funcionado antes, cuáles han sido sus logros. Con la violencia casi siempre pasa que su autoestima baja muchísimo y no se acuerdan de sus capacidades”, señala la psicóloga Karen Rivera.

Los días en el Refugio terminan a las 10 de la noche, y los fines de semana son de actividades libres que ellas escogen como ver películas o jugar lotería.

También pueden tener otras actividades que parecen más recreativas, aunque también suelen tener un sentido en su proceso: por ejemplo, el taller de belleza en el que Sara se pintó el pelo de rojo, que les enseña un oficio y a la vez es un ejercicio de arreglarse físicamente y volver a autovalorarse.

Hijas e hijos no son un complemento, sino parte de la atención

Desde que Monserrat tuvo su primer embarazo, su marido empezó a violentarla diciendo que tenía dudas de que fuera suyo. Después no le importaba golpearla frente a él; cuando tenía ocho meses, casi la ahorca, y solo se detuvo porque el bebé comenzó a gritar. Pero el pequeño fue creciendo entre esa violencia.

“No sólo me estaba lastimando a mí, sino que estaba lastimando a mi niño. Porque mi niño se está volviendo muy agresivo, mi niño me golpeaba y me mordía siendo un niño chiquito de un año y medio, ya no me hacía caso y se tiraba en el suelo y hacía berrinches, y el papá le aplaudía eso. (…) Yo no quiero una vida donde el niño al rato de más grandecito me va a golpear y no me va a obedecer porque está viendo su papá todo el tiempo. Y de ahí dije: no, yo ya mejor me voy”, cuenta.

Estaba embarazada por segunda vez, a dos meses del nacimiento. Eso fue un obstáculo para encontrar apoyo en otras instituciones, pero no en el Refugio de Alternativas Pacíficas, en Nuevo León. Ahora, en la puerta de su cuarto, además de su nombre hay un dibujo de una cigüeña porque de ahí la llevaron a tener a su bebé, le proporcionan pañales, leche, ropita y todo lo que le hace falta.

A los Refugios, las mujeres pueden entrar con sus hijas e hijos, mientras sean menores de edad, y suelen ir con dos o tres, por ello los cuartos suelen tener literas o camas matrimoniales para que quepan cómodamente. Y aunque en las áreas comunes convivirán con otras mujeres y niñas y niños, está pensado que se fortalezcan o restablezcan lazos de madre con ellos, con cosas como, por ejemplo, que aunque el comedor es grande, tiene mesas pequeñas para que cada una sea una mesa familiar.

En Alternativas Pacíficas hay una ludoteca donde las niñas y niños tienen actividades, como los platos de cerámica pintados que preparaban a principios de mayo para el día de las madres. En otra área, una cancha de futbol dibujada en una pared es parte de un programa desarrollado con la Agencia de la ONU para los Refugiados, Acnur, para aprender valores como “siempre estar para el equipo”, además de un programa especial llamado “Antenas”, que es un extraterrestre de caricatura que habla con las y los pequeños en un cuarto especial, dirigido por una especialista para que puedan expresar cómo se sienten o las violencias que han sufrido.

La Red Nacional de Refugios también presume que su modelo incluye la atención especializada para los y las hijas de las mujeres, con pedagogas que se encargan de que no pierdan el año escolar mientras no van a la escuela —que ahora con la pandemia ha sido más fácil por las clases virtuales— y terapia psicológica también especializada.

Ana María Gutiérrez, de la asociación Con Decisión Mujeres por Morelos, recuerda que cuando empezaron los Refugios, pasaron unos dos años con las niñas y niños corriendo por ahí en el patio solo con supervisión, hasta que vieron que no solo necesitaban una maestra para no atrasarse en su educación, sino también terapias porque habían sufrido daños.

Figueroa asegura que esto no es igual en todos los países, que por ejemplo, cuando han recibido visitas de organizaciones españolas, les reconocen ese trabajo porque allá no se tiene una atención especial para ellas y ellos.

¿Y cuánto cuesta un Refugio?

En las campañas electorales que acaban de terminar, los Refugios para mujeres fueron motivo de propuestas y golpeteo político: la alianza PRI-PAN-PRD sacó en radio y televisión promocional diciendo que Morena les había recortado el presupuesto, el Partido Verde prometió la instalación de más Refugios y candidatos como Samuel García, que ganó la gubernatura de Nuevo León por Movimiento Ciudadano, aseguró que los Refugios habían cerrado.

Además, en marzo, mes de la mujer, la Cámara de Diputados aprobó una iniciativa, que ahora se encuentra en el Senado, para que se cree un Refugio en cada uno de los casi 2 mil 500 municipios y alcaldías del país.

¿Pero cuánto costaría esto, es viable? Quienes trabajan en estos lugares se preguntan de dónde saldría el dinero y el personal para hacerlo y le recuerdan a los políticos que si es la sociedad civil quien ha puesto la mayoría de Refugios es porque los gobiernos duran 3 o 6 años y quien llega después ya no da continuidad a lo que dejó el anterior.

Ni siquiera hay Refugios en todos los estados del país: Tamaulipas y Zacatecas no tienen. Aunque otros tienen hasta cuatro o cinco, como la Ciudad de México, Morelos o Chihuahua.

En México son subsidiados con presupuesto federal 34 Centros de Atención Externa y 67 Refugios en 30 estados (Tamaulipas y Zacatecas no tenían al cierre de 2020), de los cuales el 56% son de sociedad civil y el resto de gobierno, según información proporcionada por el Instituto Nacional de Desarrollo Social (Indesol), que es quien se encarga de la distribución de recursos.

“Los montos para la operación de cada Refugio van desde los 8.7 millones de pesos hasta 1.2 millones de pesos, dando un promedio 4.9 millones de pesos cada uno”, señaló el organismo en una tarjeta informativa.

Es decir, que para tener uno en cada municipio harían falta, como mínimo, unos 3 mil millones de pesos.

Esta cantidad es equivalente a lo que el presidente Andrés Manuel López Obrador presumió que redujo de gasto anual la Oficina de la Presidencia en comparación con el sexenio anterior; es apenas el 2% del presupuesto que tiene el programa social más grande del país, la pensión para adultos mayores. Pero está muy lejos de ser lo que realmente se destina a los Refugios, que es una octava parte.

En 2021, el monto etiquetado en el Presupuesto de Egresos de la Federación (PEF) es de 405 millones de pesos. Lo mismo que en 2020; no hubo recorte ni desapareció.

Esa idea se ha reproducido desde que en febrero de 2019, López Obrador ordenó que se cancelara toda entrega de recursos a organizaciones de la sociedad civil. La convocatoria para subsidios a Refugios —que entonces eran 346 millones— se suspendió por unos días y el gobierno jugó con la idea de hacerse cargo de estos espacios a través de la Secretaría de Gobernación. Pero tras los fuertes reclamos de las asociaciones y feministas de que esto era inviable y se pondría en riesgo la vida de más de 20 mil mujeres al año, hubo marcha atrás.

Lo que sí cambió la actual administración fue que a partir de 2021 ese dinero dejó de ser un subsidio administrado por la Secretaría de Salud, a través del Centro Nacional de Equidad de Género y Salud Reproductiva, que se asignaba hasta marzo de cada año, para convertirse en un programa social de la Secretaría del Bienestar, con presupuesto ya asignado al arrancar el año y que distribuye el Indesol. Un cambio considerado positivo por las asociaciones, porque este organismo estaba acostumbrado a trabajar con sociedad civil y el proceso para acceder a los recursos ha sido más ágil, comentan.

Aun así, este presupuesto es una proporción mínima respecto a lo que pierde el país por la violencia de género. Un estudio publicado en 2016 por la UNAM y la Comisión Nacional para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (Conavim) calculó que entre atenciones de salud, servicios legales, pérdida de productividad de las mujeres y los agresores encarcelados, entre otros factores, el costo de la violencia contra las mujeres es de 245 mil millones de pesos anuales, 600 veces más de lo destinado a este programa.

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