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Invasión y despojo, el terreno de la discordia entre los bosques de Topilejo

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Un terreno de 6 mil 500 metros en medio del bosque, conocido como “Tlalmelolpa” en las inmediaciones de Topilejo, ha sido objeto de disputa y deseo para la actual comisionada de Recursos Naturales de la Ciudad de México, Columba López, quien gestionó una demolición desde sus atribuciones como funcionaria pública

Texto: Arturo Contreras Camero | PIE DE PÁGINA

Fotos: Belén Kemchs

CIUDAD DE MÉXICO.- A finales de mayo de 2021 un equipo de demolición enviado por la alcaldía de Tlalpan entró al predio Tlalmelolpa, entre los bosques de Topilejo, y destruyó una pequeña casa ecológica. Esta, aseguran habitantes del lugar, fue la primera de una serie de demoliciones irregulares que culminaron cinco meses después, con el derribo de una gasera y varias viviendas en otras zonas de Topilejo, lo que en su momento provocó un fuerte enfrentamiento entre los vecinos de la zona y las autoridades del gobierno de la Ciudad de México.  

La casa estaba construida en zona de conservación, por lo que, según las personas que acudieron a derribarla, tenía que ser demolida. Sin embargo, hasta unos años antes, el predio, junto con la casa que demolieron, había estado en posesión de las mismas autoridades que meses después ordenaron su demolición.

El predio en cuestión está en Tepetzintla 7, en el asentamiento humano conocido como el Oyameyo, en Topilejo. Llamar asentamiento a este lugar es hacerlo menos. Los terrenos más bien parecen bosques privados que resguardan lujosas casas de campo. Escondidos entre los árboles también hay centros de entrenamiento canino, escuelas de equitación con caballerizas y hasta una granja didáctica, que por sus jaguares y leones, más bien parece zoológico.

Todas estas tierras solían ser parte de la dotación de suelo comunal de Topilejo, sin embargo, los propios comuneros han vendido partes del territorio a particulares a lo largo de los años.

Por un tiempo los vecinos de este lugar estuvieron convencidos que el predio Tlalmelolpa era propiedad de Columba López, actual titular de la Comisión de Recursos Naturales de la Ciudad de México, y en ese entonces directora de Recursos Naturales en Tlalpan. Así se ostentaba ella misma, cuentan. Sin embargo, nunca fue así.

Alrededor de este predio se teje una historia intrincada de intereses que a continuación se intentan describir siguiendo documentos de casos judiciales relacionados con el predio y testimonios de personas del lugar que prefieren mantener su anonimato.

En el suelo aún se ve el asentamiento cubierto con azulejo que lucía la casa ecológica de Tepezintla #7. También quedan los vestigios de muebles y algunas prendas de ropa.

Tepetzintla  #7

Su historia, marcada por el infortunio, inicia con un asesinato. El de Marco Antonio Sánchez Porta, uno de los tantos dueños que ha tenido este predio. Marco Antonio llegó a este lugar a inicios de los 90, buscaba construir una casa y montar una veterinaria donde atender a los animales de las granjas y ranchos vecinos. Comenzó a limpiar el terreno y a cercarlo con árboles, sin embargo, al poco tiempo de haberlo adquirido abandonó el predio y viajó a Canadá por varios años. 

A pesar de que no existe un registro de la compra que efectuó Marco Antonio, sí hay documentos que constatan su legal posesión con la anuencia del Comisariado de Bienes Comunales de Topilejo. Sin embargo, él no le compró el terreno a los comuneros, sino a un particular, un supuesto Anastacio Rodríguez que habría conseguido el terreno en 1973, bajo otro concepto de compraventa. Este tipo de operaciones son usuales en terrenos ejidales o comunales, a pesar de que no sean legales, pues ningún particular puede enajenarlos o venderlos sin la anuencia del comisariado ejidal o comunal correspondiente. 

A su regreso, casi quince años después, Marco Antonio Porta inició la construcción de una casa y de un portón de ladrillos en la entrada del predio, lo único que queda hoy de lo que edificó alguna vez. Después de un tiempo de vivir en el lugar, sin saber la razón, Marco Antonio empezó a ser acosado por los vecinos. Le tiraban piedras y rompían sus ventanas. Incluso le robaron el tinaco en el que almacenaba agua.

La tensión llegó a tal grado, que el veterinario no dormía en la pieza principal de la cabaña, sino en un tapanco, sobre una colchoneta debajo de la cual guardaba un cuchillo militar, según cuentan algunos vecinos del lugar. No le faltaban motivos, un día, alguien se le apareció en la entrada del predio y le disparó con una escopeta. 

Hay quienes dicen que el asesinato sucedió en una pelea entre Marco Antonio y unos pastores que arruinaban sus cosechas con su ganado, pero es poco probable porque en el terreno no suelen pastar borregos, gracias a los cercos y a un talud, una pared de piedras, que deja al terreno a desnivel, separado del resto de las colindancias.

Otros más dicen que alguien llamó la atención del veterinario tirando piedras desde atrás de la casa, arriba del talud, y cuando salió a inspeccionar, lo sorprendieron con una emboscada. Con un par de tiros entre las entrañas, el veterinario pidió auxilio, pero murió de camino al hospital.

La muerte de Marco Antonio sucedió el 8 de noviembre de 2015. Un mes y medio después, durante las fiestas decembrinas, su hermana, Gisela Porta, ya había arreglado un juicio testamentario y había logrado quedarse con la posesión del terreno. El 27 de diciembre Gisela firmó un convenio de comodato en el que cedió el predio por dos años a la entonces Delegación Tlalpan. En el contrato se ve su nombre y el de Columba López, que entonces fungía como directora general de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de Tlalpan. El comodato tuvo una vigencia del 2 de enero de 2016 al 30 de septiembre de 2018.

Columba López, por medio de un permiso de ocupación temporal, del que Pie de Página tiene una copia, dejó el terreno al cuidado de Isidoro Esteban Escuen Julve, hombre de origen español que llegó a México en 2007. Ahí vivió con su hija, Lorea, hasta 2019.

Para ocupar el terreno de Tepetzintla 7, Isidoro presentó un programa de capacitación de cocina ante la delegación Tlalpan, que en ese momento apoyaba proyectos en la zona. El taller de preparación de mermeladas y encurtidos se llevaría a cabo en la casa en cuestión.

En la colonia San Miguel Topilejo, dentro de la Alcaldía Tlalpan, varios terrenos cuentan con anuncios de venta. Prometen tener los servicios básicos: luz, servicio regular ante CFE, teléfono, internet y agua; además de ser “trato directo”.

¡Regrésame mi casa!

Como si se tratara de un contrato embrujado, cuatro meses después del vencimiento del permiso temporal, la sombra de la codicia se posó de nuevo sobre el terreno. Un día, sin conocer a quienes aún ocupaban el terreno alargando el permiso de la delegación, Gisela Porta, la hermana del veterinario, llegó a reclamar su propiedad. 

En su primera visita, Gisela se encontró con Lorea, la hija del ciudadano español, quien no la dejó entrar, a pesar de que le pidió pasar al baño. Después de todo, Gisela era una desconocida para Lorea, incluso para su papá, quienes firmaron un trato con la delegación, y bajo ese amparo permanecían en el lugar.

Al encontrar la casa ocupada, Gisela acudió a las oficinas de la delegación, buscando a la misma Columba López, para revocar el comodato y recuperar su propiedad. Después de buscar en distintas direcciones, oficinas y dependencias de la delegación por las que pasó Columba López durante su carrera política, finalmente la encontró para toparse con una desagradable sorpresa: para recuperar el predio y desalojar a Isidoro y Lorea, la misma Columba López, a quien de buena fe le había cedido el terreno, ahora le demandaba 40 mil pesos, como quedó asentado en una de las carpetas de investigación que existen alrededor de este predio. 

Ante las opciones poco viables, Gisela regresó al terreno para demandarlo de vuelta, o por lo menos negociar una renta a cambio. En esta ocasión la recibió Isidoro, que iba de salida y estaba a punto de abordar un taxi para ir a una consulta al hospital. Después de una discusión, Isidoro dejó el lugar. De un costado le colgaba un catéter y una bolsa con su propia orina, producto de una insuficiencia y varias enfermedades crónicas, aunque Gisela Porta no creyó en su enfermedad y solo lo tomó por un embustero que buscaba engañarla. 

Alertada de que la dueña original del predio lo estaba intentando recuperar, Columba López se acercó a Isidoro y le propuso que comprara la propiedad. Isidoro, animado, empezó a buscar la manera de conseguir los recursos, sin embargo, cambió de parecer después de solicitar un crédito hipotecario. En el banco le informaron algo que no sabía: que la casa y el terreno en los que había vivido por más de dos años estaban en suelo comunal, y por ley, no podían ser vendidos o enajenados entre particulares, por lo que su crédito no procedería. 

En junio de 2019, después de que Isidoro se negó a comprar el terreno, Columba reclamó la posesión del terreno, que lo regresara a la Alcaldía. Por medio de un escrito, demandaba entregar la posesión de Tepetzintla 7 antes del 22 de ese mes. Sin muchas opciones y con una enfermedad crónica a cuestas, Isidoro informó a la ahora Alcaldía de Tlalpan que no le era posible dejar el terreno. 

Ante la negativa del español, Gisela, decidida a recuperar su predio y la casa de su hermano, buscó un método menos apegado a la ley. Se puso en contacto con los comuneros de Topilejo, quienes controlan legalmente esas tierras. La idea era simple: ella les regresaría la mitad del terreno que compró su hermano si ellos le ayudaban a despojar a la familia que ahí vivía.

Un plan, una invasión y un despojo

Las ventas de territorios en San Miguel Topilejo existen incluso por internet, pero un gran número de estas terminan siendo un fraude.

Una mañana, en la puerta del terreno que aún habitaban los Escuen apareció un oficio firmado por el Comisariado de Bienes Comunales de Topilejo. Una hoja carta en la que, entre mala ortografía y una pobre redacción, se conminaba a la familia de españoles a dejar la casa lo antes posible.

Junto con la carta, llegaron también las amenazas y el acoso. Así como había sucedido con el veterinario, Isidoro y Lorea empezaron a recibir visitas inesperadas por la noche que se marchaban como fantasmas. Incluso, como al mismo Marco Antonio, alguien les robó el tinaco del agua; seguido les cortaban el cable del teléfono y el internet, o a veces grupos de vecinos acudían a insultarlos y tirarles piedras. En una de esas ocasiones, alguien gritó a quien estaba al interior de la casa “¡Sal, para que te hagamos como al veterinario!”

El acoso llegó a su culmen, con un plan urdido entre Gisela Porta, los comuneros de Topilejo y un par de invasores: Leonard López Moran y Alejandro Pérez García, sobre quienes pesan acusaciones por despojo, invasión y asesinato. La idea era que, mientras Isidoro y Lorea estuvieran fuera del predio, ellos entrarían, cambiarían la chapa y se harían de la posesión del lugar.

Su plan no pudo haber salido peor. La mañana del 14 de agosto de 2019, Leonard y Alejandro entraron al terreno pensando que estaba vacío, sin saber de la presencia tanto de Isidoro como de Lorea, quienes los vieron entrar, caminar hacia la puerta de la entrada y empezar a cambiar la chapa. De inmediato, Isidoro y Lorea llamaron a la policía, pero no obtuvieron noticias hasta tiempo después, mientras esperaban dentro de la casa.

Después de unos minutos de no recibir respuesta, Lorea salió a ver qué había pasado con los invasores, solo para llevarse la sorpresa de que afuera de su casa había una patrulla que había llegado en silencio desde lo que parecía un buen rato. Los policías y los invasores conversaban tranquilamente. Al ver la escena, Lorea gritó a su papá, quien acudió de inmediato. 

Como resultado, tanto Isidoro, que había salido al llamado de su hija, como los invasores fueron a dar al Ministerio Público del centro de Tlalpan. Ante el enredo que representó el caso para los agentes judiciales, todos los implicados fueron puestos en libertad. Mientras que Isidoro tuvo que regresar a su casa en un taxi, por Alejandro y Leonard pasó una camioneta de servicio con logos de la Alcaldía de Tlalpan que los recogió y de inmediato los llevó de regreso a Tlalmelolpa, para terminar con la tarea de despojo. 

Cuando llegaron al lugar, la casa era asediada por un grupo de personas, entre quienes destacaban personas con gafetes de la Alcaldía, que buscaban hacer salir a Lorea a como diera lugar. Sus gritos eventualmente se transformaron en una lluvia de piedras que rompió con todas las ventanas del lugar. 

Estando Lorea arrinconada al interior de la casa, Leonard y Alejandro lograron entrar en el predio, un terreno de 6 mil metros cuadrados coronado por la cabaña ecológica, de no más de 100, en la que se resguardaba Lorea. Terminaron el cambio de chapa que habían dejado inconcluso, desbrozaron el terreno y después de un día de trabajo, se prepararon para dormir en una camioneta al interior del terreno, en una orilla alejada de la casa, donde aún permanecía Lorea resguardada por una docena de perros. 

Desde ahí, asediada y sitiada, Lorea logró comunicarse con la policía, pero no con la policía de su cercanía de Topilejo, sino con alguna otra corporación o algún otro mando que reaccionó como si el ataque en contra de los Escuen fuera terrorismo puro. Al lugar llegó un operativo enorme al que solo parecía faltarle corporaciones de la AFI y un montaje televisivo.

Poco después, Leonard y Alejandro fueron llevados al Búnker, a las instalaciones principales y sede de la Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México,  junto con Lorea e Isidoro. Ahí un Ministerio Público tomó la declaración de todas las partes y después de un día y medio, enviaron a los invasores al reclusorio sur, culpables de despojo en contra de un adulto mayor. 

Sin embargo, nunca ingresaron. Supuestamente, la dueña del terreno, Gisela Porta, había logrado demostrar la legal posesión del terreno ante el juez que dictó la sentencia, a quien le dijo que Leonard y Alejandro eran sus trabajadores, y que los invasores, eran Isidoro y Lorea.

Ante el escenario, Isidoro y Lorea dejaron el terreno. Isidoro falleció a los pocos meses de haber dejado el terreno, presumiblemente por el estrés que esto le generó. De su hija, no se sabe más. 

Un derribo contra toda lógica

Desde esa noche, el predio empezó a ser ocupado por Leonard López Morá y su familia, hasta el pasado noviembre, cuando una demoledora y decenas de trabajadores y cargadores de la alcaldía, bajo instrucción de la Secretaría del Medio Ambiente, bajo sello de Columba López, directora de Corena, llegaron al predio para demoler la casa ecológica que ahí se encontraba.

En un primer intento lograron demoler la casa y saquear las pertenencias que ahí se encontraban, pero su tarea quedó inconclusa, por lo que al día siguiente regresaron. Confiados en que el trabajo del día anterior habría espantado a los residentes, los trabajadores de la alcaldía se sorprendieron al ver que en el lugar estaba un abogado, representante de Gisela Porta, quien pidió les mostraran la orden de desalojo y demolición.

Cuando los trabajadores mostraron el documento, la dirección no correspondía con la de Tepetzintla 7, por lo que ya no pudieron seguir con la demolición. Desde entonces ,el predio permanece abandonado.

El derribo, además, fue ilegal, pues al estar vinculado a la carpeta de investigación del caso de Isidoro, permanecía bajo vigilancia policial, y supuestamente ninguna persona debía entrar en él y mucho menos realizarse demoliciones en su interior. 

Hay quienes aseguran que el derribo fue una orden de Columba López, como una venganza en contra de Leonard López, por no haberse podido hacer con la propiedad del predio, otros que es más bien en contra de los comuneros, que disponen de las tierras de la zona a placer y con total discreción. 

También, hay quienes aseguran que en medio del predio de Tepezintla 7 se nota un vado. Algunos vecinos aseguran que cuando la tierra se ve así, hundida, es porque ahí hay un pozo de agua, o una fosa con cadáveres. 

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