Armando Navarrete Cornejo
Amanecer en Oaxaca nos mueve a la reflexión. Haces tus planes pero al rato se te trastocan por los bloqueos que una u otra organización social o política hacen aquí o por allá. Las vialidades, las oficinas públicas y los negocios son tomados por miles o hasta por unos cuantos ciudadanos y las actividades productivas, incluida la economía informal, sufren trastornos. Sería absurdo negar el derecho que todos tienen para manifestarse. Más aún si la crisis, el desempleo o el hambre es progresiva en nuestro México, que, queramos o no, engendra inconformidad y movilizaciones legitimas.
Movidos por la indignación de acontecimientos condenables pero sobre todo vergonzantes como los de Iguala, agitados por demandas justas ante el rezago social y las ofensivas carencias en la comunidad indígena, rural y urbana, o en muchos casos excitados por la invariable costumbre del chantaje y la manipulación a grupos ciudadanos, ayer, hoy y permanentemente, se trastornan las actividades diarias de los oaxaqueños.
En Oaxaca, este fenómeno no es privativo de los últimos cuatro años. Proviene del pasado reciente (¿25 años les perece?) y se acrecienta conforme la crisis nacional empeora. Digan si no duele la insuficiencia o falta de ingreso entre trabajadores y familias enteras, si la inflación y la carestía no lastima a los trabajadores o si la falta de empleo no desdibuja las posibilidades de vida de la gente.
Todo esto es innegable. Pero podemos y debemos hacer un alto en el camino para visualizar un derrotero que reencause el destino de nuestros pueblos, que nos dé luz para enderezar el rumbo y que nos indique qué ruta seguir para alcanzar la armonía y lograr un acuerdo social que le dé a Oaxaca y a su población mejor destino. Este es un trascendente reto de gobierno y de liderazgos legítimos.
En su mayoría, los dirigentes de las organizaciones sociales y políticas del estado son consientes de este apremio. Sin capitular, están obligados a cavilar la mejor forma de compatibilizar los derechos, las aspiraciones y toda reivindicación de sus representados con la legalidad –con el Estado de derecho-, y la incuestionable exigencia de los sectores ciudadanos a quienes afecta la anarquía y el desorden de distintos agrupaciones por las desestabilizadoras formas de lucha.
En el medio político dogmático, ponerlo en estos términos es abusar de la ignorancia propia o, definitivamente, haber perdido principios ideológicos justicieros. Sin embargo, hay que subrayar que la descomposición social ocasionada por la enajenación capitalista no ha dejado títere sin cabeza. Ningún partido político –y menos la diversidad de las organizaciones sociales-, tienen, hoy por hoy, una concepción clara y sólida –filosóficamente hablando-, del México o el mundo sin clases sociales que todos queremos; menos aún cuentan con la cohesión social o la unidad de las masas para transformar las condiciones sociales de miseria.
En concreto, pensamos que las organizaciones sociales deben y pueden encausar su lucha con métodos que atraigan, no que distancien o lesionen a la población. Las prácticas vandálicas acaban con la gallina de los huevos de oro, irritan a la sociedad y provocan el cierre de negocios establecidos con esfuerzo emprendedor de las familias de bien. Con ello deviene la aceleración de la crisis, el desempleo y la desesperanza e incluso la aparición o el afianzamiento de los grupos delictivos como opción de subsistencia.
Llama la atención que el estado mayor de la Sección 22 no perciba así las cosas, pero es alentador que sus bases empiecen a cuestionarse hacia dónde van, hacia donde las llevan. Les duelen las generaciones perdidas en materia educativa, que multiplican la ignorancia, incluyendo a sus propios hijos, que al final engrosan la masa de desocupados y de migrantes.
Sorprende la indolencia de este gremio, habida cuenta que ya tronaron a centenares de comerciantes del primer cuadro del Centro Histórico. Su indiferencia ante los miles de desocupados que su interminable plantón ha provocado en el corazón de la Ciudad se refleja en el rechazo ciudadano generalizado, más que en la solidaridad con sus causas.
Aunque no se ha entendido así, el Gobierno del estado ha sido prudente, tolerante. No ha ejercido acciones que en el marco del derecho serían necesarias para no “calentar la plaza”, para evitar que el estado se incendie por la presencia de grupos radicales en la agrupación magisterial.
El Gobierno Municipal de Oaxaca de Juárez, por su parte, ha echado mano de su pequeño arsenal hacendario y de los escasos fondos federales que se le descentralizan para amortiguar las necesidades sociales de las colonias precarias e incluso para apoyar a los comerciantes del centro histórico, incluyendo la gestión de fondos especiales. En ambos casos, es apreciado que prefieran un dragón adormilado o en agonía, que intentar cortarle la cola y no atinar.
@detacambaro