Tuvimos que imaginarnos a lo lejos el rostro regordete de la Mona Lisa, detrás de su entourage de estrella de rock.
Ella, como yo a mis 12, llevaba meses cultivando un fervor injustificado por la Mona Lisa.
Cuando llegamos a la Mona Lisa estuve parada detrás de un grupito de personas —anchas, altas, ávidas— teniendo que dar saltitos para apenas vislumbrar fragmentos del cuadro, hasta que me resigné a mi fotocopia laminada, su misterio blanquinegro menos aurático, pero quizás más misterioso que el cuadro.
A los 12 años me llevaron mis padres al Museo del Louvre.
Digo que era injustificado no porque el cuadro no sea una proeza —lo es— pero porque su fama parece accidental.
Fuente: http://elpais.com/elpais/2016/07/10/opinion/1468145867_676001.html