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Angélica y Jesús, dos menores que trabajan en vacaciones para poder estudiar

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Texto y Fotos: Jacob Morales Antonio

Cada temporada de vacaciones las playas del paradisíaco puerto de Acapulco se llenan de familias indígenas de municipios de alta marginación de Guerrero, para vender artesanías y recuerdos; los más pequeños, trabajan para contribuir a la economía familiar y comprar sus propios útiles escolares.

Este lunes, los hermanos Jesús, de ocho años, y Angélica, de 10, regresaron a clases cansados. No tuvieron vacaciones. Jesús y Angélica, de Tlapa, viajaron a Acapulco a trabajar en la playa, para comprar sus cuadernos, mochilas y uniformes.

Los niños Na Savi (mixtecos) trabajaron 48 días de sus vacaciones en Acapulco, acompañando a sus papás, para poder comprar sus útiles.

Ellos, pertenecen al millón 162 mil 550 alumnos de los tres niveles educativos que estudiarán en el ciclo escolar 2019-2020, de acuerdo con la la Secretaría de Educación Guerrero (SEP).

También a los 3.2 millones de niños y adolescentes de 5 a 17 años que, de acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), realizan alguna actividad económica.

Los niños llegan cada temporada vacacional a Acapulco, desde Tlapa. Trayecto que dura alrededor de ocho horas. Recorren las playas, en donde ven a niños haciendo castillos y jugando con sus papás, pero ellos vienen a trabajar.

Es un día soleado de verano. Jesús y Angélica se preparan para su jornada laboral. Son las nueve de la mañana. Preparan sus cajas de chicles, llaveros, cigarros y pequeños recuerdos. Durante las próximas seis horas, recorrerán hasta 10 kilómetros a pie. Nunca dejan de sonreír, es parte de su trabajo.

Su mamá, Cenorina Gálvez, de 24 años, cuenta que desde hace un año los trae en las vacaciones o puentes largos a ganarse peso a peso las libretas, lápices, el uniforme y los zapatos que utilizarán en el regreso a clases.

Ceronina dice que llegaron desde la primera semana de julio, una vez que las clases terminaron en Tlapa. Para llegar a Acapulco tuvieron que pagar mil 500 pesos de pasajes, además de sortear el camino de curvas y paradas.

Junto a su esposo rentaron un pequeño cuarto en el centro de la ciudad, donde pagaron 800 pesos al mes, dinero que les tuvo que salir de la venta diaria de raspados de su marido, y de chicharrones de ella; además, de los productos vendidos por Chucho y Angélica.

“Allá no hay dinero, aquí venimos a buscar un poquito para que los niños estudien”, cuenta Ceronina con un español atropellado, su lengua materna es el Tu’un Savi (mixteco). Cuenta que el trabajo de campo se terminó y su familia decidió cambiar las milpas por las ventas.

Como objetivo, Ceronina se impone ventas de 100 a 150 pesos de chicharrones, para comprar comida; lo que sobra es para los útiles escolares.

Angélica y Jesús saben que deben colaborar. Se alistan para la jornada. Se ponen cada quien sus gorras para sortear los rayos del sol, un pañuelo para el sudor, playera, camisa, pantalones, y sandalias; ofrecen sopladores de palma en 10 pesos, un cigarro en cinco pesos, y goma de mascar en dos pesos.

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Jesús estaba cansado pero sobre todo emocionado porque ya iba a regresar a su escuela en Tlapa. Compartió que con el dinero que junto compraría sus libretas para poder escribir los apuntes de su maestro. Pasará a segundo grado, pero confiesa que aún no sabe multiplicar, aunque no se le va una sola goma de mascar sin cobrar.

Angélica es una niña sonriente. Ella cuenta que ocupará el dinero para comprar el uniforme que utilizará en la escuela. Está feliz porque pasará a quinto grado y sólo le faltará un año más para ingresar a la secundaria.

Dice que quiere seguir sus estudios. Para ella trabajar en vacaciones, es parte de cumplir ese sueño. Platica que la primera vez que llegó al puerto lo que más la maravilló fue la ciudad misma. Grande, llena de edificios altos y muchos automóviles.

Ella y su hermano les platican a sus otros amigos cómo es el mar, porque muchos no han salido de Tlapa, y si lo hacen son llevados por sus papás a los campos agrícolas en los estados de Sinaloa, Colima o Zacatecas, donde junto a ellos trabajan el campo.

Mientras ofrece sus frituras, Cenorina asegura que en Acapulco no se ha tenido problemas: ni de violencia, ni de discriminación a pesar de la prohibición para vender en las zonas de playa de los hoteles. Regresarán otra vez en diciembre.

Entre todos estiman ahorrar poco más de 10 mil pesos por las jornadas de trabajo de 10 de la mañana a 4 de la tarde, sin incluir mil 500 pesos destinados para la compra de los útiles escolares. El resto será para vivir en su natal Tlapa.

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De los 3.2 millones de niños y adolescentes que realizan alguna actividad económica, de un total de 29.3 millones en México, Guerrero se ubicó en el sexto lugar, de acuerdo con el INEGI.

Guerrero está arriba de la media nacional de 11 por ciento, con 16.8 por ciento. Nayarit ocupó el primer lugar con 19.7 por ciento y Querétaro ocupó el último sitio con 5.3 por ciento, según la última encuesta del 2010.

El INEGI detectó que los principales motivos por los cuales los niños y las niñas realizaron algún trabajo económico son: para pagar su escuela y/o sus propios gastos, por gusto o sólo por ayudar y porque el hogar necesita de su trabajo.

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La arena arde bajo un sol radiante. El mar y el cielo, de un azul intenso, se confunden en el horizonte. Bajo esa postal acompañada de gaviotas, como Angélica y Jesús, Juan, de 12 años, y Diego, de ocho, caminan descalzos ofreciendo llaveros y pequeños recuerdos que ellos elaboran.

“¡Buenas tardes!, lleve un llavero y su recuerdo de Acapulco”, le dice Juan a una familia de turistas.

“Por ser usted le dejo tres llaveros por cien pesos, y dos ranitas por 50. Cada uno le viene valiendo 40 pesos”, insiste hasta que la familia le compra tres llaveros.

Los hermanos son originarios de la comunidad nahua de Tlamamacan, municipio de Martín de Cuilapan, en las orillas del río Balsas, al norte del estado. Cada uno desembolsó 300 pesos en pasaje, todo eso para quemarse los pies en la arena y trabajar.

Desde hace tres años junto a sus papás llegan al puerto en cada temporada de vacaciones para trabajar. Ambos dicen que disfrutan lo que hacen, que nadie los obliga, y porque el dinero lo utilizarán para adquirir sus uniformes, zapatos y libretas.

Juan pasará a primero de secundaría, calcula juntar unos 5,000 pesos con su hermano porque no tiene ningún apoyo social de su municipio, el gobierno del estado o federal para sufragar los gastos de la escuela.

El niño dice que quiere terminar la escuela en su comunidad, donde puede salir a las calles o al campo sin preocupación, porque en Acapulco sólo sale del cuarto que rentan sus papás a la playa a vender.

La familia en Tlamamacan siembra maíz, frijol, y calabaza, pero es insuficiente para que los niños estudien.

Al término de la entrevista ambos hermanos se retiran sonrientes a la orilla de la playa, cargando dos mochilas cada una de un peso aproximado de cuatro kilos.

No usan sandalias porque las olas del mar se las lleva, y prefieren usar bermudas y playeras de algodón para estar cómodos. Aunque al término del día, las plantas de sus pies les cobran factura: quedan quemadas de los trayectos diarios.

No envidian a los niños que juegan y construyen castillos de arena en las playas con sus papás, comentan, porque ellos en su comunidad se zambullen en el río y corren en el campo donde cuidan burros, y caballos.

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Para Miriam González, una turista del Estado de México quien trajo a su hijo a disfrutar de las playas de Acapulco, le entristece ver a los menores trabajando bajo los rayos del sol.

La mujer reconoce que la situación de las familias y los contextos de los niños de las comunidades y las ciudades son muy distintas, y lamentó que las autoridades no pongan atención a las comunidades pobres, y evitar el trabajo infantil.

La ley local 812 para la Protección de los derechos de las niñas, niños y adolescentes reformada en mayo de 2016 señala en su artículo 3: “Guerrero y los municipios que lo integran, en el ámbito de sus respectivas competencias, concurrirán en el cumplimiento del objeto de esta Ley, para el diseño, ejecución, seguimiento y evaluación de políticas públicas en materia de ejercicio, respeto, protección y promoción de los derechos de niñas, niños y adolescentes”.

Exige: “garantizar su máximo bienestar posible privilegiando su interés superior a través de medidas estructurales, legales, administrativas y presupuestales”.

Además, considera en situación de vulnerabilidad a quienes desarrollan diversas actividades en calles, cruceros, espacios públicos abiertos o cerrados, en el marco de la economía formal o informal para su propia subsistencia o para contribuir a la de su familia.

El Sistema de Desarrollo Integral para la Familia (DIF) de Acapulco no tuvo comentario al respecto, para Amapola Periodismo.

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