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Nääxwiin: Tener amor propio nos hizo dárselo a otras mujeres indígenas en México

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En estas comunidades no es común hablar de sororidad y feminismo, pero las mujeres de Nääxwiin se asumen como feministas. Su trabajo dirigido a mujeres indígenas en México es considerado ejemplar y en plena emergencia sanitaria enfrentan otra epidemia: el machismo

Texto y fotos: Diana Manzo / Página 3

MATÍAS ROMERO. OAXACA. Ser parte de las mujeres indígenas en México, en estas tierras lejanas del sur es una lucha permanente contra la exclusión social. educativa, política, económica y de género. Pese a ello, aquí no es común hablar de  sororidad y feminismo.

Pero ellas, como defensoras y mujeres indígenas de México organizadas, se asumen como feministas. Lo hacen, explican, porque trabajan en la defensa de los derechos de la mujer y se ayudan mutuamente.

Así, en el 2000, seis mujeres mujeres indígenas de México fundaron el “Centro para los Derechos de la Mujer  Nääxwiin”. Estela Vélez Manuel, Cibeles García Espinoza, Leticia José Antonio, Zoila José Juan, Rubicelia Cayetano Pesado, Constanza Cruz Gutiérrez y María Luz Figueroa Román son las fundadoras.

Nääxwiin, en lengua ayuuk, quiere decir:  “ojo de la Tierra, Madre Tierra”, o “lugar donde todas y todos cabemos”.

Esta organización, localizada en la región Mixe baja del Istmo oaxaqueño, en dos décadas ha atendido a más de 13 mil mujeres  indígenas en México; principalmente en casos de violencia de género, así como en salud sexual y reproductiva.

Casa de la mujer

En el año 2012, una década después de caminar por las comunidades nativas de la zona y observar que la violencia contra la mujer continuaba imparable, y el acceso a la justicia llegaba a cuentagotas, determinaron que era necesario hacer más.

Se organizaron y junto con otras mujeres indígenas en México crearon la “Red Nacional de Casas de la Mujer Indígena”. Su propuesta es que, a través de la coordinación con autoridades nacionales, se atendiera esta problemática.

Fue así  como nació la “Casa de la Mujer Indígena Nääxwiin” (Cami). Hoy, en este espacio la vida renace y resiste todos los días.

La mujer que llega aquí se le escucha, se le valora, se le ayuda y se le respetan sus derechos humanos. Este sitio nació porque la mujer indígena tiene derecho -como todas- a vivir libre de violencia y decidir sobre su cuerpo y sexualidad, explican.

Educación y acompañamiento

Atención a las mujeres indígenas en México en situación de violencia. Apoyo emocional y grupos de reflexión, son los ejes transversales y la metodología que destaca el trabajo de las defensoras en las comunidades.

Las defensoras mixes han sembrado un paradigma importante en la defensa de los derechos humanos de las mujeres indígenas en México; actualmente su labor destaca a nivel nacional como una iniciativa modelo.

A diario, el teléfono suena, las atenciones personalizadas siguen y a través de las redes sociales no se detienen. Unas cuatro o cinco mujeres llaman a sus teléfonos pidiendo ayuda, la violencia contra la mujer es constante.

La atención integral incluye la difusión de su espacio a través de campañas informativas en español y en las lenguas nativas; han ocupado las radios locales y regionales como medio de comunicación para llegar a más mujeres.

Quienes acuden a Nääxwiin son mujeres indígenas de escasos recursos, explica  Rubicelia Cayetano, una de las defensoras comunitarias.

Ella advierte: romper el patrón de infancia y las tradiciones ha sido una de las barreras a la que más se enfrentan; pues hay dudas y confusiones. Pero finalmente obtienen el alivio cuando ven que pueden existir otras formas de vida encaminadas a la paz y al amor colectivo.

Autoconocimiento y empoderamiento, primero

Rubicelia es una de las defensoras que antes de ayudar a otras, primero se conoció a sí misma, y así  sucedió con el resto de ellas. 

“Tener amor propio nos hizo dárselo a otras mujeres. Así nos conformamos como defensoras, conociéndonos y adquiriendo conocimiento para después compartirlo con otras. En ese camino andamos, ya llevamos 28 años”.

El acceso a los recursos públicos para seguir ejerciendo esta defensa es algo por lo que luchan año con año; y este 2020 no fue la excepción.

El recorte presupuestal federal impidió lograr recursos al cien por ciento; pero eso no las detiene y han tenido acceso a recursos que se emiten a través de las convocatorias de organizaciones y fundaciones de la sociedad civil.

Confidentes de sus «penas»

“Escuchar y acompañar sin juzgar” es unos de los principios que avala la confianza y  permanencia de esta agrupación de mujeres; por eso Zoila José Juan y Constanza Cruz Gutiérrez son las encargadas del área jurídica de la Cami.

Las mujeres llegan a ellas para “contarles” -como si fueran confidentes- de sus “penas”.

Su labor es escucharlas y acompañarlas en lo que decidan. Muchas se desahogan y otras solicitan la ayuda legal, principalmente las que han vivido violencia extrema de forma recurrente.

Zoila narra que cuando la usuaria llega, toda  la atención la acapara, por eso se atiende a una por una.

Es una atención personalizada y por el tiempo que sea necesario hasta que se sienta liberada. 

Lo primero es la atención psicológica. En caso de no existir, se le brindan los primeros auxilios de apoyo emocional en donde se le informa de sus derechos como mujer.

“Las mujeres llegan con ganas de que las escuchemos. A veces a eso vienen y salen fortalecidas. Ese principio que tenemos es lo que nos ha mantenido, porque aquí no las juzgamos ni las revictimizamos; aquí a la mujer se le trata con base en sus derechos humanos, porque también somos mujeres y nos gusta que nos respeten”.

Zoila nunca pensó que su vida sería defender a otras mujeres porque se imaginaba que eso lo hacían otras mujeres en las ciudades o en las oficinas, pero ahora está satisfecha.

Y aunque ha sido muy difícil sobrellevar estos años de lucha, se siente contenta. Cuando después de meses de brindar apoyo emocional y legal, esas mujeres se atreven a contar su vida, ya sin derramar una lágrima, sino confiadas de que pueden salir adelante, porque saben que existe una red de apoyo  que jamás las dejaría solas.

Promotoras comunitarias

Además de hacer el trabajo comunitario de forma personalizada, las mujeres ayuujk también han formado promotoras comunitarias en 10 comunidades.

Ellas informan sobre la violencia y cómo prevenirla; su voz llega a las aulas y también a los espacios públicos como mercados o tianguis, donde hay otras mujeres que también viven violencia.

Y una acción relevante que debe resaltarse es la labor en la reconstrucción a raíz de los sismos de septiembre de 2017.

A tres años de la catástrofe que dejó cientos de viviendas dañadas, ellas apoyan a la reconstrucción de la comunidad de Río Pachiñé, después de que sufriera daños graves por agrietamientos del suelo y varias viviendas colapsadas.

Lograron que, después de casi tres años y de promover tres estudios de suelo, la Secretaría de Desarrollo Territorial y Urbano (Sedatu), en coordinación con el Comité de Reconstrucción del río y las autoridades comunitarias, atendieran las necesidades de la comunidad.

Combatir el machismo durante emergencia sanitaria

Junto con la Covid 19, el machismo es la otra pandemia que se busca combatir en plena emergencia sanitaria.

Por eso, cumpliendo las medidas sanitarias para evitar un contagio, siguen en la defensa de los derechos de las mujeres para vivir libres de violencia.

Oaxaca, según datos de la Estadística Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, es una de las cuatro entidades del país que presentan prevalencias por encima de la media nacional en tres tipos de violencia: emocional, económica y física.

El 46.1 por ciento de las mujeres oaxaqueñas sufrieron violencia de su pareja actual o última a lo largo de la relación; en el 19.5 por ciento de los casos la agresión fue leve: en 17.9 por ciento fue moderada: en 42.5, severa y en 20.1, muy severa.

“El machismo en las comunidades es muy difícil de combatirlo, sabemos que es un proceso de largo plazo”, enfatizó Rubicelia.

El trabajo de Nääxwiim en las comunidades se hace  no solo con mujeres, sino también con hombres y adolescentes, explicó Rubicelia. Estos últimos pueden ser “agentes de cambio” para detener la reproducción de los patrones de violencia.

“Cuando una comunidad nos permite el ingreso y nos recibe, la concientización se hace parejo; con las mujeres, pero también con los hombres y los adolescentes; a ellos principalmente es en quienes nos enfocamos».

“Creemos que está en ellos cambiar esos patrones tradicionales por una vida saludable y encaminada a vivir sin violencia, sin aquello que tanto daño sigue causando todavía en nuestro entorno”.

A seis meses de la emergencia sanitaria, la situación se torna cada vez más complicada para ellas como defensoras y las mujeres.

Desde el 15 de julio se interrumpió la visita a las comunidades, los accesos se cerraron y ahora todo es vía telefónica y redes sociales.

Solo en casos extremos se ha dado el acompañamiento cercano, principalmente para la mujer que es víctima de violencia extrema que pueda requerir un refugio, aunque finalmente no todas deciden ir a uno.

Reorientar sus estrategias es lo que ha dado una continuidad en la defensa de los derechos de las mujeres, tuvieron que unificar la prevención de la violencia familiar con la prevención de covid-19 usando su lengua materna, creando carteles, mensajes multimedia y audios.

En lo que va de la contingencia sanitaria se ha brindado atención a 165 mujeres en situación de violencia. De estos, 3 casos se determinaron como graves y fueron canalizados al refugio “China Yodo”, único en la entidad.

El acceso a la justicia para la mujer indígena sigue siendo desigual y limitante, la falta de dinero y la lejanía de las dependencias encargadas de hacer valer la ley originan que la violencia persista y se esté expuesta a mayor vulnerabilidad.

Para denunciar, la víctima tiene que trasladarse desde su comunidad al municipio de Matías Romero, eso implica un primer gasto de entre 60 y 100 pesos.

Luego se dirige a la Ciudad de Juchitán a unos 70 kilómetros de distancia y nuevamente tiene que pagar el pasaje. En ese trayecto ya gastó aproximadamente unos 200 pesos, dinero que difícilmente tiene porque en su mayoría son de escasos recursos, pues sobreviven de la elaboración de tortillas o de artesanías, principalmente.

También, la queja constante es que los agentes de investigación que realizan las inspecciones oculares tardan en entregar el documento que recaba los hechos.

Ese informe es complemento para hacer la denuncia y no puede avanzarse con los casos si ellos no entregan a tiempo los documentos y esto puede tardar meses y hasta año, lo que significa un retroceso el proceso porque hay plazos que tienen que cumplirse.

La Fiscalía del Ministerio Público carece de peritos médicos, psicológicos e intérpretes para personas sordo-mudas; menos peritos en genética para dar seguimiento a la denuncia de las mujeres indígenas, ya que la mayoría de los casos son de mujeres que no hablan bien o nada de español, esto hace que el delito de violación hacia la mujer quede impune.

Otras de las barreras a sortear son las autoridades comunitarias.

No quieren atender a las mujeres porque no son de su partido o no votaron por ellas en las elecciones. Es así como ellas rebotan de un lugar a otro lo que hace que algunas vuelvan con su agresor al no encontrar apoyo.

“Seguimos todavía padeciendo desigualdades en el acceso a la justicia, en los recursos y en muchas cosas más, pero eso no nos detiene, creemos y tenemos claro que la mayor satisfacción es cuando llegamos al círculo de reflexión y las escuchamos, vemos que se han transformado en otras mujeres, más fuertes y capaces para no permitir más daño a su cuerpo y alma, en ese momento decimos que todo ha valido la pena”.

Defender a otras mujeres de una constante violencia patriarcal, machismo y desigualdad es el “muro” que añoran derribar siempre y, aunque no parezca, el acompañamiento integral que ejercen es fundamental para la vida digna de las mujeres indígenas.

El camino aún es extenso, pues todos los días en México son asesinadas diez mujeres al día, lo cual comprueba que la violencia sigue imparable.

Nombrar para sanar

A los 17 años Noemí* se casó y pensó que su vida de noviazgo se convertiría en un jardín de flores coloridas.

Pero no, comenzó a marchitarse con los gritos que a diario recibía de su esposo. Primero eran solo palabras con tono alto, después insultos y groserías. Así vivió ocho años hasta que su suegro le recomendó pedir ayuda a las “mujeres” del pueblo, refiriéndose a las defensoras de la Casa de la Mujer “Näädxwin”.

La mujer mixe y oriunda de San Juan Guichicovi le hizo caso al suegro porque “ya no soportaba” vivir así.

Reconocer que vivió violencia le costó muchas lágrimas que requirieron de ayuda emocional y legal, pero solo así sanó.

En este espacio, la joven madre de 25 años de edad comprendió que la violencia también son los gritos e insultos. Y no solo precisamente “los golpes” como ella lo imaginaba.

“Después de pedir ayuda y conocer mucha gente buena, a las mujeres de este lugar, entendí que quiero vivir por mí y mis hijos pero libre de violencia, sin gritos ni golpes, sino en paz”.

Noemí se separó de su esposo. Recibe ayuda por la vía legal para lograr la pensión alimenticia. Aunque esto le ha costado amenazas de muerte, porque él no acepta que ella lo haya dejado.

*Noemí: Se le cambió su nombre para cuidar su identidad. 

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