Durante cuatro años, los investigadores federales estimaron que millones de dólares robados a los contribuyentes mexicanos pasaron por un banco del sur de Texas. Cuando siguieron el rastro, esos millones los condujeron a bienes raíces, automóviles y aviones. Pero en 2018, esas investigaciones se detuvieron repentinamente.
Por Jason Buch* | Fotografía por Tomas Muscionico
El apodo ‘El Dragón’ de Luis Carlos Castillo Cervantes lo hace sonar como un narcotraficante implacable. Las raíces de su alias, sin embargo, están en el negocio bastante mundano por el que era conocido en México: tenía la licencia exclusiva del país para arrendar una marca popular de equipos de pavimentación de carreteras. Las máquinas, que raspan y trituran el asfalto viejo mientras pavimentan las carreteras, arrojan oscuras nubes de humo. De ahí, “El Dragón”, “el Dragón” o “el Rey de los Dragones”, como también se le conoce.
Castillo construyó su imperio empresarial siendo generoso, incluso enviando a los políticos bolsas de lona llenas de dinero en efectivo. Al trabajar con los gobiernos estatales de México, Castillo parecía encontrar casi imposible hacer negocios sin pagar sobornos. Más tarde se reveló que había gastado millones llenando los bolsillos de funcionarios de todo el país inflando el valor de sus contratos para cubrir los gastos adicionales. Con el dinero llegando, hizo lo que hacen tantos empresarios exitosos del norte de México: se mudó a Texas.
En Texas, Castillo no era conocido por su apodo intimidante. Era conocido por su riqueza: sus famosos amigos; su lujoso estilo de vida, que incluía un garaje lleno de automóviles, incluido un deportivo y sedanes de lujo; su compra y venta de bienes raíces; y sus grandes donaciones a las campañas de destacados políticos.
En 2005, Castillo completó la construcción de una casa de 25 mil pies cuadrados ( 2 mil 322.5 metros cuadrados) en Mission, con una piscina, hileras de árboles cítricos y un lugar para eventos de 8 mil pies cuadrados (743.2 metros cuadrados), todo rodeado por altos muros compuestos.
Los conocidos describieron al alto y bien arreglado Castillo como afable y educado, pero los vecinos que vivían en el vecindario suburbano sin salida vieron el dinero. Los helicópteros iban y venían. Músicos con suficiente renombre como para llenar estadios en Houston, San Antonio y Dallas tocaban fiestas privadas en su casa.
En el interior, Castillo mostró una foto de sí mismo con el expresidente George W. Bush. En 2005, fue anfitrión de un evento de campaña para el entonces gobernador de Texas y luego Secretario de Energía, Rick Perry. El evento también sirvió como una cumbre informal de gobernadores fronterizos. Entre los asistentes se encontraban los gobernadores de los estados mexicanos de Coahuila, Tamaulipas y Veracruz. Los registros de financiamiento de campañas revelan que de 1997 a 2010, Castillo donó más de 26 mil dólares a campañas estatales y federales en los Estados Unidos, la mayoría de las cuales fueron para Perry.
Según un análisis del Colectivo de Datos Anticorrupción, un grupo de investigadores y periodistas que abogan por políticas y leyes para frenar la corrupción transnacional, entre 2007 y 2020, las empresas de Castillo compraron y vendieron decenas de propiedades inmobiliarias en los condados de Cameron e Hidalgo. Castillo compró una pequeña participación, menos del 10 por ciento, del Banco Inter National local en McAllen y estableció una oficina en la sede del banco.
Alrededor de 2008, las inversiones de El Dragón parecían particularmente visionarias: a medida que la violencia relacionada con las drogas se extendía por México, los mexicanos ricos huían a través de la frontera y los políticos y empresarios mexicanos invirtieron en bienes raíces, a salvo de las devaluaciones del peso, los rivales políticos vengativos y los esquemas de extorsión. Pero mezclados con el flujo de dinero legítimo había miles de millones de dólares en dinero de la droga, sobornos y fondos robados de las arcas del gobierno.
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