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Miércoles de la segunda semana de adviento Solemnidad en honor a la inmaculada virgen de Juquila

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Después de haber escuchado la Palabra Divina que la Iglesia nos presenta en esta festividad, hagamos un esfuerzo por hacer nuestro este mensaje que ha llegado a nuestros oídos y que, imitando a la Santísima Virgen María, debemos de guardarlo en el corazón y hacerlo vida porque la Palabra de Dios no es solamente escucharla, porque nos vamos a quedar diciendo que Dios habla bien, su mensaje es hermoso.

 

Lo que tenemos que hacer nosotros es hacer hermosa la vida, como la hizo María, cumpliendo siempre la voluntad de DIOS.

 

Cuando revisamos nuestra vida, nuestros comportamientos, nos damos cuenta de que hemos hecho muchas cosas buenas, a lo largo de la vida, por esas cosas buenas digámosle a Dios: gracias porque me has regalado esos dones, porque me has ayudado en los momentos en que he practicado esos dones y esas virtudes.

 

¡Gracias!

 

Sin tu ayuda no hubiera hecho todo eso que siento que ha sido bien en la vida.

 

Agradecidos con nuestro Dios por todo ello, pero también tenemos que reconocer, como hombres y mujeres que peregrinan por este mundo y que están inclinados a l mal que, en ciertos momentos de nuestra vida nos hemos rebelado y hemos desobedecido lo que Dios nos pide que hagamos. En una palabra, nos hemos portado mal.

 

Espero que ninguno de nosotros, de los que estamos aquí presentes dentro de este Santuario, los que están en el atrio, los que están en la plaza, los que nos están escuchando a través del sonido ambiental de nuestro pueblo de Juquila y los que nos están acompañando a través de los medios, que ninguno de nosotros diga que no ha cometido errores en la vida, porque si eso piensa, eso dice, creo que ahí hay mucha soberbia. El soberbio no es capaz de descubrir sus errores o no quiere verlos. Hay bondad en nuestros corazones, sí, pero detalles que manifiestan que no somos bondadosos, que nos hemos equivocado, según nuestro estado de vida y según el quehacer al que nos dedicamos.

 

Hay pecado en nosotros, pero hay gracia también.

 

No te olvides que estamos inclinados al mal y que tenemos que estar pidiendo perdón a Dios constantemente. Dile a Dios que te perdone, dile a Dios que tenga Misericordia, se lo dijimos al inicio de la misa, perdóname los pecados, de pensamiento, de palabra y de obra y de omisión. Perdóname.

No te canses de pedir perdón y no te canses también de agradecer a Dios todos los signos de Su bondad. Y no te olvides que eres llamado a ser santo, te eligió Dios para vivir la santidad.

 

Es el llamamiento que Dios nos hizo desde el día de nuestro bautismo, nos llama a ser santos, nos quiere santos.

 

Usted, padre, madre de familia, le expresa a su hijo, desde pequeñito, le dice, como una voz divina le dice: hijo, yo quiero que tú seas bueno en la vida, que seas bueno. Se lo dice usted, cientos de veces a su hijo.

 

Es Dios el que habla a través de usted, es Dios el que hace esa invitación, es Dios el que recuerda.

 

Papá, que seas el primero en esa búsqueda de santidad y en ese esfuerzo diario de hacer las cosas bien. No solamente le digas a tu hijo que quieres que sea bueno, creo que tu hijo también, en una voz divina, te dirá: papá, te quiero bueno, te quiero virtuoso, te quiero paciente, te quiero compasivo, quiero que dediques tiempo a mi persona, a mi vida, que te sientes conmigo, que platiques conmigo, que nos dediques un tiempo de tu vida a nosotros. Quiero que te liberes de vicios, de inclinaciones malas, quiero que seas trabajador y que te sigas desgastando por nosotros, los hijos.

 

La voz de Dios, del padre y de la madre, pero también la voz del hijo y de la hija que resuenan en nuestros oídos y que se pronuncian en un humilde santuario, pequeña iglesia doméstica donde vivimos cada uno de nosotros.

 

Dios te quiere santo y debes de ser santo.

 

Alegrémonos, alegrémonos con María, la llena de Gracia, la Bendita entre todas las mujeres, la Elegida por Dios para ser Ella la Madre de Su Hijo.

 

María, Madre de Dios y Madre nuestra. Alegrémonos en esta festividad de la Inmaculada Concepción. María es limpia y pura desde que fue engendrada. En María no hay pecado, no hay pecado porque ese Santuario de la Vida, donde se iba a formar Jesucristo como Hombre tenía que ser un Sagrario muy especial. Un Sagrario limpio, puro, santo. El Vientre de María, que por Gracia del Espíritu Santo quedó fecundada y ahí comenzó a formarse el Hijo de Dios.

 

Hoy, venimos a este Santuario para manifestar nuestra gratitud.

 

Estamos sufriendo y estamos sufriendo mucho y no sabemos cuándo va a terminar este sufrimiento.

 

Esta pandemia, ya vamos para dos años de sufrir, de mirar cómo se van despidiendo de nosotros los seres queridos contagiados, o a lo mejor ni los hemos podido ver, porque los tuvimos que llevar a un hospital y allí murieron y lo que nos entregaron fueron sus cenizas. No pudimos hacer con ellos lo que siempre hacemos con nuestros seres queridos que mueren.

 

Cómo ha habido sufrimiento, cómo ha habido dolor, y aquí hemos venido tal vez a llorarle a la Madre de Dios y a decirle: me quedé sin papá, me quedé sin mamá, me quedé sin mi hermano, sin el hijo, sin la hija, sin el esposo, la esposa… ¡llora, llora ante María! Porque Ella, como Madre, quiere enjugar tus lágrimas, te quiere tomar en sus brazos, como nos toma una madre cuando estamos llorando y nos acaricia y busca consolarnos y, a veces, mamá nos consuela en el silencio, sólo en el silencio, acariciándonos, tocándonos, así nos consuela mamá entre sus brazos.

 

Así hace María, en el silencio. Déjate consolar por la Madre de Dios en el silencio. Deja que Ella limpie tus lágrimas que manifiestan amor por el que se ha ido. Pero también a veces llora porque, en este caminar hay mucho sufrimiento y mucho dolor. Enfermedades de todo tipo y queremos que nuestros seres queridos sanen y aquí venimos a decirle a la que tiene el poder de intercesión para que le hable a Su Hijo y nos alcance un milagro, que dé la salud a nuestro enfermito. Alcánzanos ese milagro de sanar porque queremos seguir conviviendo con nuestro ser querido, queremos seguirlo viendo, escuchándolo. Vengo a pedirte que intercedas ante Tu Hijo Jesucristo, el que hace los milagros para que en mi hogar haya un milagro. Deja allí también tu petición, tu petición que sale del corazón de un hijo lleno de fe y de confianza en la Madre que pide intercesión.

 

Y, nosotros, nos vamos a ir, muchos de nosotros nos vamos a ir a seguir nuestra vida pero, usted tiene que ser mejor, tiene que haber frutos de su peregrinar hasta este Santuario, al encuentro con María.

 

María nos dice a ti y a mí: quiero que seas mejor, un mejor esposo, un mejor padre, una mejor esposa, una mejor madre, un mejor hijo, un mejor hermano, un mejor amigo y a mí me dice, un mejor Obispo en esta tierra de Oaxaca, un mejor Obispo, entregado a tu pueblo, sacrificándote por él. Y a mis sacerdotes les dice: un mejor sacerdote, con fidelidad a Dios y con entrega generosa. A mis religiosas les dice: una mejor consagrada, una mejor consagrada de testimonio. A cada uno nos dice María lo que espera de nosotros que somos sus hijos.

 

Vayámonos con ese compromiso, tengo que ser mejor, voy a ser mejor con la Gracia de Dios, no con mi gracia ni con mi fuerza. Con la Gracia Divina voy a ser mejor.

 

María, Inmaculada de Juquila, escucha a mis hermanos peregrinos que vienen hasta este Santuario. Escúchalos y bendícelos.

 

Muchos vienen tristes, preocupados, angustiados, que se vayan sin esa carga, aliviánales el dolor, aliviánales el sufrimiento, las penas, las preocupacione; que las miren con otros ojos, que se sientan fortalecidos al venir aquí, al encuentro contigo.

 

Bendícelos, bendícelos como Madre.

 

Que María interceda. Que Dios, Nuestro Señor, nos escuche y nos ayude a ser esos grandes discípulos de Jesucristo, comprometidos con el Señor a ser mejores en la vida.

 

Le pido a Dios que los llene de Gracia. Le pido a Dios que los consuele, le pido a Dios que los fortalezca, le pido a Dios que les dé lo que usted necesita tanto y póngase siempre en las manos de Dios y en las manos de la Madre de Dios, María.

 

Que así sea.

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