Amoríos; de Silvio a Doña Chea

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Julio Lopez Arevalo

Tuve que dar 57 laberínticas vueltas al sol para conocer a Doña Chea; esa apacible viejecita, adivina de mi pueblo.

“Es imposible; ya no es parte de este mundo”; me dijo un día una prima muy querida, a la que pedí de favor me agendara una cita con ella; por supuesto en Yajalón.

“Ya no da consultas; ya no abre su puerta”: me respondió mi hija, a quien pedí el mismo cometido y me aseguró fue en varias ocasiones hasta su domicilio, en el Barrio de Chulhá.

“No sabemos nada de ella”; contestó mi hermana; tal vez porque en su religión atribuyen al demonio el arte de la adivinación.

Así que tuve que ir hasta allá; hasta Yajayork –así le dicen por los precios exagerados en las tierras y propiedades–, para convencerme de lo contrario; para conocer de la maravillosa existencia de esta peculiar señora.

Supongo que cuando ustedes leen “hasta allá”, creen que quiero decir La Patagonia; el fin del mundo, en Argentina y no es así; pero casi.

Digo hasta allá porque los 149 kilómetros que separan a mis dos pueblos: San Cristóbal de Las Casas y Yajalón, deberían recorrerse en 3 horas y 46 minutos, según el Google Maps; pero casi nunca es posible conseguir eso, por los constantes bloqueos que realizan por el menor motivo los pobladores de la región.

Si no son los indígenas tseltales de Oxchuc, que viven enredados en sus fatídicos Tres Nudos; son los profesores de Ocosingo, que sin mayor imaginación reclaman justos derechos laborales.

El caso es que, el día que fui, a mí me tocó el bloqueo en la entrada de Ocosingo y tuve que regresar 15 kilómetros para burlarlo, por una estrecha vereda que me hizo aparecer en la carretera que comunica a Altamirano con Ocosingo.

¿Ya ven, maestros sin imaginación? Bloqueo que se burla no es bloqueo; es simple pérdida de tiempo para ustedes, para sus alumnos y por supuesto para mí.

Pero a eso a nadie le interesa; porque el caso es que llegué a Yajalón y apenas tuve tiempo busqué con un interés inusitado a Doña Chea.

Ya conté antes que un amigo, y muchas personas más, me habían hablado maravillas de su don, y les relaté que a ese amigo le consta que ella le ayudó a su suegro a encontrar un caballo que le habían robado, al cual hasta le cambiaron de color y estaba en un rancho que él ya había inspeccionado centímetro a centímetro; sin éxito.

Así que llegué a su casa; toqué el timbre, e igual nadie me atendió. Toqué la puerta –Toc, toc; dicen en mi pueblo—e igual nadie salió a abrir.

Volví al día siguiente y esta vez tuve más suerte. Me abrió la puerta su hija; una amiga que heredó el don de la adivinación y supo con antelación, hace muchos años, que no se iba a casar con el Poeta de mi pueblo; su novio de la época del bachillerato, al que despachó al poco tiempo.

Siempre jovial, me dijo que su querida madre ya no atendía a nadie, debido a que tenía problemas propios de su edad; algo parecido a la demencia senil; pero dejó abierta la posibilidad de que nos atendiera al consentir que la consultaría; que volviéramos más tarde.

Así le hicimos. Volvimos más tarde.

¿Ya vieron que cambié del singular al plural? Claro; para eso no se necesita ser adivino: ya saben que soy de esos solitarios que no saben estar solos.

El tema es que, como ya dije, volvimos más tarde y mi amiga nos confirmó que su madre haría una excepción con nosotros y nos atendería.

Nos hizo pasar a su sala, y en cosa de minutos se apareció una viejecita que se apoyaba en una andadora para caminar, y avanzaba a pasos lentos; muy lentos. De lejos se veía un tanto encorvada –algo natural para sus años– y en la medida que se fue acercando dejó ver un rostro apacible; angelical, casi sin arrugas; de esos que transmiten paz y tranquilidad.

Después del saludo, Doña Chea se sentó en un sofá y nosotros hicimos lo propio, frente a ella. Hasta ese momento, creí que solo con vernos de arriba abajo nos diría nuestro pasado, presente y futuro, pero no fue así.

De algún lugar, sacó un juego de barajas, de esas que usan los gitanos, y las comenzó a barajar para leernos el Tarot; al más puro estilo de Alejandro Jodorowsky; aquél chileno viejo, de ascendencia rusa que inventó la Psicomagia.

Invariablemente, la viejecita nos hizo partir las barajas. Lo hizo en tantas ocasiones; al grado que llegamos a pensar que por problemas de su edad se le había olvidado terminar con el ejercicio.

No fue así. Ella siempre estuvo lúcida, y cuando su hija le advirtió que ya eran muchas veces las que había leído las cartas, respondió: “Aún hay energías, Espera”; y tiró las cartas dos veces más.

En síntesis, de todo lo que nos dijo, lo que más me preocupó, es que tengo a un amigo al que voy a perder; no en el sentido de la muerte física; eso quedó muy claro, sino del alejamiento de la relación.

Me habló de otro “amigo”, que no lo es y que solo finge serlo; pero eso no me importó.

De las cosas buenas que me dijo Doña Chea, recuerdo la de dos hombres mayores, uno moreno y otro blanco, que sin saberlo yo, me heredarán fortuna y ahora mismo hago cachitos para que lo hagan en vida, y no se mueran pronto porque seguro son amigos o familiares cercanos a los que quiero mucho y no he tenido el tiempo de decirles de mi aprecio y de mi desinterés por su dinero.

Me habló también de un accidente y me pidió cuidarme de las gradas o escaleras; pues veía un posible infortunio en el corto plazo. Seguro estoy de que me dijo muchas cosas más, pero no deben ser tan interesantes que ya las olvidé.

¿Pero, por qué les estoy contando de esto?

Tal vez porque delante de todos los presentes, la viejecita me indicó de algunos “amoríos, interesados y desinteresados”, y apenas ayer mi amigo Raúl Ortega me regaló un poster con una imagen bellísima, del CD de Silvio Rodríguez que lleva ese título y que ilustra este breve relato.

Y porque al despertar el día de hoy, evoqué a mi madre, en su fase de creyente de ciertos artificios; que la llevaban a rascar la palma de su mano izquierda cada vez que le escocía; haciendo una especie de ritual al besar su mano derecha, para después guardar en su pecho el dinero invisible que recibiría ese mismo día, por las ventas realizadas con antelación.

“Hoy me van a pagar”; repetía muy a menudo y, elevando la mirada daba gracias al cielo por tener por ese día para el sustento de sus malcriados hijos.

Al final, la viejecita apacible; la adivina de mi pueblo me pidió la mano para leerla y me dijo algo que no quiero creer, pero me mantiene preocupado por lo ajetreado que estoy, un día antes de mis 58:

“Vas a vivir muchos años”; sentenció Doña Chea a manera de despedida.

Años atrás, una “Maga de la Tierra” dijo algo parecido a mi hermano Fredy; en Europa –vivirás 83 años–; y ya saben ustedes cómo un sicario y su jefe, el que le ordenó que lo ejecutara, acabaron con su vida y con sus sueños y esperanzas.