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Hospital incurable/Momentos de enfermería

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La enfermería tiene una cierta afinidad con la tauromaquia. ¿Cuál puede ser el punto de intersección de estas actividades tan dispares? Pues el momento en que tienen que pinchar a un ser vivo. Así es. Y aquí hay varios escenarios. Como en la fiesta brava tenemos “tres tercios”.

Primer tercio.  O el tercio de la vía.

Esto es cuando no se trata de una urgencia y tienen que canalizar a un paciente. Puedo asegurar que a muchas enfermeras les llega “su momento” cuando tienen que poner una vía a alguien. Incluso se disputan entre ellas el honor (a menudo lo deciden mediante un “piedra, papel y tijera” de enfermeras, esto es “gasa, algodón y tijera”). Cuando saben que lo van a hacer se dirigen con toda dignidad  “a por los instrumentos de torear”, esto es, el equipo de venoclisis, y juro que cuando vuelven a donde está el paciente las he visto caminar cual diestro en una de esas tardes de gloria, de seda y sol, de sangre y arena. Avanzan como partiendo plaza, tal cual si fuera el paseíllo en la mismísima plaza México, muchas veces se les ve ir seguidas de sus subalternos, banderilleros, monosabios y demás, esto es, otras enfermeras, camilleros y hasta personal de limpieza. No sé si será mi imaginación solamente pero en verdad que de alguna parte surgen en el ambiente los acordes de “Cielo Andaluz”. De verdad. Si todavía usaran capa, la podrían agitar en el aire como si se tratara de su capote. Abren el equipo, hacen los preparativos necesarios, voltean a ver al equivalente del juez de plaza, que sería la “jefa del servicio”, quien con un gesto magnánimo da su aprobación entrecerrando los ojos e inclinando ligeramente la cabeza.  Incluso me ha parecido escuchar a alguna decir mientras saludan con la cofia, “Va por usté Dotor…” asumen la posición (como quien dice, “apuntan”) y… está hecho… Aunque a veces la cosa no va bien y al paciente terminan dándole la puntilla como si fuera un miura. Finalmente el burel… quiero decir el paciente, queda para el arrastre y sale del ”ruedo” llevado por los mulilleros… camilleros, quise decir.

Segundo tercio. El de las inyecciones.

Algo parecido ocurre a la hora de aplicar inyecciones aunque aquí la cosa es mucho más taurina debido a la posición más frecuente que suelen adoptar los pacientes, que técnicamente se denomina decúbito ventral o decúbito prono (boca abajo, para los profanos), aunque también hay la ocasión en la que se tenga que hacer con el paciente de pie o ligeramente inclinado. Por suerte los resultados tienden a ser mejores en este escenario, es mucho menos frecuente ver a una matadora pinchar al astado reiteradamente sin lograr la estocada. Y hay cada maestra que le pone a uno su par de banderillas por todo lo alto que hasta le podrían dar orejas, rabo y hasta una pierna del paciente, si fuera permitido.

Tercer tercio. Las picadoras.

A otro nivel en la escala se encuentra las maestras del cateterismo. La colocación de un catéter en este Hospital General se toma tan en serio que hay algo llamado “Clínica de catéteres”. Cuando se necesita uno las llaman a ellas, las enfermeras especializadas en instalar, mantener y retirar catéteres. Suelen tener tanta habilidad que de cuando en cuando, muy ocasionalmente en realidad, que llega un paciente a quien es especialmente difícil colocar una vía regular (las profesionales llaman a esto “vía venosa difícil”) las llaman a ellas como último recurso para no hacer sufrir de más a nadie. Otras expertas que pueden salir a hacer el quite son las enfermeras de pediatría que acostumbradas a las delicadas venas de los infantes se vuelven expertas en estos menesteres. Aclaro que prácticamente ninguna enfermera renunciará a una vía difícil a la primera, casi les va el orgullo profesional en ello, sin embargo reconozco que la mayoría suele tener muy presente su código de ética y saben reconocer cuando necesitan apoyo. Es como en la fiesta brava también, de repente el torero que tiene problemas en el lance de tirarse a matar empezará a escuchar los clarines sonando dándole los avisos de que se le puede ir vivo el astado a los corrales.

En este punto la cosa es más seria. Son palabras mayores dentro de la enfermería y como mencioné antes, se considera una especialidad. Ellas serían las picadoras en una corrida de toros.

En este hospital tenemos el orgullo de contar con una gran exponente de la “pacientomaquia”, (esto es, la enfermería, como ya se sabe), lo que es “El Juli” para el toreo lo es ella para la enfermería, su nombre artístico es “Morante de la Valora”, aunque también es conocida como “La jefita”. Y oiga usted, ¡qué barbaridad! Tiene un arte, una presencia, que es capaz de arrancar los más sentidos “¡Olé!” de la afición de cualquier arena donde se pare, simplemente con pisar el redondel. Casi puedo asegurar que de tarde en tarde sale en hombros del hospital.

En otro aspecto el hospital se asemeja también a una plaza de toros y es que para cuando los protagonistas parten plaza ya muchos han trabajado ahí preparando todo y durante la corrida seguirán contando con la asistencia de muchas más personas. Otros más seguirán trabajando aún después que aquellos se hayan retirado.

Adrián Lobo.

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